Las ventas de libros en España crecen un 44 % en el primer semestre de 2021” (Heraldo, 07/09/21). “El libro vuela hacia la facturación más alta de la última década en España” (El País, 08/09/21). “No es sólo que el sector editorial haya recuperado lo perdido en pandemia, es que incluso comparando las ventas de lo que llevamos de 2021 respecto a las pre-covid de 2019, el mercado del libro crece: factura un 17 % más que hace dos años” (El Mundo, 08/09/21). “Las ventas de libros alcanzan máximos de la década” (El Economista, 02/11/21). “El sector del libro está pletórico. El confinamiento del año pasado hizo crecer los lectores hasta máximos históricos y la progresiva reducción de las restricciones sanitarias no ha frenado este incremento” (Ara, 14/12/21)...
Si la tendencia al alza se confirma, ¿se reflejará en los honorarios que perciben los trabajadores del sector editorial? ¿y cuánto habrá que esperar?
Quién no se alegra con estos datos, por muy precavido que sea respecto al futuro. Hace sólo unas pocas semanas, desde estas mismas páginas confirmaba el diagnóstico Silvia Sesé, directora editorial de Anagrama, y al hacerlo invocaba la necesidad de apostar por la sostenibilidad de la producción ideando “intervenciones imaginativas” que, entre otras cosas, contribuyan a “proporcionar más estabilidad a autores, traductores, libreros”.
Doy por supuesto que la enumeración que hace Sesé incluye tácitamente correctores y otros trabajadores autónomos del sector editorial, cuya precariedad no cesa de agravarse. Puede que me falte información, pero no me consta que la mencionada bonanza se haya reflejado en las tarifas que cobran, que apenas se han incrementado en los últimos 12 años, después de que, tras la crisis del 2008, fueran, en no pocos casos, sustancialmente rebajadas.
“A pesar de que el escenario es muy positivo, el sector todavía no se sitúa en los niveles de antes de la crisis de 2008, cuando el mercado cayó un 30 %”, se leía en el mismo artículo del diario Ara antes citado, que sin embargo recogía el siguiente pronóstico de Patrici Tixis, presidente del Gremi d’Editors de Catalunya: “Aún no hemos llegado, pero nos estamos acercando”.
Si esta tendencia se confirma, ¿se reflejará en los honorarios que perciben los trabajadores del sector editorial? ¿Y cuánto habrá que esperar?
Se diría que las “intervenciones imaginativas” a las que alude Sesé pasan por esta medida tan obvia: la de ajustar unos honorarios que en España son endémicamente bajos, muy inferiores a los de otros países europeos, y en los que –insisto– apenas viene repercutiendo, de momento al menos, la tan cacareada recuperación el sector. Los incrementos de las tarifas de corrección y de traducción en los últimos diez años se contabilizan por décimas, y muchas veces se ven contrapesados por sistemas de recuento de caracteres que merman el cómputo final. Y eso a pesar de que buena parte del trabajo y sus tráficos se realiza en la actualidad en pantalla, sin costes de papel y desde el supuesto de que el colaborador cuenta con el equipamiento y la instrucción adecuados.
Entre la presión de los grandes sellos, que optimizan los beneficios a costa de reducir al máximo los costes de producción, y la austeridad de los más pequeños, que sobreviven a costa de la autoexplotación de sus propios impulsores y la solidaria abnegación de sus allegados, muchos trabajadores del sector editorial, crecientemente proletarizados (pero lo mismo cabe decir, de manera aún más agorera, de los colaboradores de la prensa, que a menudo son los mismos), viven en una permanente cuerda floja que, por si fuera poco, las nuevas cuotas de autónomos que planea el Gobierno amenazan con romper.
“La buena tendencia tiene que ser un momento para transformaciones significativas que aviven el atractivo de nuestro oficio”, concluía muy plausiblemente Sesé.
Eso, eso, nos decimos muchos que formamos parte de él, y que entretanto sabemos muy bien en qué tipo de atractivo estamos pensando en muy primer lugar.