Euclides y Benet
A Benet los autores del boom le parecían “como hermanos menores o hijos de Euclides que no han sacado nada de su padre”. Simplemente, no encontraba que tuvieran la talla de Euclides
22 junio, 2020 08:24“¿Ustedes han leído a Euclides da Cunha? ¡Es que nadie ha leído a Euclides! Tanto hablar de literatura sudamericana y a Euclides se lo han dejado...”. Así replicaba Juan Benet en una entrevista del año 1970 a las insistentes preguntas que le hacían sobre los autores del boom de la literatura latinoamericana, que en aquel momento arrasaban en España y en todo el mundo.
“Yo me pasé años leyendo a Euclides da Cunha”, decía Benet.
¿Y cómo fue que un joven ingeniero de treinta años leyó a finales de la década del 50 a un autor brasileño del siglo XIX, cuya obra no había circulado en España, ni siquiera había sido traducida?
Fue pura casualidad.
Benet trabajaba en Galicia y necesitaba aprender gallego porque toda su gente era gallega. Él daba órdenes en castellano y la gente entendía cualquier cosa. Nadie le hacía caso. Desesperado, se puso a leer cuanto caía en sus manos en gallego y en portugués.Hasta que un librero le dijo:
–¿No conoce usted la gran épica brasileña?
–No.
–Pues lea a Euclides da Cunha.
Benet leyó Los sertones (1902) y quedó deslumbrado. Por entonces estaba incubando la que sería su primera novela, Volverás a Región (1967), y aquel libro, cuyo autor también era ingeniero, con sus precisas descripciones geofísicas del terreno, con su testimonio de una guerra destartalada y trágica, no pudo menos que impactarlo y servirle de guía.
Pasó años diciendo a quien quisiera oírle: “Leed a Euclides, leed a Euclides”. Pero nadie le hacía caso.
A Benet los autores del boom le parecían “como hermanos menores o hijos de Euclides que no han sacado nada de su padre”. Simplemente, no encontraba que tuvieran la talla de Euclides
Enseguida se produjo el fenómeno del boom y su onda expansiva barrió con todo. Benet, que entretanto se había construido sus propias teorías al respecto, buscó en aquellos autores algún parentesco con la prosa nítida, tortuosa y alucinada de Euclides; pero constató, decepcionado, que casi ninguno de ellos lo había leído. A Benet le parecían todos “como hermanos menores o hijos de Euclides que no han sacado nada de su padre”. No era que él dejara de apreciar la valía de algunos de los escritores que todos aclamaban –sobre todo de Rulfo y de García Márquez–; simplemente, no encontraba que tuvieran la talla de Euclides.
Atribuyo un significado muy particular a esta imprevisible conexión entre dos escritores muy notables –pertenecientes a tiempos, a países, a tradiciones, a lenguas distintas– en un momento tan decisivo.
Me refiero a la década de los 60, en la que se estaba operando en la narrativa española una importante renovación cuyo hito más sonado fue la publicación, en 1962, de Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos. Ese mismo año obtuvo Mario Vargas Llosa el Premio Biblioteca Breve con La ciudad y los perros, para muchos el disparo de salida del fenómeno conocido como boom de la narrativa latinoamericana.
He especulado muchas veces sobre los efectos distorsionadores que tuvo el desembarco masivo de los nuevos escritores latinoamericanos en la literatura española del tardofranquismo, cuyas dinámicas internas desbarató, y cuyos rumbos desvió irreparablemente. Es una cuestión peliaguda, abierta a la polémica y todavía poco tratada. No es éste el lugar para abordarla como merece, pero sí, al hilo de la azarosa conexión entre Da Cunha y Benet, para proponer una nota al pie que invita a interesantes consideraciones.
La lectura que Benet hizo de Los sertones a finales delos 50 fecundó decisivamente su proyecto literario. Este no era otro que refundar la prosa narrativa española con el objetivo de reavivar en ella lo que él mismo entendía por “gran estilo”. Se trataba de un proyecto de largo aliento, destinado a remover –con el respaldo de una personalidad incisiva y carismática– los presupuestos con que operaban la mayor parte de los escritores de su tiempo. Del polémico impacto que ese proyecto hubiera podido tener sólo nos cabe especular a partir de unos ecos muy apagados por el impacto mucho más ruidoso y espectacular del llamado boom latinoamericano.
Más que tener un efecto fecundador de impulsos latentes –como ocurre en la conexión de Euclides y Benet–, el boom arrasó el terreno e implantó de manera traumática, antes que sembrarla, una modernidad sacada de sus coordenadas, cuyo arraigo, con medio siglo de perspectiva, aún está por evaluar críticamente.