Meses atrás se publicó en Periférica El enfermero de Lenin, de Valentín Roma. ¿Una novela? Más bien -apropiándonos de una feliz fórmula de Luis Magrinyà- una “instalación narrativa” que, con acidez, humor y una sentimentalidad bien dosificada, mezcla ficción, ensayismo y autobiografía para ilustrar una experiencia personal de desclasamiento: la de un joven profesor universitario que asiste a su padre -obrero e hijo de campesinos- durante las tres semanas en que éste, víctima de un delirio pasajero (consecuencia inexplicable de una operación rutinaria), permanece en un hospital convencido de ser nada menos que el mismísimo Lenin.
Desde hace algo más de un año, Valentín Roma dirige en Barcelona el Centro de la Imagen La Virreina, donde debutó con dos notables exposiciones que constituían toda una declaración de intenciones: Jardines de Cooperación, primera muestra en España del veterano cineasta y escritor alemán Alexander Kluge, y Copi: la hora de los monstruos, una completa revisión de la faceta de historietista del crepitante dramaturgo y escritor argentino, comisariada por Patricio Pron.
En la programación de este otoño, Roma ha incluido una insólita contribución a los fastos conmemorativos de la Revolución soviética de 1917. “El año que hicimos la revolución”, iniciativa comisariada por Constantino Bértolo en colaboración con César de Vicente, se presenta como “un informe sobre la situación actual de la Revolución”, y propone “una lectura en clave actual de las voces y los ecos de aquel acontecimiento”. “Las ilusiones perdidas”, “El nacimiento del anticomunismo”, “Una educación militante”, “Revolucionarios para el siglo XXI” y “La revolución que viene” son los títulos de los cinco coloquios celebrados entre los días 7 y 17 de este mes de noviembre, precedidos por un montaje teatral a cargo del Colectivo Konkret, sobre un guión del Colectivo Todoazén.
Sólo la revolución es revolucionaria -así se titulaba el montaje- representó libremente los intensos debates en el seno del Comité ejecutivo del partido bolchevique que precedieron a la insurrección que dio lugar al estallido de la revolución. La representación tuvo lugar justo cien años después del sensacional acontecimiento, la tarde del 7 de noviembre. En el programa del acto estaba previsto que, al tiempo en que tenían lugar las últimas discusiones del “Comité”, una coral constituida por más de cien personas (a las que se sumarían, eventualmente, algunos “espontáneos”) subiera por las Ramblas de Barcelona cantando La Internacional, con banderas y carteles reivindicativos. Al terminar la representación, el personaje que encarnaba a Lenin salió a un balcón del palacio de la Virreina y leyó una proclama revolucionaria. Era el momento prefijado para que tanto los actores y actrices como el público asistente de Sólo la revolución es revolucionaria se incorporaran a la “manifestación” y, todos juntos, llegaran hasta la Plaza de Cataluña.
Esta última performance, destinada a provocar reacciones de toda suerte entre los paseantes de las siempre concurridas Ramblas, no tuvo lugar. Pese a haberse obtenido -no sin cierta suspicacia y resistencia de las autoridades correspondientes- los permisos necesarios para realizar la performance, muy poco antes de la fecha y hora previstas las dos federaciones catalanas de coros que debían suministrar el grueso de los cantores se inhibieron de participar. Según los responsables de la Virreina, los cantores adujeron cierto “miedo” ante las quizá peligrosas interpretaciones que podía despertar la iniciativa. El argumento es seguramente razonable, dada la situación que se vive en Cataluña, y las particulares “vibraciones” que las Ramblas emiten desde el pasado mes de agosto; pero da bastante que pensar, sobre todo en el marco de un llamamiento a la huelga general (el día 8) que, pese a haber obtenido escaso respaldo, terminó con una concurrida manifestación en la plaza de la catedral, en la que se entonó Els segadors y L'Estaca, y en la que se abucheó al secretario general de la UGT de Cataluña.
Los protagonistas de la jornada de huelga, por cierto, fueron los CDR (Comités de Defensa de la República), una suerte de “milicias populares” de la CUP, que cortaron carreteras y vías ferroviarias.
Cataluña es hoy una imprevisible mezcla de laboratorio y carnaval políticos. Todo puede pasar y está pasando.
O casi todo.
La revolución, por lo visto, ni en pintura.