Días atrás Nicanor Parra cumplió 103 años. La edad que tendrían ahora mismo Julio Cortázar, Adolfo Bioy Casares, Octavio Paz, por ejemplo. Ninguno de los tres murió joven, ni mucho menos, pero pronto hará veinte años que desaparecieron Paz y Bioy, y hace más de treinta que murió Cortázar. Nicanor Parra, en cambio, sigue asomándose cada mañana a la terraza de su casa en Las Cruces, desde donde contempla con serenidad el Pacífico, mientras él mismo navega -lúcido, vigilante- por su memoria oceánica.
También días atrás se presentó en la Maison de l'Amérique Latine de París Poèmes y antipoèmes (La Librarie du XXIe Siècle, Seuil), voluminosa antología de la poesía de Nicanor Parra excelentemente armada y presentada por Felipe Tupper y traducida por Bernard Pautrat. Se trata de un amplio recorrido por la antipoesía, que se ofrece en una cuidada edición bilingüe, muy bien compuesta.
Por sorprendente que pueda resultar, la obra de Parra ha permanecido casi desconocida en Francia hasta la fecha. En los años 60 la editorial Gallimard se planteó la posibilidad de publicarla, por recomendación de Simone de Beauvoir, que había conocido a Parra en Moscú. Pero le insinuaron a Parra que él debería asumir los costes de la traducción, y, como él mismo dice: “Ahí se acabó Gallimard”. Hubo otro intento por parte del prestigioso Pierre Seghers, pero también fracasó.
En el comentario que sobre la antología que acaba de publicarse apareció en Arte Presse, Jacques Henric se preguntaba: “¿Por qué estos proyectos de publicación quedaron abortados? Para explicárselo conviene recordar el tipo de poesía predominante entonces en la edición francesa, de la que yo mismo, de manera acaso demasiado apresurada y polémica, decía que me tenía harto”. Se trataba, según Henric, de “la misma poesía contra la que se rebela toda la obra de Nicanor Parra: una poesía de pretensiones metafísicas, abstrusa, subproducto de la filosofía heideggeriana o parasitaria de los conceptos puestos en juego por Blanchot, que se nutría tanto de residuos vanguardistas como de escritos místicos reciclados”.
Es preferible no hurgar en los alcances de estas destempladas palabras de Henric, por si, entre los poetas a que alude, se encuentra alguno apreciable. Por otro lado, la que así caracteriza no es exactamente el tipo de poesía contra el que arremetió Parra, que en su día apuntaba más bien al “surrealismo de segunda mano”, al “decadentismo de tercera mano”, a las “tablas viejas devueltas por el mar”; a la “poesía adjetiva / poesía nasal y gutural / poesía arbitraria / poesía copiada de los libros / poesía basada / en la revolución de la palabra” (“Manifiesto”, 1963).
Las relaciones de Parra con la poesía francesa fueron siempre indirectas, a pesar del accidental influjo que en el concepto mismo de antipoesía tuvo el título de Apoèmes (1947), que un joven Henri Pichette puso a uno de sus poemarios. Parra vio la portada del libro en el escaparate de una librería, cuando estudiaba en Oxford a comienzos de los años 50, y por ahí se le ocurrió nombrar como antipoesía a lo que por entonces estaba aún experimentando.
Pero mucho más determinantes para la antipoesía fueron, por esos mismos años, las lecturas de Eliot, de Auden, de Ezra Pound, también de Shakespeare y de Blake... y de Kafka.
El retraso con que Parra “desembarca” en Francia invita a reflexionar sobre un asunto bastante más crucial de lo que parece: la “oportunidad” con que un determinado autor irrumpe o deja de hacerlo en una tradición que no es la suya propia, y las razones, no siempre azarosas, que determinan la mayor o menor receptividad que se le dispensa.
Las equívocas conexiones de la antipoesía con algunas de las vanguardias poéticas que arraigaron en Francia en la primera mitad del siglo XX puede haber desorientado durante demasiado tiempo, a los ojeadores franceses, acerca de la naturaleza del gesto “antipoético”, mucho más comprensible en el marco de la tradición poética anglosajona, de la poesía que por las mismas fechas se abría paso en Norteamérica.
No sin cierta melancolía considera uno los malentendidos que tantas veces impiden germinar en suelo extranjero tantas semillas que llevan en sí el germen de cosechas incumplidas. La antipoesía, sin embargo, sigue sembrando el futuro.