"Grillparzer era desde luego un hombre terrible: si nuestra desdicha se desprendiese de nosotros y echase a andar a su antojo, sin duda se le parecería; toda desdicha debe de parecérsele, pues él mismo era la desdicha viviente, palpable.” Así habla Franz Kafka de Franz Grillparzer (1791-1872) en una de sus cartas a Grete Bloch, la amiga de Felice Bauer. Ésta le acababa de escribir que por fin había ido a visitar la reconstrucción de la habitación de Grillparzer en el Ayuntamiento de Viena. Kafka llevaba meses insistiéndole machaconamente que lo hiciera, siquiera fuera en su nombre. Sólo por ver esa habitación tenía sentido permanecer en esa ciudad, que él detestaba. “No se marche de Viena antes de hacerlo, pero luego váyase enseguida”, había escrito semanas atrás.
Poco antes, Kafka había preguntado a Grete Bloch si conocía El pobre músico, la más famosa narración de Grillparzer. Le recomendaba leerla, y también su autobiografía, y sus diarios (de sus dramas nada dice). Acerca de El pobre músico -del que Kafka terminó por mandar a Grete Bloch un ejemplar- anota en su diario: “El conocimiento de lo humano de Grillparzer en esta historia. Cómo puede atreverse a todo y no se atreve, porque en él ya sólo hay cosas verdaderas, que en el instante decisivo se justificarán a sí mismas como verdaderas, pese a que puedan parecer momentáneamente contradictorias”.
Meses antes, en una de sus cartas a Felice, Kafka le había dicho que había cuatro escritores a los que percibía “como verdaderos parientes consanguíneos (sin colocarme cerca de ellos en cuanto a fuerza y a amplitud)”. Eran “Grillparzer, Dostoievski, Kleist y Flaubert”. De los cuatro, observa Kafka, “sólo Dostoievski se casó, y tal vez sólo Kleist encontró la salida correcta al pegarse un tiro a orillas del Wannsee, acosado por la penuria externa e interna. En sí, puede que todo esto no tenga ningún significado para nosotros, cada cual vive una vida nueva, incluso si me encontrara yo en el centro de la sombra que estos hombres arrojan sobre nuestro tiempo. No obstante, es una cuestión fundamental de la vida y de la fe en general y, visto desde ahí, tiene sentido interpretar el comportamiento de los cuatro”.
La identificación de Kafka con Grillparzer es patente en muchos pasajes tanto de sus diarios como de su correspondencia
Mucho más adelante, en 1916, de nuevo en su diario, Kafka anota, interpelándose duramente a sí mismo: “Abandona el insensato error de hacer comparaciones, por ejemplo con Flaubert, Kierkegaard, Grillparzer. Eso es puro infantilismo [...] Flaubert y Kierkegaard sabían muy exactamente lo que les pasaba, su voluntad era firme, eso no era cálculo, sino hazaña. En ti, en cambio, hay una eterna sucesión de cálculos, una monstruosa oscilación de cuatro años [se refiere aquí Kafka al tiempo que venía durando su relación con Felice]. Con Grillparzer quizá encaje mejor la comparación, pero Grillparzer no te parece digno de imitar, siendo como es ejemplo desdichado al que los hombres futuros deben estar agradecidos porque él sufrió por ellos”.
La identificación de Kafka con Grillparzer es patente en muchos pasajes tanto de sus diarios como de su correspondencia, en los que el nombre de este eminente autor austriaco -apenas conocido por estos pagos- surge a menudo, siempre en términos de emocionada veneración, que mueven casi imperiosamente a leerlo. A esa identificación contribuyó sin duda, además de su común desdicha, la particular relación de Grillparzer con Katharina Fröhlich, de la que fue una especie de novio perpetuo, sin nunca llegar a casarse con ella.
La pasada primavera se publicaron en un mismo volumen la Autobiografía de Grillparzer, una amplia selección de sus diarios, sus reveladores recuerdos de Beethoven (todo ello inédito hasta la fecha en castellano) y El pobre músico. Lo publicó Galaxia Gutenberg en impecable traducción de Adan Kovacsics, autor también del prólogo y las notas. Jordi Llovet presenta el conjunto y me honro de haber participado en los trabajos de edición. Se trata de un viejo proyecto que se ha tardado muchos años en concretar. Por mi parte, esperaba que la prensa cultural se hiciera más eco de lo que a mis ojos constituye todo un acontecimiento. De ahí que me permita emplear a Kafka y esta columna para indicar a los desinformados una lectura extraordinaria, casi obligatoria.