Dos semanas atrás, por Barcelona circulaban casi tantos hispanoamericanistas como turistas. Se celebró en la ciudad el LASA 2018, el XXXVI congreso internacional que organiza esta Asociación de Estudios Latinoamericanos. Hasta ahora yo ni sabía qué cosa fuera esta asociación, al parecer bastante poderosa, que cuenta con cerca de doce mil miembros repartidos por todo el mundo, una tercera parte de los cuales pertenecen a Estados Unidos. No sé si los doce mil estaban en Barcelona, pero los que vinieron no quedarían muy por debajo de esta cifra. Una auténtica invasión.

En los aledaños del congreso, y aprovechando la masiva concurrencia (es una buena idea esto de celebrar congresos trayéndose el propio público cautivo), tuvieron lugar en la ciudad distintos actos paralelos. Uno de ellos fue una mesa a la que acudieron el editor y crítico Constantino Bértolo, el ensayista y crítico de arte Iván de la Nuez, y la catedrática de filología y literatura hispanoamericana Carmen Ruiz. El pretexto de la mesa era la celebración de los 22 años de la revista Guaraguao (de la que les hablé ya con motivo de su vigésimo cumpleaños), así como la reciente publicación, en la editorial Paso de Barca, de Viceversa, volumen que reúne un puñado de ensayos de Bértolo sobre literatura latinoamericana.

En la mesa se discurrió, como suele ocurrir en estos casos, sobre las relaciones y los tráficos culturales (literarios, sobre todo) entre España y Latinoamérica. Se habló del papel que juega España como metrópoli editorial y plataforma de difusión y consagración internacional; de las políticas estancas que, en las grandes capitales del continente, desarrollan las sucursales de los grandes grupos editoriales; de los problemas de comunicación y circulación entre los distintos países; del obviamiento sistemático de las literaturas “pequeñas” (desde Costa Rica a Paraguay); de la grotesca equiparación entre España y Latinoamérica en la balanza cultural (patente en los turnos alternos de los premios Cervantes: un año para un español, el siguiente para un latinoamericano)...

Iván de la Nuez pronosticó un acelerado declive del mundo editorial y su influencia, cada vez menor en relación a la de la Red. El poeta y editor Sergio Gaspar, presente entre el público, destacó el generalizado desconocimiento -o desentendimiento, más bien- que se aprecia a una y otra orilla del Atlántico respecto a lo que se produce en la opuesta. Un desinterés (por decirlo aún más claramente) que -conforme puntualizó alguien- se aprecia también, con distinto grado de ombliguismo (el más alto: el argentino), entre los diferentes países de Latinoamérica. La observación fue matizada por otras dos. La primera: el ascendente cada vez más acusado que en Latinoamérica tiene Estados Unidos, convertida entretanto, debido a la expansión del español allí, en un prometedor mercado, y en la más grande plataforma de emisión y de orientación de los estudios latinoamericanos, razón por la que atrae a cada vez más escritores e investigadores procedentes del continente sur. La segunda: la divergencia cada vez mayor entre las realidades socio-políticas y los contextos culturales de España y Latinoamérica explicaría que, lejos de constituir una anomalía, el que un lector español se interese más por un libro proveniente de Alemania, de Francia o de Italia que por uno llegado de México, Chile o Colombia sea tan esperable como que un lector de Ecuador, de Argentina o de Nicaragua se interese preferiblemente por un libro proveniente de cualquiera de sus países más o menos vecinos, o de Estados Unidos, que de España.

En cuanto al efecto cohesionador de la lengua, estaría debilitándose a marchas forzadas por la incidencia conjunta de tres factores. En primer lugar, la divergencia cada vez más acusada de las diferentes modalidades regionales del español, sin apenas reflejo en la estandarizada lengua que suele emplearse en la literatura que aspira a circular internacionalmente. Consecuente con esto, la tendencia centrípeta de las diferentes literaturas nacionales, cuyas dinámicas son cada día más específicas. Y, en el horizonte de casi todas ellas -la española la primera de todas-, la subordinación al canon anglosajón, que, como vino a subrayar Bértolo, se traduce en una biblioteca desentendida de la diversidad de la propia lengua y de las literaturas que pueden abrírsenos a través de ella.