Dado que estamos en plena campaña electoral, se me antoja hoy ceder el espacio de esta columna a Franz Kafka y espigar entre sus escasos pero inagotables “aforismos” unos pocos que, leídos en clave política, obtienen una especial resonancia.
Se han hecho múltiples lecturas políticas de Kafka, la mayor parte de ellas con la mirada puesta en su dos novelas más famosas -El proceso y El castillo-, así como en determinados relatos, en particular “En la colonia penitenciaria”. Es sabido, por otro lado, que en sus años de juventud Kafka manifestó simpatías por el socialismo y por el anarquismo, sucesivamente, y que tanto en sus cartas y diarios como en los numerosos testimonios acerca de su personalidad y de sus opiniones, quedan rastros inequívocos de su hostilidad hacia los poderosos y de su solidaridad -su compasión, más bien, dicho sea en el más estricto sentido- con los más débiles. Sería sin duda abusivo -e improcedente- presentar a Kafka como un escritor ”de izquierdas”, pero, como escribe su biógrafo, Reiner Stach, lo cierto es que “mantuvo durante toda su vida una simpatía clara y sin prejuicios para con las motivaciones humanas de la izquierda política”. Quien frecuenta a Kafka no puede dejar de sentirse interpelado por su modo unas veces irónico e incluso cáustico, otras desesperanzado, pero siempre lúcido e inconforme -cuando no resueltamente combativo- de considerar el progreso del mundo y sus tensiones.
Juzguen si no:
“Para justificarse ante el oprimido, el privilegiado aduce sus preocupaciones. Pero lo único que le preocupa es mantener sus privilegios”.
“Puedes echarte atrás ante los sufrimientos del mundo, eres libre de hacerlo y de hecho es lo que corresponde a tu naturaleza, pero quizá precisamente ese echarte atrás es el único sufrimiento que podrías evitar.”
“Creer en el progreso significa no creer que ya se ha producido un progreso. Eso no sería fe.”
“El momento decisivo de la evolución humana es perenne. Por eso tienen razón los movimientos intelectuales revolucionarios que reniegan de todo lo anterior, ya que todavía no ha pasado nada.”
Quien frecuenta a Kafka se siente interpelado por su modo irónico, incluso cáustico, pero siempre lúcido y combativo, de considerar el progreso del mundo y sus tensiones
“Nos crearon para vivir en el Paraíso, el Paraíso estaba destinado a servirnos. Nuestro destino cambió, pero nadie ha dicho que también haya cambiado el destino del Paraíso.”
“Todos libramos un mismo combate. (Cuando, atacado por la última pregunta, me doy la vuelta en busca de armamento, no puedo elegir las armas, y aunque pudiera elegir tendría que echar mano a armas ‘ajenas', pues solo existe un arsenal para todos.) No puedo librar mi propio combate; si en algún momento creo ser autónomo, si en algún momento no veo a nadie a mi alrededor, no tardo en descubrir que he llegado a tal posición a consecuencia de una conjunción general de factores que están fuera de mi alcance inmediato o quizá completamente fuera de mi alcance. Esto, por supuesto, no excluye que haya avanzadillas, rezagados, francotiradores y todos los usos y peculiaridades de la práctica bélica, pero no hay nadie que haga la guerra por sí solo. ¿Humillación de la vanidad? Sí, pero también un estímulo necesario y verídico.”
“Cuantos más caballos enganchas al tiro, más rápido va: no la tarea de arrancar el bloque de los cimientos, que es imposible, sino la ruptura de las riendas y con ello la marcha libre y alegre.”
Resisto la tentación de glosar estos apuntes, que se prestan mal al tipo de invocaciones que en política se suelen hacer más frecuentemente de Kafka y de “lo kafkiano”, entendido casi como sinónimo de impotencia y absurdo.
De la lectura atenta de Kafka se desprende un interés constante de su parte por la “cuestión social”. Lo dice Reiner Stach: “El pensamiento referido a conceptos sociológicos, políticos y macroeconómicos le fue ajeno a Kafka toda su vida, pero se abrió muy pronto a una moral con fundamento social, y agudizó así su conciencia de la injusticia realmente existente. Por supuesto, todo aquello iba dirigido, sobre todo, contra su padre... Pero precisamente ese origen de sus inclinaciones antiautoritarias, la delimitación y el posicionamiento respecto a su propio padre, terminó por permitir a Kafka opiniones mucho más definidas respecto a la esencia del poder de lo que la mera política de partido suele ofrecer”.