Naturalmente que es un poema. Pero es también un monólogo dramático y una carta de amor. Es un homenaje a los amigos y un tributo a los maestros, a los viejos y a los nuevos. Es una asombrosa lectura –una apropiación, casi– de Rey Lear. Es una sesgada autobiografía intelectual, que reúne destellos de Heráclito, Parménides, Ovidio, Dante, San Juan de la Cruz, Hölderlin, Rilke, Gottfried Benn, T. S. Eliot, Marina Tsvetáieva, Jaime Gil de Biedma, Wallace Stevens, Ted Hughes, Iris Murdoch, Heidegger… y por supuesto Shakespeare, siempre Shakespeare, todo Shakespeare. Y al fondo los maestros pintores (Brueghel el Viejo, Tiziano, Velázquez, Goya), y la música de Schubert, de Beethoven, de Tristan Murail.
Es un ensayo filosófico, también, sobre el tiempo que pasa, sobre lo que hace y lo que puede el tiempo, sobre la paternidad y la herencia, sobre la transmisión, sobre la trascendencia. Es una confesión y un ajuste de cuentas, de las propias cuentas. Es un ejercicio radical, despiadado casi, de desnudamiento. Es la crónica terrible y emocionante de una crisis amorosa que, como casi todas, precipita una crisis personal (y que cada uno decida qué es lo que precipita qué).
'Tormenta todavía', de Andreu Jaume, es una confesión y un ajuste de cuentas, de las propias cuentas. Es un ejercicio radical, despiadado casi, de desnudamiento
Es –ya está dicho– una carta de amor, y una apasionada declaración de amor, y una conmovedora reflexión sobre el amor y sobre esa dimensión épica del amor que constituye la vida en pareja. Pero sobre todo es una profunda y descarnada introspección sobre la pérdida de la juventud y el ingreso en la madurez, una despedida y un tránsito, una metamorfosis y un aprendizaje. A cuenta de esto último hay que poner, sin duda, el tono a menudo sapiencial que impregna el texto.
Hablo de Tormenta todavía, de Andreu Jaume (Sloper, 2022). La bien ganada notoriedad que Jaume ha ido adquiriendo como editor, traductor y ensayista viene eclipsando, de momento, su condición esencial de poeta, acreditada ya en un libro anterior, Cap de Mar (Barral/Malpaso, 2014), como este un poema dramático y ensayístico, escrito en ritmo endecasilábico, engañosamente prosaico. Y acreditada también, cómo no, en sus impecables traducciones –y ediciones, admirablemente prologadas– de Shakespeare, de Eliot, de Auden, de Geoffrey Hill, de
Anne Carson, etc.
Importa subrayar esto último por cuanto Tormenta todavía, como ya queda sugerido, es un poema íntimamente imbricado con otros, que surge de una experiencia de vida nutrida y esclarecida por la poesía de los otros, por la literatura de los otros. Puede que este sea –por encima del que depara la escenificación de la propia intimidad, tanto más sorprendente cuanto inesperada en alguien que proyecta una imagen pública tan circunspecta y severa– el aspecto más destacable de la propuesta poética de Jaume: su desacomplejada asunción de que no existen fronteras, sino una mutua y fértil interacción, entre lo que uno “vive” y lo que uno lee, escucha, contempla, piensa.
En Experiencia (2000), también un libro sobre el ingreso en la madurez, se queja Martin Amis de que “la mayor deficiencia de la literatura” consiste en que “su imitación de la vida no te prepara para los acontecimientos más importantes”. “Para estos –añade– sólo la experiencia ofrecerá respuestas.” Pero esa experiencia se construye y se ilumina también a partir de la literatura. Puede que, en efecto, esta no prepare para “los acontecimientos más importantes”, pero sin duda contribuye a asumirlos, a enfrentarlos, a comprenderlos. A responderlos, en definitiva.
Tal es la mayor lección que depara la lectura desbordante de Tormenta todavía, que entre los epígrafes que lo encabezan contiene este soberbio apunte de Elias Canetti: “Principio del arte: reencontrar más de lo que se ha perdido”.