Terminaba mi anterior columna aludiendo al penoso debate reavivado semanas atrás por Jessica Albiach, la presidenta de En Comú Podem en el Parlament de Cataluña, quien, al hilo de las protestas antirracistas de Estados Unidos, hizo suya una propuesta en la que la CUP viene insistiendo machaconamente desde hace ya varios años: la de retirar la emblemática estatua de Colón en el puerto de Barcelona, con el argumento de que constituye una reprobable exaltación del colonialismo y del imperialismo.
Por insensata que la propuesta pueda parecer, no cae en saco roto. Los tiempos parecen propicios para estos demagógicos ejercicios de revisionismo, que además fomentan y canalizan actitudes preocupantemente sectarias y retrógradas. Visto lo visto, no cabe minimizar la gravedad de un número creciente de indicios que evidencian la dictadura cada vez más intransigente de la corrección política, con lo que conlleva de allanamiento de toda complejidad, de todo espíritu crítico; con lo que conlleva de desentendimiento de una concepción dialéctica de la historia y de la cultura, conforme a la cual un espacio urbano se construiría como una superposición de rastros, de huellas, de símbolos que a menudo se explican, se corrigen, se neutralizan y hasta se fecundan mutuamente.
Una cultura fuerte asume el poder fertilizador de sus propias tensiones y contradicciones. Propuestas como la de retirar la estatua de Colón no sólo ilustran la ignorancia, la simpleza y la obcecación de quienes las formulan: ilustran además su desconfianza respecto a una ciudadanía cuyo nivel cultural y capacidad crítica se ponen en duda, igualándolos a los de unos escolares a quienes hay que explicar de manera didáctica –preferiblemente en un museo– quién fue Colón y qué cosas hizo o dejó de hacer.
Propuestas como la de retirar la estatua de Colón ilustran no solo la ignorancia de quienes la formulan, sino su desconfianza respecto a una ciudadanía cuyo nivel cultural se pone en duda
El pasado 31 de mayo murió el artista búlgaro Christo Vladimirov Javacheff, quien en los años setenta pretendió “envolver” la estatua de Colón de Barcelona, topando una y otra vez con las resistencias de las autoridades municipales. Cuando el alcalde Maragall dio luz verde al proyecto, Christo ya se había aburrido del mismo, y se hallaba enfrascado en la “envoltura” del Pont Neuf de París, que culminó en 1985. De su plan de “envolver” el monumento a Colón de Barcelona quedan algunos esbozos que en la actualidad cobran, a la luz del debate que vengo comentando, una dimensión irónica.
Se ha discurrido mucho sobre la intencionalidad de la obra de Christo, sobre sus alcances conceptuales. Cualesquiera fueran éstos, lo cierto es que su fórmula resuelve de un plumazo el problema que para algunos entraña convivir con monumentos que celebran hechos, personalidades o valores que estiman repudiables. Envolver en lona estos monumentos sirve para conservarlos y negarlos a la vez, con la ventaja de que su ocultamiento, además de ejemplarizante, es reversible, según soplen los vientos de la memoria histórica y del oportunismo político del momento.
¿No es una solución estupenda?
En la séptima de sus archiconocidas “Tesis sobre la filosofía de la historia”, Walter Benjamin dejó dicho eso tan alarmante y provocador, tan desazonante, también, de que “todo documento de cultura es un documento de barbarie”. Dice allí que los bienes culturales son el botín que los vencedores llevan consigo en el cortejo triunfal, de modo que todos y cada uno de esos bienes culturales tienen un origen que no se puede recordar sin horror.
Las palabras de Benjamin invitan a considerar cómo, una vez se abre la veda del revisionismo, no hay monumento que, en rigor, se libre de la escabechina. ¿El de Colón?, vale; pero entonces, ¿por qué no retirar también la estatua ecuestre del conde Ramón Berenguer III, plantada junto a la catedral de Barcelona? Ese tipo encarnaba los valores hoy muy cuestionables de la casta nobiliaria en el siglo XII, cuyo poderío se sustentaba en el régimen de semiesclavitud a que estaba reducida una amplia población de siervos; se la tenía jurada a los moros, causó estragos durante el asedio de Palma de Mallorca, era un intrigante... Vamos, que no tiene nada de ejemplar.
Y así una estatua tras otra, continuando, en la misma Via Laietana –de donde ya se retiró la de Antonio López–, con la de Francesc Cambó, activo financiador de la“Cruzada” franquista. Etcétera, etcétera, etcétera.