La Uña Rota acaba de publicar un pequeño volumen que reúne dos discursos, Razón del teatro y Silencio, leídos por Juan Mayorga en 2016 y 2019, respectivamente. El primero, con motivo de su ingreso en la Real Academia de Doctores de España, y el segundo, de su ingreso en la Real Academia Española de la Lengua, el pasado mes de mayo. Los dos discursos discurren complementariamente sobre el arte dramático, pero el más reciente, también el más extenso, lo hace desde una perspectiva sólo en apariencia paradójica: la del silencio, sobre el que Mayorga hace un puñado de consideraciones luminosas y sugerentes, en las que despliega una amplia malla de referencias que, desde los griegos a Beckett, ilustran de qué modos tan distintos, a través del tiempo, se produce “en el escenario un combate físico entre la voz y su silencio”. El mismo Mayorga repara en el hecho de que su trabajo como dramaturgo haya consistido “en poco más que intentos de construir silencios”.
El silencio –como la santidad, en no pocos aspectos relacionada con él– es un concepto que contrapuntea inmemorialmente el desarrollo de la cultura humana, y que establece una muy peculiar tensión con el ruidoso desarrollo de la Modernidad. Entre la oceánica bibliografía que no deja de generarse en torno a él, cabe destacar, publicado también recientemente, la Historia del silencio. Del Renacimiento a nuestros días (Acantilado), de Alain Corbin, “exquisita y densa reflexión” sobre la que Bernabé Sarabia hizo un encendido comentario en estas mismas páginas.
En línea con el creciente prestigio del silencio al que se refiere Corbin, y de la creciente presión social para –al menos en el Occidente desarrollado– ampliar su predicamento, vale la pena dar noticia del acto que tuvo lugar el pasado martes día 5 en La Virreina, Centro de la Imagen de Barcelona. Se trataba del XI Cóctel Silencioso, celebrado en memoria del tercer aniversario del fallecimiento de Tres, artista polifacético al que La Virreina dedicó hace dos años una amplia retrospectiva.
Tres (Barcelona, 1956-2016) dedicó la mayor parte de su trayectoria como artista al silencio, por el que se interesó muy tempranamente, ya a comienzos de los ochenta. Como músico, como artista plástico y conceptual, pero sobre todo como activista profundamente comprometido con su causa, exploró e ideó toda suerte de iniciativas para reivindicar la importancia del silencio en nuestras prácticas cotidianas, en su dimensión política a la vez que espiritual.
El creciente prestigio del silencio contrasta en un país y en unos tiempos particularmente lenguaraces, en los que asistimos a una interesada e incesante devaluación de las palabras
Los cócteles silenciosos son sencillas ceremonias sociales en las que se experimenta la oportunidad de reunirse a tomar una copa con un buen número de personas con las que, durante una hora, se interacciona en silencio, es decir, sin recurrir al lenguaje hablado, valiéndose de los recursos expresivos del rostro, de la mirada, de los gestos. El primer cóctel silencioso lo organizó Tres en 1993, y fue perfeccionando la fórmula a lo largo de los años, estableciendo premisas y criterios en las que se basó el poeta Eduard Escofet para celebrar esta undécima convocatoria, la primera que se realiza en ausencia de su promotor original.
Tres es autor de una de las piezas reunidas en la interesante exposición titulada ¿Arte sonoro?, comisariada por Arnau Horta, que se celebra en la Fundación Miró, y que plantea “una interrogación crítica acerca de esta categoría artística”. A propósito de ella, Ángela Molina observaba que, aun sin ser propiamente una exposición política, remite a sonidos y formas de escucha que, frente al ruido imperante, se constituyen “como un acto social liberador y expansivo en obras, la mayor parte, de estética humilde que comunican con un mínimo gesto o con el silencio”. No dejan de ser saludables todas estas invocaciones al silencio en un país y en unos tiempos particularmente lenguaraces, en los que se asiste por todas partes a una interesada e incesante devaluación de las palabras, precisamente aquellas más imprescindibles para el diálogo y la convivencia.
Mayorga dice que “la expropiación de la palabra por el poder es el tema político fundamental del teatro en cualquier tiempo”. Pero el problema fundamental de nuestros días no es el silencio que impone el poder, sino el que reclama la agresiva estridencia de una lengua abaratada y, se diría, irreparablemente babelizada.