A l poco de haber entrado a trabajar en la editorial Tusquets, a mediados de los 80, me correspondió ocuparme de la edición de un libro de Álvaro Cunqueiro: Viajes imaginarios y reales (1986), una selección de sus artículos de prensa sobre el tema de los viajes preparada y prologada por César Antonio Molina. Yo era entonces veinteañero, y recuerdo bien lo poco que me apeteció sumergirme en los textos de un escritor que, conforme a mis borrosos prejuicios de entonces, no podía sonarme más a rancio. Tanto mayores fueron mi sorpresa y enseguida mi gratitud al verme embarcado en una lectura felicísima, llena de erudiciones sabrosas, de inteligencia cordial, de delicadezas; llena de humor también, de ironía sutil, y de sensualidad. Desde entonces me quedaron una afición y una querencia muy fieles a Cunqueiro, de quien todavía me tocó editar dos volúmenes más: Los otros caminos (1988) y El pasajero en Galicia (1989), igualmente amables y dichosos, también a cargo de César Antonio Molina, que por aquellas fechas llegó a armar con heroico empeño, siempre para Tusquets, hasta cinco antologías temáticas de la obra periodística de Cunqueiro, durante muchos años desatendida y desperdigada.
La recuperación de Cunqueiro por Tusquets, muy al poco de su muerte, en 1981, vino impulsada por Xavier Domingo y Néstor Luján. El primero rescató, para la entonces recién creada colección “Los Cinco Sentidos”, La cocina cristiana de Occidente, una estupenda gavilla de artículos culinarios publicada originalmente en 1969. El segundo armó, en 1982, una primera antología temática titulada Fábulas y leyendas de la mar, que abriría el camino para las que más adelante preparó Molina. Desde entonces, el Cunqueiro articulista no ha dejado de estar más o menos presente en las librerías españolas, a cuenta de diferentes sellos y antologadores.
Recomiendo muchísimo la lectura del Cunqueiroarticulista. Una rara avis, un escritor de la vieja escuela, una mezcla de bibliotecario, brujo, notario y párroco de aldea, todo en uno
Ahora es la Biblioteca Castro –que lleva publicados ya dos gruesos volúmenes de Novelas y relatos de Cunqueiro, y programados tres más– la que brinda una amplia selección de sus artículos periodísticos bajo el título común de Al pasar de los años. La selección es obra de Miguel González Somovilla, responsable también de la extensa y bien documentada introducción. Los doscientos artículos reunidos en Al pasar de los años tratan de ofrecer una imagen panorámica de la producción de Cunqueiro en este género. Abarcan algo más de medio siglo (de 1930 a 1981), y se presentan agrupados en diez secciones temáticas. El criterio de ordenación es muy razonable, pero sólo hasta cierto punto orientativo, pues importa advertir que el decir de Cunqueiro es tertuliano, asociativo; hilvana noticias de toda clase de fuentes, añade de su propia imaginación lo que su enorme saber (o su pereza para documentar en ese momento el dato en cuestión) no alcanza, y es siempre tan disfrutable y entretenido lo que observa y cuenta que poco importa, en definitiva, el asunto que trata.
Recomiendo muchísimo la lectura del Cunqueiro articulista, idónea tanto para encierros como para vacaciones, ya no digo si se tiene pensado pasar cualquier temporada en tierras gallegas, de cuya geografía, leyendas y tradiciones no existe mejor ni más amable guía que él. Particularmente reveladoras han sido para mí las piezas de la primera sección, dedicadas a sus artículos sobre poesía y poetas. Es notable cómo Cunqueiro –él mismo un poeta más que apreciable– detecta muy tempranamente a un jovencísimo Pere Gimferrer, o cómo lee, en la década de los setenta, a autores como Paul Éluard, Ezra Pound, Silvia Plath, Octavio Paz.
A estas alturas, no hace falta, afortunadamente, reivindicar a Cunqueiro, polígrafo inclasificable, uno de esos escritores que ponen en apuros a los historiadores literarios, pues cómo encuadrar, por ejemplo, en el relato canónico de lo que fue narrativa española de los años 50, una novela como Merlín y familia (1955). Como su gran amigo Joan Perucho en Cataluña, Cunqueiro fue una rara avis, un tipo que fue por libre, un periodista y un escritor de la vieja escuela, en relación casi íntima con su público, una mezcla de bibliotecario, farmacéutico, brujo, notario y párroco de aldea, todo en uno, católico y sentimental, distraído y fantasioso, cuya obra demuestra cómo la inteligencia no está reñida ni con la alegría ni con la bondad.