Algunas veces, desde este mismo lugar, he postulado la necesidad de idear nuevos caminos y formatos para el ejercicio del reseñismo crítico. No es mal lugar para hacerlo, dado que en esta misma revista, durante un buen puñado de meses, Rafael Reig ensayó con fortuna, hace ya sus buenos años, una original fórmula para zarandear el comúnmente aletargado cotarro de las letras españolas. Me refiero a su sección titulada ‘Visto para sentencia’, posteriormente recopilada en un suculento volumen (Caballo de Troya, 2008).
Sabedor de mis inquietudes a este respecto, Rubén A. Arribas, experimentado profesor de escritura creativa e incansable activista cultural (es un atentísimo oteador de la menos convencional literatura latinoamericana, y autor además de un veterano y muy recomendable blog: Aviones desplumados), me enlazó un canal de YouTube sobre literatura titulado Cómete la sopa, Kafka. Lo conducen desde hace pocos meses Emilia Da Silva y Víctor García Antón, los dos narradores y profesores –a su vez– de escritura creativa, quienes se dedican a comentar libros frente a la cámara de manera muy informal, si bien ciñéndose estrictamente al análisis de sólo sus primeras páginas. El canal está todavía en rodaje, y queda aún por ver si la fórmula resiste. Pero de momento hay colgado ya un puñado de piezas que testimonian la resolución de hablar de libros de otra manera, recurriendo a un humor a ratos demasiado grueso pero con una mirada experta y bastante certera.
¿No es eso lo que les reclama su público devoto: más de lo mismo y otra vez lo mismo? ¿No es el autoplagio el mayor peligro del éxito?
Una de las piezas, colgada el pasado 31 de diciembre, está dedicada a uno de los más espectaculares éxitos literarios de los últimos años: las novelas Reina Roja y Loba Negra (Ediciones B, 2018 y 2019), del conocidísimo autor de best-sellers Juan Gómez-Jurado. Se trata de dos thrillers de los que se llevan vendidos decenas de miles de ejemplares. Los dos están protagonizados por los mismos personajes: la investigadora Antonia Scott y el inspector de policía Jon Gutiérrez, por lo que cabe esperar que tengan un planteamiento similar, tratándose al fin y al cabo de narrativa de género. Lo que ya es menos esperable es lo que observan, entre risas escandalizadas, Da Silva y García Antón: la repetición casi literal, en las dos novelas, de sus primeros párrafos. No sólo los de sus respectivos prefacios, sino también los de sus primeros capítulos.
Las evidencias que arroja un cotejo detallado de las páginas 9 de las dos novelas, y luego de las páginas 17 de Reina Roja y 19 de Loba Negra, no dejan lugar a dudas: el autor ha empleado para escribirlas el mismo molde, haciendo uso de frases a menudo idénticas, así como de idénticos esquemas sintácticos. No se trata de un parecido razonable, sino más bien de un calco, hasta tal extremo flagrante que no cabe pensar que pueda haber sido inconsciente, inducido por un mismo impulso rítmico.
Da Silva y García Antón admiten no saber por qué el autor ha hecho tal cosa. ¿Se tratará de un juego intertextual? Pero en ese caso, no entienden a qué obedece. “¿Será que Juan Gómez-Jurado se gusta tanto que por eso se copia?”. La cosa, como se ve, da para todo tipo de bromas.
Deportivamente, haciendo gala a su vez de un saludable sentido del humor, el mismísimo Juan Gómez-Jurado no tardó en colgar en el foro del canal un comentario en el que replicaba amistosamente: “Pues claro que es un juego. ;) ¡Muchas gracias por todo!”.
En estos tiempos de corta y pega, tan propicios a los plagios y a las paranoias que generan (el mismo Juan Gómez-Jurado insinuó en su día que La peste, ambiciosa serie producida por Movistar, era un plagio de su novela La leyenda de un ladrón, de 2012), ¿hasta qué punto es condenable que un autor se plagie a sí mismo? De hecho, ¿no es eso lo más corriente, incluso entre autores de prestigio? ¿No es eso lo que les reclama su público devoto: más de lo mismo y otra vez lo mismo? ¿Y cómo resistirse a esta demanda? ¿No es ése el mayor peligro del éxito: quedar atrapado por esa demanda exigentísima? ¿No es el autoplagio, acaso, desde hace ya mucho (en pintura se ve esto muy bien), el mecanismo de reproductibilidad del éxito mismo? No son preguntas retóricas, pues, más allá de la desvergüenza con que obren unos y otros, abren la puerta a interesantes consideraciones sobre los mecanismos por los que se rige tanto la cultura popular como lo que se entiende por cultura de masas.