Participé como jurado en el último Premio Nacional de Narrativa. Sí, el que recayó sobre Cristina Morales y su novela Lectura fácil, para estupor y enojo de algunos comentaristas. No ha sido la primera vez que he sido jurado del Premio Nacional. Lo había sido ya al menos en una ocasión, a finales de los noventa, creo recordar, y ya entonces me chirriaron las inconsecuencias entre los objetivos declarados del premio y los mecanismos conforme a los cuales se concede. No quiero perder la oportunidad de manifestar públicamente mis reparos a esos mecanismos, que ya algunos miembros del jurado expresamos este año a los representantes del Ministerio de Cultura allí presentes.
Verán. El Premio Nacional de Narrativa se concede a “la mejor obra en modalidad de narrativa escrita por un autor español en cualquiera de los idiomas españoles entre todas las obras de este género publicadas en España en el año anterior, en su primera edición”. De esto se desprende que el premio muy bien puede recaer –como ha ocurrido en más de una ocasión: cinco, para ser precisos– en un libro escrito en catalán, en euskera o en gallego. Ahora bien, en el jurado, constituido por cerca de una docena de miembros, no suele haber más de uno (el representante de la academia correspondiente) del que conste fehacientemente que lee bien el catalán, el euskera o el gallego. Todavía el gallego o el catalán cabe presumir que pueda leerlo, con más o menos facilidad, algún otro miembro del jurado. Pero en el caso del euskera es muy improbable que eso ocurra (a pesar de lo cual conviene anotar que el Nacional, vaya uno a saber cómo, ha destacado en tres ocasiones novelas escritas en esta lengua).
Mi impresión es que el mecanismo conforme al que se conceden los premios nacionales es bienintencionado pero bastante cuestionable. ¿Con qué criterios se seleccionan los jurados?
Dado que el premio se concede a un libro publicado el año anterior, es muy improbable, también, que, por buena que sea, una obra publicada en catalán, en euskera o en gallego sea traducida el mismo año de su aparición en su lengua original. Con lo que sumamos dos importantes desventajas de los libros escritos en lenguas periféricas respecto a los escritos en castellano: la mayor parte del jurado es incompetente para apreciarlos si no se cuenta con una traducción, y ésta, aún cuando esté más o menos planeada, mal puede llegar a tiempo de concurrir al premio.
La supuesta ecuanimidad del Premio Nacional de Narrativa, pues (pero lo mismo cabe decir del de
Ensayo o, peor aún, del de Poesía, etcétera), se resuelve en una situación de clara desventaja de las lenguas periféricas respecto a la castellana.
¿Qué solución cabe?
Ninguna de las que se me ocurren a bote pronto es demasiado satisfactoria. ¿Que los libros escritos en las lenguas periféricas puedan concurrir al premio el año en que se publica su traducción al castellano? Pero no hay garantía alguna de que esa traducción se vaya a producir. ¿Que el Ministerio financie la traducción al castellano de aquellos títulos, entre los postulados, escritos en otras lenguas? Es una solución más plausible, pero bastante costosa. ¿Escoger a un jurado políglota, conocedor de todas las lenguas peninsulares? Se me antoja demasiado peregrino…
Por cierto que la constitución de los jurados de los premios nacionales –y soy consciente del incómodo lugar en que me pone decir esto habiendo aceptado serlo– también da lugar a muchas reservas. ¿Qué indicios existen de que las diez solemnes instituciones llamadas a proponer a un miembro del jurado estén en condiciones de designar a un conocedor de –pongamos por caso– la narrativa peninsular, atento encima a las novedades? ¿Con qué criterios lo seleccionan?
Empezando por mí mismo, me temo que allí concurrimos todos con un bagaje de lecturas relativamente exiguo, abultado a última hora con la rápida revisión de los títulos propuestos por los otros jurados.
Mi impresión es que el mecanismo entero conforme al que se conceden los premios nacionales es bienintencionado pero en definitiva bastante cuestionable, hasta el extremo de que no estimo demasiado radical sugerir una entera reformulación tanto de esos mecanismos como de sus presupuestos. Entretanto no se proceda a ello, me temo que los premios en cuestión seguirán teniendo más de lotería o de consagración de lo más obvio que verdadera representatividad y significado.