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Mínima molestia

Revistas

29 marzo, 2019 01:00

Me eduqué como lector y como ciudadano en unos tiempos, acaso los últimos, en que las revistas -ya se tratara de semanarios o de publicaciones quincenales, mensuales, trimestrales- desempeñaban un papel muy relevante en la articulación de la cultura española. Me refiero a los años de la Transición. Mi formación política se nutrió con revistas como Sábado Gráfico, Cuadernos para el Diálogo o Triunfo, que uno de mis hermanos traía a casa. Y ya en la universidad, coleccionaba con devoción los números de La Nueva Estafeta, de Quimera, de Camp de l'Arpa, de Cuadernos del Norte, también de El Viejo Topo, de Diwan, de Ajoblanco, casi todas ellas revistas surgidas o relanzadas en las décadas de los 70 y 80.

De entonces a esta parte, las cosas han cambiado bastante, y por mucho que haya revistas que perseveran en su andadura, por mucho que no cesen de surgir otras nuevas, de recorrido más o menos efímero, lo cierto es que, en conjunto, han perdido el protagonismo que antes acaparaban. Me refiero, naturalmente, a revistas culturales, en un amplio sentido. Revistas impresas (aunque con las digitales pasa algo parecido). Excluyo las de la prensa rosa y amarilla, así como las especializadas.

He dado vueltas a esta idea de que las pequeñas editoriales vienen cumpliendo el papel que antaño desempeñaban las revistas literarias y me parece acertado punto de vista para comprender el fenómeno de su emergencia

No hace falta estrujarse los sesos para dar con explicaciones plausibles de por qué las revistas han perdido significación y notoriedad. Tendría interés inventariar y desglosar esas explicaciones, que no son sólo de orden material, sino que tienen que ver también con el generalizado aflojamiento de casi todas las tensiones que dinamizan una cultura. Pero es esta una tarea que excede los límites de una columna, así que prefiero retomar ahora una observación que llamó mi atención recientemente. La hacía Gustavo Guerrero en una entrevista publicada meses atrás en estas mismas páginas, donde glosaba un pasaje de su estimulante ensayo Paisajes en movimiento (Eterna Cadencia, 2018). Preguntado por el fenómeno de las pequeñas editoriales que no cesan de prosperar a uno y otro lado del Atlántico, a la sombra de los grandes grupos, Guerrero decía: “Esas editoriales pequeñas llevan tiempo reivindicando una legitimidad literaria específica, diciendo: ‘la literatura somos nosotros', lo que relanza el debate sobre dónde está hoy el valor de lo literario. Las pequeñas editoriales han venido a cumplir el papel que durante el siglo XX tenían las revistas literarias, se han convertido en portavoces de posiciones políticas y estéticas, algo que los grandes grupos, demasiado preocupados por las cifras de ventas, dejaron de representar”.

He dado vueltas a esta idea de que las pequeñas editoriales vienen cumpliendo el papel que antaño desempeñaban las revistas literarias y me parece un acertado punto de vista desde el que comprender el fenómeno de su emergencia y el tipo tanto de energías como de representatividad que asumen y administran sellos como Capitan Swing, Caja Negra, Melusina, Alpha Decay, Errata Naturae, por limitarse ahora a España. Destaco caprichosamente sellos en los que el peso de la narrativa no es aplastante; es decir, sellos en cuyo catálogo conviven novelas, ensayos, crónicas, libros testimoniales, etc., un poco a la manera en que antes se constituían algunos magazines político-culturales.

La iniciativa de fundar, a costa de una prolongada autoexplotación, un pequeño sello editorial, no se explica solo en función de los pocos medios que se necesitan para impulsarlo, ni la justifica el escaso margen de beneficio que, en el mejor de los casos, arroja el negocio. Tiene que ver además con el deseo -y no solo con la vanidad- de intervenir en el tráfico de las tendencias más o menos emergentes, y de hacerlo con criterios no exclusivamente comerciales, sino también, por así decirlo, ideológicos, por cuanto se establecen, en no pocos casos, desde una determinada óptica cultural, política, empresarial y generacional, mediante estrategias reticulares.

En el caso de las pequeñas editoriales, la naturaleza de la relación editor-lector, planteada casi en términos de complicidad, se parece mucho más a las que mantienen con su público los editores de una revista que a la que establecen los editores tradicionales con el suyo. Queda por ver si las mismas razones de fondo que determinaron el lento eclipse de las revistas terminará también por socavar la viabilidad de las pequeñas editoriales.

Ojalá no.