Varios de los libros que me han ocupado este año 2021 no se han publicado aún. Se contarán entre las novedades del 2022. Ya les decía el año pasado que quienes nos dedicamos a la edición solemos ser lectores algo desplazados. Nuestro calendario de lecturas a menudo corre con unos cuantos meses de antelación.

Por lo mismo, algunos de los libros publicados este año 2021 se contaron entre mis lecturas del año anterior, el 2020. Entenderán, así, que me haga un lío con las fechas. Pese a lo cual, haciendo algo de memoria, y convencido de su interés, rescato algunos de esos libros, que recomiendo con buen conocimiento de causa. Pienso, por ejemplo, en Cartas a Georg (Galaxia Gutenberg), la correspondencia de Elias Canetti y de su mujer, Veza, con el hermano del primero. Un documento revelador y apasionante, que expone a Canetti a la cruda luz de una intimidad desastrosa. Pienso en los dos primeros volúmenes del Diario de André Gide (Debolsillo), que con razón pasa por ser uno de los grandes diarios de vida del siglo XX, en este caso correspondiente a un escritor que ocupó un lugar central, destacadísimo y muy polémico, en la cultura europea de la primera mitad de siglo.

Quienes nos dedicamos a la edición no solo somos lectores a menudo desplazados; también solemos ser “lectores cautivos”, por así decirlo

Pienso, por qué no, en Notas para unas memorias que nunca escribiré, de Juan Marsé (Lumen), también un diario de vida, aunque escrito con un ánimo desvencijado y más bien crepuscular, un documento amargo, a veces desagradable, que vuelca una mirada bastante agria sobre el mundillo literario y editorial. Tiene interés contrastarlo con uno de los que probablemente serán aplaudidos como “libros del año”: los Diarios de Rafael Chirbes (Anagrama), a menudo también deprimentes. Pasando por alto las insalvables diferencias entre la naturaleza y el calibre de los dos libros, de su lectura superpuesta cabría sacar algunas lecciones, no pocas relativas a los efectos no siempre saludables que entraña la escritura como herramienta de desclasamiento.

Sigo recomendándoles más libros de este año en los que tuve alguna participación y de cuyo valor me siento en cierto modo garante. Uno de ellos, Los domingos, de Guillem Martínez (Anagrama), acaba de recibir el premio Tigre Juan, lo que corrobora el buen ojo del que suele hacer gala su jurado, que inesperadamente se fijó en este libro entrañable, desatendido por la crítica más convencional. Tampoco es que esa misma crítica haya puesto gran atención en otros dos libros excelentes: Cuarto de derrota, de Víctor Sombra (La Moderna), y La dedicatoria, de Botho Strauss (Las Migas también son Pan). El primero es una sorprendente colección de “ensayos narrativos” que confirma a su autor como una de las voces más singulares y sondeadoras del panorama narrativo español. El segundo supone el saludable rescate de uno de los pocos supervivientes de una decisiva generación de escritores alemanes, la de los “demoledores del establishment”, como la etiquetó Cecilia Dreymüller, en cuyas filas también se contaron Bernhard, Handke y Genazino.

Que el impacto mediático de la muerte de Almudena Grandes, justamente llorada, no diluya el tributo debido a otros importantes escritores españoles desaparecidos

Quienes nos dedicamos a la edición no sólo somos lectores a menudo desplazados: también solemos ser lectores “cautivos”, por así decirlo. Pues editar un libro comporta a menudo un buen número de lecturas paralelas, instrumentales o, por así decirlo, “ambientales”. Eso deja un margen relativamente escaso para las lecturas improvisadas, sujetas a la novedad, de esas que se hacen por curiosear, animado uno por recomendaciones fiables o por el interés particular que siente por un autor determinado. En las columnas que escribo para esta revista he dado cuenta de algunas de estas lecturas, cuando me han sorprendido gratamente. Recuerdo aquí, muy en particular, Cuentas pendientes, de la veterana Vivian Gornick (Sexto Piso), y Casa se busca, el debut de Socorro Jiménez (Caballo de Troya), dos libros que vuelvo a recomendarles con mucho énfasis. Aunque muy dispares, los dos constituyen delicados ejercicios de autoobservación por parte de dos mujeres que aciertan a mirarse con una dichosa mezcla de desenfado, inteligencia y causticidad, en el caso de Gornick en su condición de lectora.

También tienen algo en común tres libros publicados este año cuyas autoras, las tres pertenecientes a una misma franja generacional, ofrecen perspectivas críticas y desinhibidamente politizadas de nuestra sociedad, volcadas, eso sí, con un talante encantadoramente luminoso. Al hablarles aquí de uno de estos libros, Marzhan, mon amour, de Katja Oskamp (Hoja de Lata), empleé una fórmula que puede orientarles respecto a lo que apunto: la felicidad como resistencia. También Belén Gopegui en Existiríamos el mar (Literatura Random House) y Ali Smith en su Cuarteto estacional (Nórdica) sugieren, las dos
con admirable solvencia, modelos de resistencia a la deriva crecientemente destructiva del capitalismo empleando categorías cordiales: solidaridad, imaginación, comunidad, eso que Roberto Jacoby bautizó estupendamente como “tecnologías de la amistad”. “Organizar la rabia y defender la alegría”: la vieja consigna que ha hecho suya el movimiento feminista parece latir en estas manifestaciones, tan divergentes entre sí, de lo que admite ser interpretado como lenta emergencia de una nueva narrativa crítica y movilizadora susceptible de desplazar la estética y el sentimentalismo de la derrota que todavía suelen connotar el imaginario de la lucha social.

Nunca está de más cerrar el año literario con un recuerdo a los fallecidos. Que el impacto mediático de la muerte inesperada de Almudena Grandes, justamente llorada, no diluya el tributo debido a otros importantes escritores españoles desaparecidos también este mismo año. Recuerdo en particular a José Caballero Bonald, a Francisco Brines, a Antonio Martínez Sarrión, tres nombres referenciales de la poesía de la segunda mitad del siglo XX. Y recuerdo, uno y otro en extremos opuestos del espectro político, a Mikel Azurmendi y a Alfonso Sastre, dos intelectuales incómodos por muy distintas razones, que encajan mal en el estandarizado relato de nuestra historia y cultura recientes.