El azar ha dispuesto que en muy poco tiempo lleguen a mis manos tres libritos (el diminutivo es determinante) que he leído con inesperados placer y provecho. Los tres han sido publicados en Argentina por editoriales más o menos emergentes, y se encuadran en proyectos de colección bastante insólitos, al menos desde la orilla española, dedicados como están a la reflexión entre teórica y testimonial acerca de las acciones de escribir y de leer.
Desde la ciudad de Córdoba, Demian Orosz dirige la colección “Escribir”, que impulsa Ediciones DocumentA/Escénicas. “Estamos convencidos -declara en una nota editorial- de la necesidad y la importancia de generar, desde Córdoba, un circuito que cargue de electricidad el campo literario, provocando reflexiones y relanzando el debate con voces originales.” Así sea. Los tres primeros títulos de la colección tienen su origen en un festival de literatura celebrado en esa ciudad en 2016. Allí se conocieron Juan Forn, Leornardo Sanhueza y Camila Sosa Villada, sus autores respectivos, cómplices de aventura. A mis manos sólo ha llegado, de momento, el librito de Sanhueza, titulado La partida fantasma. Apuntes sobre la vocación literaria. Es un ensayo inteligentísimo, que indaga con agudeza y soltura esa “superstición romántica”, como tacha Sanhueza la vocación, a partir de la cual examina, no sin buenas dosis de ironía, la naturaleza del impulso literario y la moderna construcción del mito del escritor. “Nunca antes del siglo XIX hubo algo que pudiera compararse con el fenómeno literario que surge entre el autor y su oficio considerado como espejo virtuoso o fracasado de un destino”, escribe Sanhueza (Temuco, 1974), poeta muy singular, y excelente cronista y narrador, que quizás por haberse formado como geólogo tiene particulares razones para declararse escéptico “ante los relatos vocacionales de escritores que incluso de viejos se muestran muy convencidos de haber sabido de niños lo que querían ser cuando grandes”.
Los otros dos libritos a los que vengo aludiendo se encuadran en una colección titulada “Lectores”, que dirige Graciela Batticuore para la editorial Ampersand, de Buenos Aires. Se trata en este caso de impeler a los escritores a hablar de sí mismos como lectores y a reflexionar sobre su experiencia como tales.
Trance, de Alan Pauls, el más balthesiano de sus libros, constituye una personalísima pero rigurosa fenomenología de la lectura, a modo de glosario
“Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer.” Esta archiconocida declaración de Borges podría servir de trasfondo al ejercicio de recapitulación de su trayectoria como lectores que emprenden la ensayista y narradora Sylvia Molloy (Buenos Aires, 1934) y el asimismo ensayista y narrador Alan Pauls (Buenos Aires, 1959).
Citas de lectura (así se titula el librito de Molloy, delicioso) es una encantadora secuencia de viñetas memorialísticas que evocan con humor, liviandad, sutileza y amable sabiduría algunos hitos de su biografía de lectora, en la que se entrecruzan sus recuerdos de personalidades como José Bianco, Silvina Ocampo, René Étiemble o el mismo Borges.
Trance, de Alan Pauls, el más barthesiano de sus libros, constituye una personalísima pero rigurosa fenomenología de la lectura, planteada a modo de glosario alfabéticamente ordenado en el que se ilustran muy libremente términos como “abuso”, “gula”, “leer mal”, “libros encontrados”, “posturas”, “silencio”, “subrayar”, “traductores” “vicio impune”, “zzzz”. Recuerdo pocos libros que transmitan con tan apasionada exactitud la fruición de leer, y que acierten a destacar las circunstancias -a menudo cómicas, tan al borde como están de la neurosis- de que suele rodearse. Entre los abundantísimos alcances y destellos de los que está repleto este volumen, en el que no faltan muy sentidos homenajes, destaco caprichosamente éste, relativo al “anacronismo” de la lectura:
“Tal vez leer sea la última práctica continua que quede en el mundo. Hay otras -la música, por ejemplo-, pero ninguna que haga de la continuidad una razón de ser tan despótica como la lectura. Leer es someterse a un imperio extinto: el imperio de lo lineal [...] Si la lectura es hoy una gran práctica anacrónica -la otra es el teatro- es precisamente por la insolencia, la desfachatez, incluso la provocativa ingenuidad con que exhibe los blasones de una cultura del encadenamiento, la secuencia, el paso a paso, en un estado de cosas cuya moneda de cambio son la simultaneidad y el montaje”.
Felices vacaciones.