Como en otras ocasiones, no se me ocurre mejor modo de despedir el curso que dejándoles una recomendación. Me la van a agradecer. Se trata de un librito liviano, sustancioso, divertido y, por si fuera poco, barato, qué más quieren. En esta misma revista lo reseñó hace ya unas semanas Elena Costa. Pero la suya era una reseña muy breve y sobre todo informativa, aunque inequívocamente aprobatoria. He permanecido al acecho de otras, pero me temo que el librito, precisamente por su liviandad, y por ser la ópera prima de su autora, no ha atraído la atención de los más conspicuos medios y comentaristas.
Les estoy hablando de Casa se busca, de la argentina Socorro Giménez (Mendoza, 1973), la primera de las apuestas de Jonás Trueba como editor invitado del sello Caballo de Troya, ese afortunado experimento que en su momento puso a rodar Claudio López Lamadrid para prolongar el camino abierto por Constantino Bértolo.
Casa se busca es un libro hecho de pequeñas viñetas narrativas y reflexivas trufadas de poemas. Una lectura superficial podría considerarlo un libro misceláneo o —como tantas veces se oye decir— de género mixto o inclasificable. La verdad es que no hay necesidad alguna de clasificar el género de un libro, pero si me pusieran en el aprieto de optar por uno para Casa se busca, yo no dudaría en aprobar que sus editores lo presenten como una novela.
Para los más ortodoxos en estas cuestiones añadiría que, bajo su apariencia fragmentaria, acumulativa, Casa se busca delata una sutil pero firme estructura interior, casi musical, patente en toda una serie de motivos recurrentes que trenzan y anudan los textos. Que esta estructura haya sido impuesta a posteriori a unos materiales heteróclitos, que fueron surgiendo sin un propósito determinado, sin ni siquiera la perspectiva de ser reunidos en un libro, no desdice en absoluto la unidad que ahora cobran. Una unidad que les confiere sobre todo la voz narradora, abiertamente identificable con la de su autora, una mujer de más de cuarenta años que vive sola en Buenos Aires, y que, con humor y sabiduría, sondea y elabora sus propias emociones, recuerdos y experiencias, de los que lleva un registro, por así decirlo, en clave menor, desentendido de cualquier infatuación épica ni sentimental.
La voz de Socorro Giménez se estrena con una solvencia y una ausencia de pretensiones que tienen efectos decididamente cautivadores
En una conversación que mantuvimos sobre su libro, Socorro Giménez trajo a colación este espléndido pasaje de un viejo libro del filósofo Paul Virilio (Estética de la desaparición, 1980): “Mirar lo que uno no miraría, escuchar lo que no oiría, estar atento a lo banal, a lo ordinario, a lo infraordinario. Negar la jerarquía ideal que va desde lo crucial hasta lo anecdótico, porque no existe lo anecdótico, sino culturas dominantes que nos exilian de nosotros mismos y de los otros, una pérdida de sentido que no es tan solo una siesta de la consciencia, sino un declive de la existencia”.
Casa se busca cumple este programa de un modo tan resuelto como dichoso, prestando una particular atención al propio cuerpo y sus sentidos. Es este un libro de un erotismo curiosamente disperso y vibrante, en el que el protagonismo que suele acaparar el sexo —también presente, aunque de modo oblicuo— se difunde en delicados registros del olfato, el gusto, el tacto, el oído, la vista, siempre conjugados por la sensibilidad y la inteligencia.
La transparencia y la contención de la escritura son aquí un logro de madurez. La voz de Socorro Giménez se estrena con una solvencia y una ausencia de pretensiones que tienen efectos decididamente cautivadores. Su formación filosófica explica la inesperada profundidad que cobran no pocas de las piezas de este libro, en particular los poemas, excelentemente afinados.
El testimonio nada indulgente pero en absoluto crispado (para eso está el humor) que la narradora de Casa se busca ofrece de su propia condición de mujer, de su fragilidad no quejosa, de su vivencia de la ciudad y de los espacios en que se libera de ella, de su extrañeza, de su memoria y de sus pertenencias (la búsqueda y el sentido de la pertenencia juegan aquí un rol importante), se abre paso en voz baja pero sin cuchicheos confidenciales, y con una convincente, desarmante, encantadora honestidad.