Desde el pasado 4 de octubre, y hasta el próximo 4 de enero, en la sala de exposiciones del Rectorado de la Universidad de Málaga se puede ver la muestra titulada Ferrer Lerín. Un experimento, comisariada por Yolanda Ochando y Luis Ordóñez.
No es la primera vez que Francisco Ferrer Lerín (FFL) se convierte en objeto de exposición. Hace dos años, el MACE (Museo de Arte Contemporáneo de Eivissa) dedicó al Arte Casual, “fundado” por FFL, toda una muestra, comisariada por Enrique Juncosa. Reunía cerca de 200 fotografías, tomadas por el mismo FFL o por seguidores suyos, en las que se documentaban otras tantas “piezas” de este “género” constituido por “materiales sin vocación artística que por su ubicación, colocación o combinación producen en el observador” un placer estético no intencionado. FFL acuñó el término Arte Casual en 1984 y escribió un manifiesto en el que definía los rasgos de esta modalidad artística, emparentada -pero sólo emparentada, pues tanto sus presupuestos como su “método” son distintos- con el objet trouvé de los surrealistas o el duchampiano ready-made. Desde entonces no ha cesado de promoverla en paralelo a su propia práctica poética, en la que también desempeñan un papel decisivo el azar y la naturaleza no literaria de los elementos de que se sirve.
Ferrer Lerín es en la actualidad un secreto a voces. El carácter casi clandestino de no pocas de sus acciones y publicaciones dificulta la percepción de una trayectoria deliberadamente irregular y esquiva
El Arte Casual ocupa sólo un pequeño espacio en la muestra de Málaga, que no se ciñe estrictamente a la faceta de FFL como “artista” plástico o conceptual, sino que se propone exhibir su muy particular mundo, inspirador de las varias leyendas, más o menos fundadas (que si el póker, que si los buitres, que si el mujerío, que si la necrofilia, que si los servicios secretos), que el mismo FFL arrastra con actitud a la vez resignada y jactanciosa, en la que es difícil distinguir cuánto hay de verdad (mucha) y de impostura (poca).
Ochando y Ordóñez obtuvieron de FFL licencia para rebuscar libremente en sus cajones, armarios y archivos, y de ellos extrajeron fotografías, cartas, libros, fetiches, objetos varios, además de algunos “tesoros” olvidados por su propio dueño, muy en particular una portentosa serie de poemas y dibujos inéditos titulada Frente al mar latino que se remonta a los años de adolescencia de FFL.
La pieza más impactante de la exposición, con todo, es una instalación sonora en la que se puede oír un buen número de muestras del Banco de Alaridos, archivo de grabaciones en que el propio FFL ensaya y colecciona secuencias guturales humanas o animales (muchas veces a medio camino, se diría, de las dos posibilidades), solitarias o conversadas, con efectos que oscilan entre el lirismo más perturbador y la más irresistible comicidad.
Ferrer Lerín. Un experimento abunda en la no siempre deseable condición de “autor de culto” que desde su “reaparición” en 2001 se diría propia de FFL. La exposición, de pequeño formato, está llena de soluciones ingeniosas mediante las cuales ofrecer un panorama ilustrativo, bastante cabal, de una obra múltiple.
FFL es en la actualidad un secreto a voces. El carácter casi clandestino de no pocas de sus acciones y publicaciones (algunas impulsadas heroicamente por sellos artesanales y efímeros) dificulta la percepción de una trayectoria deliberadamente irregular y esquiva. Pocos escritores españoles, sin embargo, disponen en la actualidad de una corte tan militante de seguidores. Basta visitar el exhaustivo y excelente número monográfico que le dedicó la revista digital Caminos de Pakistán, bajo la rigurosa tutela de Antonio Viñuales, u hojear los dossieres que le han dedicado revistas como La Manzana Poética o Ínsula, para darse cuenta del relieve cada vez más acusado que, en el mesetario panorama de la cultura española, viene adquiriendo esta dichosa anomalía que constituye la obra de FFL, cuyos alcances están siempre amenazados de quedar desatendidos a consecuencia del anecdotismo a que da lugar la personalidad tan imperturbablemente carismática, gamberra y humorística de este autor, por otro lado exigentísimo, en absoluto frívolo, en su trabajo.
La exposición de Málaga no deja de rozar algunos peligros que concita siempre el “ferrerlerinismo”, pero contribuye con solvencia (y con un catálogo excepcional: una caja repleta de sorpresas que funciona como una especie de museo portátil) a la lenta pero implacable consagración de un escritor saludablemente revulsivo.