Mencionaba semanas atrás, desde este mismo lugar, a unos cuantos escritores que me impresionaron en un momento u otro por su portentosa memoria para recordar, íntegros, poemas y otros textos. Uno de ellos, Nicanor Parra, incluyó en uno de sus libros –Hojas de Parra, de 1985– una especie de artefacto titulado “Yo me sé tres poemas de memoria”. Se trata de la transcripción completa de tres poemas ajenos cuyos títulos y autores (tres poetas chilenos de comienzos del siglo XX: Juan Guzmán Cruchaga, Carlos Pezoa Véliz y Víctor Domingo Silva) omitía. Es de imaginar que Parra transcribiera esos poemas, efectivamente, de memoria, como sugieren ligeras variantes, relativas sobre todo a la puntuación. La operación de intertextualidad, aunque de muy otro orden, cabría relacionarla con la que realizaba Borges en “Pierre Menard, autor de Quijote”, por mucho que Parra apunte en otra dirección, de manera más atrevida y descarada.
Las relaciones entre memoria y propiedad (¿intelectual?) se me antojan, de un tiempo a esta parte, un campo de reflexión fascinante. como recuerda Rafael Rubio, la cultura popular repudia la noción de autoría
En un artículo en el que desentraña certeramente la intencionalidad política de este artefacto parriano (publicado, recuérdese, en plena dictadura de Pinochet), el también poeta Rafael Rubio observaba cómo, “aparentemente, esta apropiación textual se ajusta en sentido estricto a la definición canónica de plagio: copia en lo sustancial de una obra ajena, dándola como propia. Además, cumple con una de las condiciones clásicas del plagio: el ocultamiento, el cual nos remite a la raíz etimológica del término (plagis: que se oculta). No obstante, el título del texto nos entrega un dato significativo que relativizaría el plagio por cuanto los tres textos reproducidos serían transcripciones directas de la memoria: la fuente citada. Extraña que la memoria de Parra sea capaz de retener íntegramente los poemas, pero no sus títulos ni el nombre de sus autores. Extrañeza que se disipa cuando consideramos la función de la memoria en la transmisión de la poesía popular, dentro de la cual el concepto de autoría individual tiene una presencia restringida: se conservan los textos, pero no el nombre de sus autores. Como contrapartida, el título puede leerse en otra dirección: los poemas que el hablante sabe de memoria son de su propia producción. No ha memorizado tres poemas ajenos, sino propios.
Traigo a colación este comentario porque plantea lateralmente una cuestión para mí llena de interés: ¿a quién pertenecen los poemas o las canciones que uno se sabe de memoria? La pregunta tiene la virtud de trasladar a un terreno sin duda pantanoso el sempiterno y tan a menudo viciado debate acerca de los contenidos y los límites de la propiedad intelectual (ese bochornoso oxímoron). Tales límites son particularmente imprecisos en el caso considerado, el de la lírica, dado el tipo de uso que se hace de ella. Ferlosio hablaba genialmente, en relación al texto lírico, de un “lugar vacío” que llena cada vez la voz de su eventual “usuario”. Da lo mismo quién haya inspirado el lamento amoroso convertido en canción, ni quién experimentó aquella desdicha: cada vez que alguien la canta la siente como propia, y la llena de un contenido estrictamente personal, incluso en el caso de que sus circunstancias en absoluto coincidan con las de la letra.
¿De quién es la fruta que me acabo de zampar y que se hallaba en aquel plato encima de la mesa? Me temo que, por mucho que yo no la haya cultivado ni comprado, ya no puede dejar de ser mía.
El ejemplo es deliberadamente torticero, pero me sirve para sugerir de qué modo un poema o una canción (por no considerar ahora otro tipo de creaciones), interiorizados a través de la memoria, pasan inmediatamente a impregnarse de la sustancia propia de quien los “utiliza”, a cubrirse de toda una compleja y apretada flora de sentimientos, emociones, reminiscencias, recuerdos, asociaciones, etc. que lo convierten en un “objeto” personal e intransferible.
¿Quién me lo podría arrebatar? ¿En nombre de qué puede nadie reclamar sus derechos sobre él? ¿De quiénes, en definitiva?
Las relaciones entre memoria y propiedad (¿intelectual?) se me antojan, de un tiempo a esta parte, un campo de reflexión fascinante. Como recuerda Rafael Rubio, la cultura popular repudia la noción de autoría, extraña a sus mecanismos de transmisión, confiados a la memoria y desentendidos de cualquier tipo de registro.