A buenas horas
Hace un mes, el pasado 9 de diciembre, el Parlamento de Cataluña rechazó una propuesta de resolución de Ciudadanos que tenía por objeto “el reconocimiento de los escritores catalanes Carlos Ruiz Zafón y Juan Marsé”, fallecidos, como es sabido, en 2020. Votaron en contra ERC y JxCat; Catalunya en Comú-Podem se abstuvo, y ni el PP ni la CUP se hallaban presentes. Así que sólo votó a favor de la propuesta el PSC. La noticia, de la que los principales medios del país apenas dieron cuenta, fue muy ventilada, sin embargo, por la prensa local beligerante con el soberanismo, con el esperable desgarramiento de vestiduras. Confieso que cuando llegó a mis oídos, tarde y mal, me escandalizó, y enseguida quise escribir sobre el asunto. Pero al documentarme para hacerlo no pude menos que invertir el sentido de la argumentación que me disponía a emplear.
La propuesta de Ciudadanos era un disparate. Comenzaba por constatar que Ruiz Zafón y Juan Marsé son “dos de los autores catalanes más reputados, reconocidos, leídos y premiados de los últimos 50 años” para lamentar “la falta de reconocimiento de las instituciones culturales y literarias catalanas de la obra de ambos autores”. Pero, si lo primero es cierto, ¿para qué demonios necesitan ese reconocimiento? Marsé obtuvo en 1985 el Premio Ciudad de Barcelona y en 2002 la Medalla de Oro al mérito cultural del Ayuntamiento de esta ciudad, en la que existe una biblioteca pública –la Biblioteca El Carmel-Juan Marsé– que lleva su nombre. También obtuvo, en 2003, el premio de la Asociación de Amigos de la Universidad Autónoma de Barcelona, amén de otros varios otorgados por importantes editoriales asimismo de Barcelona. ¿Qué carajo podía importarle que además lo distinguiera de alguna forma la Institució de les Lletres Catalanes? ¿Y a nosotros?
Pero la propuesta iba más allá: instaba al Parlamento de Cataluña no sólo a reconocer a Marsé y Zafón “como autores ilustres de las letras catalanas y organizar un acto de conmemoración”, sino también a “organizar y coordinar” ciclos dedicados a su obra, fomentar su lectura, incluirlos entre “otros autores catalanes relevantes”, por mucho que escribieran en castellano, y –guinda del pastel– “realizar todos los trámites y gestiones necesarias” para integrarlos en el programa que divulga textos literarios en los ferrocarriles catalanes, “con el objetivo de visibilizar los autores catalanes y
su obra en los espacios cotidianos de las personas”.
¿Pero no habíamos quedado en que son “dos de los autores catalanes más reputados, reconocidos, leídos y premiados de los últimos 50 años”? ¿Qué sentido tiene, entonces, promoverlos todavía más? ¿No sería más sensato reservar iniciativas de este tipo a autores menos conspicuos, más relegados? ¿O es que se trata, como todo invita a sospechar, de otra cosa? Pero, en ese caso, ¿por qué no dejan a los muertos en paz?
El oportunismo y la marrullería de la iniciativa de Ciudadanos queda patente, ya de partida, en el hecho de meter en el mismo saco a dos escritores de edad, estatura y proyección tan dispares. Reclamar para Marsé los mismos reconocimientos y los mismos tratos que para Ruiz Zafón, considerándolos a los dos igualmente relevantes en el
plano de las letras, ya sean catalanas o españolas, dice bastante de la cartografía cultural de los responsables de Ciudadanos (y del PSC, ya puestos).
Pero más sorprendente todavía es la pretensión de que un órgano como el Parlamento deba instruir ningún tipo de política cultural, menos aún en lo relativo a un caso tan particular como es la gestión de la memoria pública de dos escritores.
Si se considera encima que al menos uno de ellos –Juan Marsé– fue en vida sistemáticamente ninguneado por las autoridades culturales catalanistas, sobre las que él mismo no tuvo el menor empacho en expresar la triste opinión que le merecían, tanto ellas como sus directrices, se entenderá que no me parezca buena idea aprovechar su muerte reciente para mendigar lo que él mismo se abstuvo siempre de pedir. Y si no, que le pregunten a Ferran Mascarell qué le respondió Marsé cuando, con motivo de su 80 cumpleaños, le fue con el cuento de que el Govern quería rendirle un homenaje.
A buenas horas.