Participé recientemente, invitado por el Institut d'Humanitats de Barcelona, en un curso sobre la novela de ideas. Para la ocasión, hilvané algunas reflexiones sobre esta categoría narrativa para muchos disuasoria. Que lo sea obedece, seguramente, a que nuestro concepto más común de novela ancla en la tradición del realismo, y “el realismo nunca se ha sentido cómodo con las ideas. No puede ser de otra forma: el realismo se basa en la idea de que las ideas no tienen existencia autónoma, solamente pueden existir en las cosas. De forma que, cuando necesita debatir ideas, el realismo debe inventar situaciones -paseos por el campo, conversaciones- en las que los personajes enuncien las ideas en pugna, y por tanto, en cierta forma, las encarnen”.
El pasaje entrecomillado pertenece a Elizabeth Costello (2003), el libro en que J.M. Coetzee reunía ocho “lecciones” que tenían por protagonista a esta escritora inventada por su imaginación precisamente para “encarnar” algunas de sus ideas. Elizabeth Costello reaparecería poco después en Hombre lento (2005). Y lo hace ahora, en Siete cuentos morales (Literatura Random House), que retoman hasta cierto punto la fórmula empleada en el libro de 2003.
Entre los asuntos que preocupaban a Elizabeth Costello quince años atrás destacaba “la vida de los animales”, el trato que éstos reciben por parte de los humanos, la denuncia de las vejaciones, torturas y hecatombes de que son objeto. Estas cuestiones ocupan ahora el primer plano de su atención, al lado de las relativas al envejecimiento y a la forma en que, llegada a la ancianidad, le cabe a una mujer como Costello enfrentar la muerte, sin plegarse a los planes que sus hijos hacen para atenderla y cuidarla. (Las relaciones de padres e hijos en la hora en que los primeros sienten que su vida entra en un declive definitivo han sido exploradas por Coetzee con particulares lucidez y radicalidad).
Se dice que, por razones bien presumibles, la vejez y sus dramas van a acaparar un protagonismo creciente en el arte y la literatura inminentes. Puede que así sea, y que libros como los recientes de Aurelio Arteta (A fin de cuentas. Nuevo cuaderno sobre la vejez, Taurus) o Pedro Olalla (De Senectute política. Cartas sin respuesta a Cicerón, Acantilado) sean indicio de un creciente interés por esa temática para
tantos deprimente. En Sexto Piso se acaba de publicar Llega la negra crecida, de Margaret Drabble, recomendable novela que discurre enteramente sobre la vejez, en la huella de la que para mí sigue siendo la más hermosa y conmovedora reflexión narrativa sobre la cuestión: El hotel de Mrs. Palfrey, de Elizabeth Taylor (que publicó Bruguera en 1986).
Coetzee no ha esperado a ser él mismo un anciano para hurgar en la vejez. De hecho, la Elizabeth Costello de estos Siete cuentos morales trae el insistente recuerdo de la innombrada anciana que protagonizaba La edad de hierro (1990), quizá la novela más poderosa de su autor. En el tiempo transcurrido desde entonces, sin embargo, diría que el franciscanismo de Coetzee se ha hecho más sombrío y también más resentido. Allá donde la anciana de La edad de hierro declaraba, derrotada, a su hija: “Uno tiene que amar lo que tiene más cerca. Uno tiene que amar lo que tiene a mano, que es como aman los perros”, la ya octogenaria Costello escribe: “No me interesa el amor, lo único que me interesa es la justicia”.
Coetzee barrunta que su animalismo lo aproxima a una suerte de reaccionario antihumanismo (una de las peligrosas marcas del pensamiento contemporáneo), y por eso escoge para encarnar sus ideas a una anciana patética, llena de dignidad confundida. Hay que desconfiar del calificativo de “morales” que atribuye a estas piezas. Para justificar su conducta con una gata a la que recogió en su casa, Costello le dice a su hijo, jactanciosa, que actuó “sin cuestionar nada, sin remitirme a ningún cálculo moral”. Y más allá de la moral parecen situarse, en efecto, unas ideas -las de Coetzee- que por otro lado anticipan con gran valentía problemas que sin duda van a ocupar pronto el centro de las discusiones en torno a un concepto cada vez más cuestionado: el de lo humano.