Si las revistas y suplementos culturales, o lo que queda de ellos, tuvieran en algo la función que idealmente estaban llamados a ejercer, si no se conformaran –como pasa tantas veces– con hacer de simples pantallas publicitarias de la industria editorial, una rentrée como ésta bien podría estar marcada por el vibrante, apasionado y muy interpelador ensayo con que se abre Críticos, monstruos, fanáticos y otros ensayos literarios, el excelentísimo volumen de Cynthia Ozick que acaba de publicar Mardulce.
A sus casi noventa años, con una imponente trayectoria como narradora y ensayista, Ozick antepone a su última cosecha de reseñas, perfiles de escritores y reflexiones varias una contundente intervención en la polémica siempre latente sobre la condición supuestamente residual de la novela –y más ampliamente de la literatura– en una sociedad en la que, cualquiera sea la toma de postura al respecto, todos parecen constatar una misma cosa: “los lectores se están yendo”.
Según Ozick “el verdadero problema no reside en lo que está sucediendo sino en lo que no está sucediendo”. Y lo que no está sucediendo, según dice, es la crítica literaria
El ensayo al que me refiero se titula “Los muchachos en el callejón, lectores que desaparecen y la gemela fantasmal de la novela”. En realidad, este era el subtítulo del que, bajo el título “Entrañas literarias”, publicó Ozick en el Harper’s Magazine del mes de abril de 2007, a propósito de las actitudes enfrentadas de Jonathan Franzen y Ben Marcus sobre la situación del novelista contemporáneo, y sobre el realismo y la experimentación (véase Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos, de Ben Marcus, editado por Jekyll&Jill en 2018). Ellos son “los muchachos en el callejón”, peleándose a puñetazo limpio acerca de cuál es “la clave del Problema de la Novela (o del Novelista) Contemporáneos”, cuál la respuesta adecuada a la pregunta de quiénes leerán en un futuro que ya está aquí.
Para Ozick, “los pleitos y los celos difícilmente sean pertinentes, y la notoria decadencia de la lectura, aunque incontrovertible, podría tener menos que ver que lo que muchos creen con la temblorosa cuestión de la ficción literaria”. Según ella, “el verdadero problema no reside en lo que está sucediendo sino en lo que no está sucediendo”. Y “lo que no está sucediendo”, según Ozick, es la crítica literaria.
Ozick no tiene ninguna duda sobrela resistencia de la novela en cuanto género, sobre su condición proteica, indestructible. “Novelas, como quiera que se manifiesten, nunca van a faltar. Lo que está faltando es una intuición poderosamente persuasiva, y penetrante, sobre cómo se conectan, qué es lo que presagian en tanto que conjunto, cómo abarcan y colorean una época […] Lo que está faltando es un trasfondo, o llamémoslo más bien (pues hay tantas cosas que se apoyan sobre ello) una infraestructura crítica seria”.
Al afirmar esto Ozick se apresura a aclarar que no está pensando, o no solamente, en las reseñas de libros, una modalidad de crítica a la que dedica algunas páginas enormemente incisivas aunque demasiado condescendientes. Está pensando en la crítica como observatorio que permite a una cultura “imaginar su propio rostro”. Pues de eso se trata: de que una cultura sea capaz de percibirse a sí misma, algo que sólo la crítica –ese arte de la distancia– hace posible.
No se trata de ninguna utopía. Ozick piensa que esa infraestructura que ella reclama “alguna vez prosperó en un número suficientemente grande como para conformar una fuerza literaria reconocible”, al menos en el ámbito anglosajón (y en el alemán, y en el francés). Y vindica algunos nombres: Trilling, Wilson, Bloom, Sontag, Wood. Pero ningún crítico por sí solo, añade, puede cumplir la función destinada a la crítica como conjunto articulado de perspectivas. “Lo que es esencial es una masa suficiente de críticos que persigan la clase de crítica capaz de definir, inspirar o al menos intuir lo que en determinado marco temporal está pasando en una cultura”.
Pues la pregunta, como bien concluye Ozick, no es quiénes leerán, ni cómo leerán, sino por qué. Y es el porqué el que “nos dice de qué modo la crítica superior –gemela fantasmal de la novela– no solamente unifica e interpreta una cultura literaria, sino que tiene además el poder de darle vida en su imaginación”