En la aún incipiente e inclasificable colección que vienen impulsando desde Barcelona La Virreina Centre de la Imatge y la editorial Arcadia (y en la que han aparecido títulos muy notables de Alexander Kluge, Copi y Josep Quetglas) acaba de publicarse El espacio público de la fotografía, una contundente selección de artículos, ensayos y entrevistas de Jorge Ribalta.
Artista y fotógrafo él mismo, Ribalta (Barcelona, 1963) es bien conocido por su destacada y muy coherente trayectoria como comisario de exposiciones en torno a la fotografía documental, que ha discurrido en paralelo -y complementariamente- a su trabajo como editor de importantes volúmenes colectivos, entre los que cabe mencionar títulos tan elocuentes como Indiferencia y singularidad. La fotografía en el pensamiento artístico contemporáneo (1997, 2003), El movimiento de la fotografía obrera, 1926-1939 (2011) o Aún no. Sobre la reinvención del documental y la crítica de la modernidad (2015).
El espacio público de la fotografía reúne materiales publicados por Ribalta durante las dos últimas décadas. Su eje lo constituyen algunas “ideas fuerza” que polemizan abiertamente con tendencias hoy hegemónicas en los campos tanto de la teoría fotográfica como de las artes y de la cultura. Dichas ideas apuntan a la reivindicación de la función histórica de la fotografía “como un arte de los asuntos públicos”, que en el primer tercio del siglo XX encauzó “la necesidad de representar a la ciudadanía anónima y desempoderada, el demos, en la era de la comunicación de masas”.
“El potencial de objetividad de la fotografía y de un tipo de representación que permite comprender la complejidad social debe ser defendido como instrumento de emancipación frente a la obsolescencia programada de la posfotografía”, afirma Ribalta en la introducción a su libro. Y añade poco después: “No se trata solamente de resistirse al olvido, sino también de mantener vivos los interrogantes sobre la función pública de la fotografía en el sistema de las artes, un debate que está lejos de haber sido resuelto y al que cada época tiene que dar su respuesta”.
El libro de Ribalta propone una revisión del más extendido relato sobre el desarrollo y los rumbos de la actividad documental durante las décadas centrales del siglo XX
En este marco, Ribalta apuesta problemáticamente por un nuevo realismo, inherente -dice- a la fotografía en cuanto “medio híbrido y contradictorio, unido ‘ontológicamente' a la noción de documento, testimonio y representación histórica”. El reto “está en inventar formas para reterritorializar la fotografía, producir prácticas en las que se reinvente el realismo”. Algo que no tiene por qué obviar, sino mas bien al contrario, el papel cada vez más hegemónico que la fotografía ha venido adquiriendo en las dos últimas décadas como herramienta de documentación y de relación interpersonal, y en consecuencia como herramienta también de construcción de identidad y de conciencia. En esta línea, adquiere especial interés el trabajo de la fotógrafa británica Jo Spence (1934-1992), a la que en 2006 dedicó el MACBA una valiosa exposición comisariada por Jorge Ribalta y Terry Dennett. En un texto muy anterior a la “revolución” digital, oportunamente recogido en el catálogo de aquella exposición, Spence decía: “Si queremos realmente democratizar la producción de significados en imágenes, necesitamos darnos cuenta de que todas estas prácticas que están al alcance de los profesionales -desde el fotógrafo retratista de barrio, pasando por la fotografía publicitaria y llegando hasta la fotografía artística de vanguardia de imagen y texto- se pueden llevar al salón de casa”.
Ribalta es un acreditado investigador de la historia de la fotografía, y su libro propone, entre otras cosas, una severa revisión del más extendido relato sobre el desarrollo y los rumbos de la actividad documental durante las décadas centrales del siglo XX. El buen conocimiento de las experiencias del pasado sustenta sus firmes y apasionadas propuestas -imbuidas de un espíritu a la vez resistencial y utópico- acerca de la urgencia de restablecer “los vínculos entre la experimentación artística y los nuevos movimientos sociales”, y de reconsiderar el “papel estructural” que el documental juega “en el modo en que las esferas públicas liberales y democráticas representan o hacen visible el pluralismo social”.
Nadie interesado en la dimensión política de nuestras prácticas culturales -y la fotografía se ha convertido entretanto en acaso la más universal y abarcadora- debería sustraerse a los debates que este libro propone, fácilmente trasladables, por otro lado, a la actual coyuntura de las narrativas literaria y cinematográfica, y de las artes en su conjunto.