Tras una violenta refriega, el indio Galvarino es capturado por los españoles, quienes, en “ejemplar castigo”, le amputan las dos manos y lo dejan volver junto a los suyos. Exhausto y casi desangrado, Galvarino llega por su propio pie al campamento del ejército araucano, cuyos jefes se hallan reunidos en consejo. Irrumpe entre ellos y, mostrando sus muñones, los arenga bravamente, disuadiéndolos de cualquier pacto con los conquistadores. Les dice entre otras cosas:

“Volved, volved en vos, no deis oído / a sus embustes, tratos y marañas, / pues todas se enderezan a un partido / que viene a deslustrar vuestras hazañas; / que la ocasión que aquí los ha traído / por mares y por tierras tan estrañas / es el oro goloso que se encierra / en las fértiles venas de esta tierra. // Y es un color, es aparencia vana / querer mostrar que el principal intento / fue el estender la religión cristiana, / siendo el puro interés su fundamento; / su pretensión de la codicia mana, / que todo lo demás es fingimiento, /pues los vemos que son más que otras gentes / adúlteros, ladrones, insolentes”.

Dos nuevas ediciones de 'La Araucana' ponen de actualidad un texto asombroso, cuya lectura movió a Juan Benet a entonar un mea culpa por haberlo desdeñado siendo joven

Rimadas a mediados del siglo XVI por un español, Alonso de Ercilla, que participó como soldado en la ferocísima Guerra de Arauco, en el sur de Chile, estas palabras parecen una réplica apasionada a los argumentos blandidos por quienes, más de cuatro siglos después, aún pretenden que “nuestro legado” en América fue “llevar el catolicismo, la civilización y la libertad”, como dijera Isabel Díaz Ayuso.

El Cultural entrevistaba hace poco al historiador Antonio Espino, experto en la Conquista, el último de cuyos libros, La invasión de América (Arpa, 2022), presenta ésta como “una historia de violencia y destrucción”.

Como si se tratara de acudir en apoyo de esta premisa y contrarrestar la ofensiva revisionista que ha tenido recientemente lugar a propósito de la cuestión, el azar ha determinado que desembarquen en las librerías, casi simultáneamente, dos nuevas y formidables ediciones de La Araucana, de Ercilla, el único poema épico de la edad moderna que ha ingresado en el canon de la literatura española.

Las dos ediciones no compiten entre sí. La de la Biblioteca Castro, a cargo de Luis Íñigo-Madrigal, autor de la instructiva y experta introducción, presenta el texto limpio de notas. La de la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española, al cuidado de Luis Gómez Canseco, es una edición monumental, tan erudita como didáctica, que además de un copioso aparato de notas incorpora una verdadera enciclopedia ercillana, que permite acceder al texto desde varias perspectivas y a distintos niveles, y que revela a Ercilla como un cortesano de mente calculadora, inspirado por el afán de éxito más que de gloria, en las antípodas de la entrañable humanidad de Cervantes, viejo soldado también, quien sin embargo lo admiraba.

Las dos ediciones ponen de actualidad un texto por muchos motivos asombroso, cuya lectura movió a Juan Benet a entonar un mea culpa por haberlo desdeñado siendo joven. A Benet le fascinó del poema la insólita mezcla de épica y crónica, “dos categorías que las más de las veces se repugnan y excluyen” pero que Ercilla, “el épico veraz”, se siente en el deber de superar “porque le ha sido dado un favor que no ha disfrutado ninguno de los épicos que le precedió: ser testigo de la misma gesta”. Es por eso por lo que, dice Benet, “todo el poema resulta un canto a la ambivalencia”: ambivalencia de géneros pero también de sentimientos: “horror a la guerra y admiración hacia el coraje; orgullo por la conquista y desprecio hacia la dominación; respeto y admiración hacia el nativo y odio a la barbarie”.