Cada año es lo mismo. La misma curiosidad, la misma fatiga, el mismo pitorreo… y al final la misma irritación.
Uno no sabe de qué asombrarse más: si de la mecánica viciosa con que la mayor parte de las revistas y suplementos culturales conforman sus listas de final de año, o de la penosa obviedad de los resultados.
Y luego está esa estridente promiscuidad.
–Pero cómo, ¿la misma lista que destaca a Sara Mesa y a Alejandro Zambra recomienda también a Elvira Lindo y Pérez Reverte? Pero entonces…
Lo primero que las listas de “los mejores libros del año” ponen de manifiesto no es tanto la desconfianza hacia la crítica como su irrelevancia. En la era de la cultura plebiscitaria, tan fomentada por la red, se reclama la representatividad del juicio, no su autoridad. Pero esa representatividad sólo puede ser avalada estadísticamente. Y lo propio de la estadística es desplazar el juicio razonado por el lugar común.
Todo lo que apunta a superponer y fundir criterios redunda en esa mezcla de obviedad y confusión a la que nos tienen acostumbrados las listas de lo mejor del año
Una selección de “los mejores libros del año” debería articularse conforme a un criterio que no tiene por qué ser ecléctico, más bien lo contrario. En rigor, la única lista con la que le cabe dialogar a un lector sensato, y de la que podría obtener algún provecho, sería la realizada por alguien cuyas preferencias ha tenido oportunidad de contrastar alguna vez, que se dedica por oficio a leer novedades (es decir, a reseñarlas) y que centra su atención, prioritariamente, sobre un determinado ámbito de la inabarcable producción editorial, mejor cuanto más específico (poesía, narrativa en lengua española, ensayo político, literatura juvenil… ya saben, las clasificaciones más o menos convencionales, qué remedio). De ahí que la mejor fórmula de la que dispone un medio determinado para armar sus listas de “los mejores libros del
año” sea la de recurrir a sus reseñistas de cabecera –que para eso lo son, supuestamente– y solicitarles su particular selección, brindando a los lectores tantas listas como se estime conveniente. El lector asiduo de ese medio –que es, en definitiva, a quien el medio en cuestión debería dirigirse– sabrá manejarse con esas listas en función del respeto y del interés que le venga mereciendo cada reseñista.
Todo lo que, apartándose de este proceder, apunta a superponer, mezclar y fundir criterios redunda inevitablemente en esa mezcla de obviedad y confusión a las que nos tienen acostumbrados la mayor parte de las listas, tanto más insignificantes y turulatas cuanto mayor es el número de los consultados (diez, treinta, cincuenta… ¡cien!) y más amplio el número de los libros seleccionados (diez, veinte, treinta… ¡cincuenta!). No otro puede ser el resultado de extraer el mínimo común denominador de unas opiniones formuladas desde perspectivas a menudo dispares, cuando no inconciliables; opiniones solicitadas a menudo a quien apenas ha leído nada que no esté en la boca de todos o no responda a sus muy particulares intereses. Por no hablar aquí de la precaria memoria que tantos conservan de lo leído meses atrás, razón de que las listas de “los mejores libros del año” tiendan sospechosamente a incluir una mayoría de libros publicados durante el último tercio del año en cuestión.
Algunos medios detallan los nombres de los encuestados y sus opciones particulares. En tales casos puede observarse bien lo que se viene diciendo: la lista resultante es producto de la concurrencia poco menos que casual de algunos autores ya bien acreditados, que además casi siempre publican sellos bien consolidados.
Así las cosas, todavía hay que congratularse de que se impongan autores como Sara Mesa y Alejandro Zambra: invita a pensar en cierta permeabilidad del mainstream a según qué niveles de exigencia. Si bien no me cuesta imaginar el desasosiego que a la misma Sara Mesa debe de haberle producido, en medio de su satisfacción, saberse señalada de manera tan unánime.
Por lo demás, días atrás tuiteaba el escritor catalán Jordi Puntí, tras su repaso a las listas de los mejores libros del año publicadas en España. “En Estados Unidos, Francia, Inglaterra, cada lista es diferente y tiene sorpresas, títulos poco conocidos, apuestas personales. Leo las de aquí y son todas similares. ¿Qué pasa? ¿Es que todo el mundo lee lo mismo o qué?”.