He disfrutado mucho con la lectura de Duelo de alfiles, el último libro de Vicente Valero, recién publicado por Periférica. La afición al ajedrez es el hilo del que Valero se sirve para enhebrar sutilmente los relatos de cuatro viajes a distintos lugares de Europa, en cada uno de los cuales, de manera más o menos azarosa, reconoce y sigue el rastro de escritores que estuvieron allí: Walter Benjamin en Svendborg, Dinamarca, donde se instaló cerca de Bertolt Brecht, en el verano de 1934; Nietzsche en Turín, donde enloqueció; Kafka en Múnich, donde en 1916 hizo una lectura pública de “En la colonia penitenciaria”; Rilke en Berg am Irchel, cerca de Zúrich, donde trató inútilmente de concluir las Elegías de Duino. Los rastros de estos escritores se cruzan entre sí y con los de otros escritores, artistas y personalidades del primer tercio del siglo XX, y el efecto -sólo insinuado- es el de una tupida red en la que se producen conexiones a veces inesperadas, producto tanto de la movilidad como de la densidad admirable de talentos que por esa época circulaban por el viejo continente, a punto éste de consumirse en su propia hoguera.

La fórmula empleada por Valero recuerda inevitablemente a modelos como Handke o Sebald, y desprende un perfume que podría resultar empalagosamente culturalista si no fuera por el modo tan contenido en que maneja los datos puestos en juego, la ironía que el narrador emplea consigo mismo y la resolución con que su indisimulado fetichismo sirve de pretexto a hondas calas reflexivas que obvian la tentación de la melancolía y sus poses.

También de Valero leí meses atrás, con admiración y provecho, Experiencia y pobreza, su excelente ensayo narrativo sobre las estancias de Walter Benjamin en Ibiza (también en Periférica, donde se reeditó en 2017 en versión corregida y aumentada). Reconforta pensar que en la procelosa bibliografía en torno a Benjamin, en la que se hace cada vez más difícil dar con abordajes genuinos e interesantes, un autor español sea capaz de proponer uno tan solvente, tan delicado y luminoso.

Sobre el mismo Benjamin, a quien se recuerda en el primero de los relatos de Duelo de alfiles, dice Valero, poco después de referir las objeciones que Brecht planteó al ensayo que aquél dedicara a Kafka:

La afición al ajedrez es el hilo del que Vicente Valero se sirve para enhebrar los relatos de cuatro viajes en los que sigue el rastro a Benjamin, Nietzsche, kafka y Rilke

“A propósito de esto último, me atrevería a señalar una característica poco resaltada en la biografía intelectual de Benjamin y sobre la que sus cartas y diarios parecen dar buena cuenta: la de crear siempre entre sus amigos y conocidos unas expectativas muy altas de todos sus escritos, implicándolos en ellos, comprometiéndolos con sus opiniones, mostrándoles en definitiva con todo tipo de hipérboles hasta qué punto el trabajo que tenía entre manos era de suma importancia y hasta qué punto también, por tanto, ellos no podían declararse ajenos o indiferentes”.

Reconozco en este apunte algo más que una característica propia de Benjamin. Reconozco un valioso rasgo cultural que entretanto se ha perdido casi del todo pero que fue relativamente común en la Europa anterior a la Segunda Guerra Mundial. Me refiero al hecho de que, una vez alcanzado determinado nivel de excelencia, el trabajo intelectual o artístico de quien era capaz de acreditar tal nivel se consideraba un asunto de importancia social, que concernía y comprometía a la colectividad, o cuando menos a cuantos se movían en la misma esfera de intereses.

En el mismo libro de Valero se recuerda cómo amigos y admiradores de Rilke se movilizaron para buscarle un lugar donde pudiera trabajar con tranquilidad. Es sabido que para que Robert Musil pudiera continuar El hombre sin atributos se abrió una cuestación pública que él mismo fiscalizaba, llegando al extremo de objetar a según qué donantes a los que nada quería deber. Los ejemplos podrían prodigarse.

Hoy -salvo honrosas excepciones- parece impensable que artistas e intelectuales financien solidariamente los proyectos de un colega. Las subvenciones, becas y premios estatales nos llenan de justificadas suspicacias. Pero el abandono del talento a la tal vez indigencia de sus propios recursos materiales, en la intemperie del mercado, es sin duda uno de los factores que explican el ocaso de ciertos modos de inconformidad, de inteligencia crítica, de belleza.