Todavía en la estela del centenario de Iris Murdoch, en 2019, se ha publicado hace poco el que, hasta donde alcanzo, viene a ser el primer libro monográfico sobre esta autora que se edita originalmente en España. Me refiero a Iris Murdoch, la hija de las palabras (Berenice), de María Gila (Jaén, 1983).
Se trata de un ensayo de corte académico (evidente adaptación de una tesis doctoral), concienzudamente informado, bien escrito, quizás con un tono algo severo –sobre todo tratándose de quien se trata–, pero muy solvente desde el punto de vista intelectual, y que además ofrece, en su capítulo inicial (“Un retrato de retratos”), un somero pero cabal esbozo de la compleja personalidad de Murdoch.
Gila tiene formación filosófica, y es de naturaleza sobre todo filosófico-moral el acercamiento que propone al conjunto de la obra de Murdoch, que conoce en profundidad, y que lee con perspicacia.
Como aficionado que soy a esa obra, me han producido cierta extrañeza las líneas de trabajo escogidas por Gila: los vínculos de la filosofía moral de Murdoch con la obra de Sartre y de Schopenhauer, el tratamiento que en su obra reciben conceptos como los de deber y responsabilidad, pecado y culpa, sufrimiento y muerte.
Los análisis de Gila, con todo, ponen de relieve la importancia de estos conceptos en el pensamiento y en la obra de Murdoch, y exploran con finura y con riqueza de matices sus alcances.
Constituye siempre un ejercicio saludable observar cómo un autor al que uno admira es leído con una óptica y unos intereses distintos a los propios. Se produce cuanto esto ocurre –o al menos me ha ocurrido a mí en este caso– una especie de lectura en palimpsesto, como si uno estuviera leyendo el mismo texto en dos idiomas distintos, o con dos alfabetos. El efecto suele ser tan contrariador como estimulante.
No puedo menos que recomendar este ensayo a quien, familiarizado hasta cierto punto con su obra, le interese profundizar en el legado filosófico –estoy casi por decir espiritual– de Murdoch. Sería más cauto a la hora de recomendarlo a quien, sin haber leído a esta autora, se propone introducirse en ella. Temo que, en ese caso, además de un buen número de espóileres (o “destripes”, como pretende el DRAE) de sus novelas, se lleve una impresión demasiado grave, demasiado seria, demasiado oscura de una obra que a mí se me antoja esencialmente radiante, cómica, edificante, divertidísima (me refiero así, obviamente, a su narrativa).
Digamos entonces que Iris Murdoch, la hija de las palabras (el título replica el de una de las grandes novelas de Murdoch: El hijo de las palabras, de 1975, que no sé por qué demonios nadie se anima a reeditar, como tantas otras novelas de Murdoch traducidas en su momento al castellano y que permanecen descatalogadas; ya no hablo de las que permanecen sin traducir), que Iris Murdoch, la hija de las palabras, decía, brinda una excelente oportunidad para volver sobre la obra de esta autora, refrescar no pocos pasajes de sus libros y hacerlo a la reveladora luz del entramado filosófico que los imbrica. Un entramado, valga decirlo, bastante más complejo de lo que parece a primera vista (de ahí uno de los encantos de una autora obsesionada con la idea de “claridad”).
La monografía de Gila, por otro lado, viene a constituir la punta de iceberg de un cada vez más amplio círculo de estudiosos de Murdoch en España, donde la cofradía de sus admiradores no deja de crecer. En el ámbito académico, el incremento de simposios, ponencias y trabajos sobre su obra es exponencial. En su bibliografía, Gila cita algunos de Ángela Lorena Fuster, de Óscar L. González Castán, de Margarita Mauri, de Georgina Rabassó, de Jaime de Salas Ortueta, y la tesis doctoral (aún inédita) de Alfonso López Hernández. Pero hay más, y entretanto el número de lectores de Murdoch también crece, lo que permite mostrarse optimista a la hora de contestar la pregunta que se hace Gila acerca de si la bonanza de que goza el crédito de esta autora de un tiempo a esta parte supone “una rehabilitación definitiva” de su legado o es sólo coyuntural.