El pasado martes 19 de enero el diario El Mundo publicó una tribuna de Andreu Jaume en la que, con admirable contundencia, salía al paso de un desdichado reportaje publicado pocos días atrás por el mismo diario bajo el elocuente título: “Jaime Gil de Biedma, incómoda gloria”. En vísperas del homenaje que el Instituto Cervantes se disponía a rendir al poeta barcelonés, Luis Alemany, el autor del reportaje, venía a preguntarse, de manera bastante prejuiciosa, si se puede homenajear a alguien de quien consta que ha tenido relaciones sexuales con un menor, conforme se desprende de un conocido pasaje de los diarios de Gil de Biedma en que éste narra un lance sexual, en Manila, con un chico de unos doce o trece años. En busca de respuestas, se recababa cinco opiniones: las de Andrés Trapiello, Pau Luque, Félix Ovejero, Anna Caballé y Arcadi Espada. Espada echaba mano de un humor cínico para quitar hierro al asunto. Caballé era la única preocupada en matizar. Los otros tres daban la impresión de estar meando fuera de tiesto, como quien dice, y su común repudio a la celebración del homenaje no puede menos que tomarse por indicio preocupante de un equívoco cada vez más extendido acerca de cómo relacionarse tanto con la obra como con la figura pública de un escritor o un artista.
La polémica sobre Gil de Biedma es un indicio preocupante de un equívoco cada vez más extendido acerca de cómo relacionarse con la obra y la figura de un escritor
Ya se sabe lo expuesto que es responder a estas encuestas ocasionales en que el periodista de turno se permite la libertad de recortar y encuadrar según le conviene las declaraciones hechas por uno mismo a veces demasiado a la ligera. A nadie hay que tenerle muy en cuenta lo que dice así, a bulto, sin control del contexto en que se reproducen sus afirmaciones. Si bien la penosa obcecación de Trapiello es recalcitrante, pues no es la primera vez que afea a Gil de Biedma el haberse “jactado de pederasta y abusador”. ¿Cómo puede haber jactancia en el relato de un episodio que su propio protagonista describe con desagrado y que, narrado en el marco de un diario íntimo, sólo vio la luz póstumamente? Será que, de tan acostumbrado que está él mismo a escribir y publicar su propio diario, Trapiello ya no hace distingos entre escritura pública y privada, ni tampoco entre el hecho de contar una experiencia y jactarse de ella. Aunque sorprende el empleo de calificativos tan acusadores en quien hablaba de “moralina de salón” a propósito de las denuncias sobre las flagrantes connivencias con los nazis de su admirado González Ruano.
Pero lean ustedes la tribuna de Andreu Jaume, que tiene el acierto de servirse del desdichado reportaje de El Mundo para, además de refutar sus insidiosas presunciones, enderezar una oportuna y al parecer necesaria reflexión sobre qué es lo que una institución reconoce cuando homenajea a un escritor.
El oportunista intento de un periodista de levantar una polémica con el humo de un pequeño auto de fe no pasaría de triste anécdota si no viniera precedido de un montón de manifestaciones que apuntan a la creciente usurpación del debate intelectual por un miserable tráfico de chivatazos, chismorreos y aspavientos escandalizados.
Por lo demás, el mismo día en que aparecía el reportaje del que vengo hablando se hacía pública la negativa del presidente francés Emmanuel Macron a dar entrada en el Panteón a los restos de Rimbaud y Verlaine. En esta ocasión la protesta venía de quienes consideran que de este modo se pospone “el necesario reconocimiento de la homofobia de la que los dos poetas fueron víctimas”.
La iniciativa misma de pedir el simultáneo ingreso en el Panteón de los restos de los dos poetas venía inspirada por razones del todo ajenas a las que deberían determinar la decisión de rendir honores a un escritor cualquiera. El argumentario de sus promotores, repleto de sofismas (“Si proponemos su panteonización, no es por ellos –están muertos y bien muertos–, sino por nosotros”), se desentiende todo respeto y rigor hacia su obra tanto como a su memoria. El ruidoso debate a que dio lugar ilustra penosamente ese generalizado malentendido acerca del tipo de reconocimiento a que puede aspirar un escritor.
Cómo explicarles a unos y otros que no se trata de eso.