Donjuanismo intelectual
Edgardo Dobry acaba de publicar un espléndido ensayo -dicho sea en la más estricta y aventurera acepción del término- sobre el mito de Don Juan. "Quería abordar algunas características de la contemporaneidad desde ángulos menos obvios de los usuales, y Don Juan me ofrecía esa posibilidad”, ha dicho para justificar su empeño frente a quienes, como yo mismo, se asombraban de que alguien asuma a estas alturas el reto de reincidir en un asunto tan concurrido, sobre el que parece difícil añadir nada nuevo. Historia universal de Don Juan. Creación y vigencia de un mito moderno (Arpa Editores), sin embargo, escrito con una insólita amplitud de miras, es un libro lleno de ideas importantes, de atisbos sugerentes y poderosos, y contribuye tanto a comprender mejor y a profundizar en el mito fascinante de Don Juan (el más vivo de la modernidad, por mucho que se estime que Don Quijote, Fausto o Robinson Crusoe sean más relevantes) como, en efecto, a caracterizar no pocos rasgos comunes del individuo contemporáneo.
Por si fuera poco, Dobry rescata, al final de su libro, los apuntes correspondientes a dos proyectos inconclusos de Baudelaire y de Flaubert, un material inédito hasta ahora en castellano. Ambos acariciaron en su momento la idea de escribir un drama y una novela, respectivamente, alrededor de la figura de Don Juan. En el caso de Baudelaire, la cosa no pasó de unas pocas anotaciones deslavazadas, en las que laten sin embargo algunas ideas muy prometedoras. Flaubert, por su parte, llegó a esbozar no sólo el guión sino algunos pasajes de "Una noche de Don Juan", obra en la que pretendía abordar "el amor insaciable bajo sus dos formas: amor terrenal y amor místico". Lo que queda de su proyecto son unos apuntes interesantísimos, que mueven a lamentar que su proyecto quedara finalmente aparcado.
Desisto de enumerar siquiera las muchas direcciones en que se despliega el ensayo de Dobry, que bebe de todo tipo de fuentes y establece conexiones y contrastes muy clarificadores. Me limito a destacar uno de sus capítulos, el titulado “Don Juan del conocimiento”, que orbita alrededor de un pasaje de Nietzsche, tomado de Aurora, donde se lee: “Ningún filósofo ni poeta alguno ha descubierto aún al Don Juan del conocimiento. No ama las cosas que descubre, pero tiene ingenio y voluptuosidad, y disfruta con las conquistas y las intrigas del conocimiento...”.
En apenas unas líneas, Nietzsche abre una perspectiva que incide de lleno en nuestro presente y en el tipo de intelectual que emerge en una era tutelada por el periodismo, internet y la cultura de masas. “A diferencia del filósofo que conquista el saber, y lo conserva y profundiza a lo largo de toda su existencia, obteniendo así alguna forma de satisfacción, algún resultado, el Don Juan del conocimiento -observa Dobry- no puede quedarse con un saber, puesto que los desea todos, y salta de uno a otro hasta sentir cansancio y hastío".
La glosa parece una descripción del intelectual en la era Google, sentado frente a su ordenador, de espaldas a su biblioteca. Para reforzarla, Dobry recoge otra impagable cita, esta vez de Kierkegaard, quien escribe refiriéndose a sí mismo: “Quizás sea una desgracia de mi existencia el que me interese por demasiados caminos y no me decida por uno determinado; mis intereses no están todos subordinados a uno solo sino que están coordinados”. Añade Dobry a este pasaje: “Es el enunciado grave de lo que, en su faz cómica, iban a encarnar Bouvard et Pécuchet: el mundo ofrece demasiados intereses (todos fragmentarios y más bien insustanciales) como para dedicarle demasiado tiempo a uno de ellos”.
Nuestra época, sí, parece plantear la disyuntiva entre la especialización exclusivista, que abonan los circuitos académicos y las dinámicas científicas, y el frívolo picoteo del intelectual mediático, solicitado por y para todo tipo de asuntos, fiado de su ingenio, en efecto, y entregado a su voluptuosidad.
Partiendo de la intuición de Nietzsche, Dobry explora muy sugerentemente la condición “donjuanesca” de esta actitud, que comparte “la inconstancia kierkegaardiana y el callejeo de Baudelaire”. Como él mismo dice: “Todas formas de la no permanencia, de la inadherencia, del deslizamiento”. También -añado yo- de la irresponsabilidad.
Imposible caracterizarnos mejor.