La prensa cultural dio la noticia, días atrás, de que Eduardo Mendoza ha sido distinguido con el premio Barcino de Novela Histórica que concede el Ayuntamiento de Barcelona.
Confieso que no tenía ni idea de la existencia de este premio, que al parecer se viene concediendo desde el año 2013. No he conseguido enterarme de si está dotado económicamente, supongo que sí, pero nadie dice con qué cantidad. Será una cantidad elevada, supongo, dado el relieve de los autores galardonados hasta el momento,todos ellos de gran tirón comercial. O a lo mejor no. A lo mejor se trata de una simple operación publicitaria, y el galardón es honorífico.
Por lo visto, el Ayuntamiento de Barcelona tiene un comisariado de novela histórica, e incluso promueve –con motivo de la entrega del premio– un festival de novela histórica, no soy capaz de imaginar con qué objeto. ¿Necesita promocionarse la novela histórica? ¿Tiene el género un vínculo particular con la ciudad de Barcelona? Y aun si la respuesta a estas dos preguntas fuera afirmativa, cosa que me permito poner en duda, ¿se trataba de dar más relumbrón a autores que ya lo tienen, que venden decenas de miles de ejemplares de sus libros y que en algunos casos ni siquiera puede decirse que sean caracterizados cultivadores del género? ¿Para eso se creó el premio? ¿Para subvencionar y reforzar el mainstream?
¿Con qué presupuestos se distingue a una autora como Isabel Allende? ¿Qué beneficio cultural entraña galardonar a Arturo Pérez Reverte? ¿Prestigia de alguna manera a Barcelona la creación de un premio internacional que celebra –por si alguna falta hiciera– a autores como Lindsay Davis, Santiago Posterguillo, Simon Scarrow, Christian Jacq o Leonardo Padura? ¿Necesita la ciudad este tipo de iniciativas para promocionarse? ¿Las necesitan los galardonados? ¿Cuál es el criterio con que se concede el premio y se constituyen los jurados, entre los que apenas se distinguen nombres que acrediten méritos particulares para actuar como tales?
Lo más cómico es que la ciudad que concede el Premio Barcino polemiza sobre la conveniencia de retirar su emblemática estatua de Colón, por sus connotaciones colonialistas y esclavistas
En su corta andadura, el premio Barcino ha tenido tiempo de evolucionar desde la previsible obviedad de sus comienzos hasta el eclecticismo más inocuo. En la actualidad, lo puede ganar cualquiera, con tal de que se trate –tal parece ser la única condición– de un escritor archiconocido. La puerta queda abierta para que el premio recaiga sobre quien convenga, pues raro es el narrador contemporáneo del que no pueda decirse que ha escrito novelas susceptibles de ser etiquetadas como históricas, al menos en el sentido tan elástico con que la etiqueta parece ser asumida. Propongo para el año que viene a Álvaro Pombo, o a Mario Vargas Llosa, o a Emmanuel Carrère, o a Colm Tóibín, o...
Y que conste que, entre los ocho autores que de momento ha distinguido el premio Barcino, el que sin duda reúne mejores argumentos para ser premiado es Eduardo Mendoza. Y no lo digo por las razones que da la “desenfadada” declaración del jurado, sino porque, más allá de bromas como la de El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008), Mendoza es de los escasos escritores españoles contemporáneos que se ha planteado seriamente la posibilidad –y las dificultades– de narrar el inmediato pasado, es decir la historia recién vivida.
La mejor novela histórica del siglo XIX no es Ivanhoe ni Los últimos días de Pompeya; es La educación sentimental de Flaubert, por encima incluso de Salambó, del mismo Flaubert. Mendoza parece haberlo entendido desde muy pronto, pese a la común tendencia a pensar que el mejor lugar para escribir una novela histórica son las tiendas de disfraces y los viejos vestuarios de la Metro Golden Mayer, razón por la que el género olería tanto a naftalina.
Lo más cómico de todo esto es que, entretanto, la ciudad que concede el premio Barcino polemiza sobre la conveniencia o no de retirar su emblemática estatua de Cristóbal Colón, debido a sus connotaciones colonialistas y esclavistas. Al parecer, se piensa seriamente en adosarle una “explicación” que la ampare y la justifique.
Se me ocurre que el comisariado de novela histórica de Barcelona convoque un concurso específico para premiar aquella novela sobre Colón que mejor cumpla esta tarea. Lo que permitirá continuar exhibiendo su estatua, convenientemente pasteurizada y esterilizada.