Poco antes del verano la editorial Debate publicó Borriquitos con chándal, de Rafael Sánchez Ferlosio. Se trata de un pequeño volumen en el que yo mismo reuní y presenté sus principales artículos y ensayos sobre educación, comprendidos algunos dedicados al deporte y a la televisión, asuntos, para Ferlosio, estrechamente imbricados con el primero.
Las ideas sobre educación de Ferlosio no han perdido vigencia. Lejos de eso, inciden de manera polémica en los debates que no cesan de suscitarse en torno a esta importante materia. Particular interés tiene su severo rechazo a que “los papás y las mamás de los alumnos”, como escribe con ironía, se entrometan en las tareas de enseñanza, ejerciendo un control creciente sobre el profesorado.
Según Ferlosio, “el muchacho que empieza a ir al colegio tendría que compenetrarse plenamente con la idea de que el ir desde su casa hasta el colegio es verdaderamente una salida al exterior, un camino que apareja cruzar una frontera, para pasar a un territorio, no ciertamente enemigo, pero en el que tiene que saber sentirse a solas en lo que se refiere a la vida familiar, lo que a la vez implica comprender cabalmente que este nuevo conjunto de personas al que se incorpora no es, de ningún modo, propio y personal, sino indistintamente común y colectivo”.
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Recordé estas palabras al leer hace poco las dos cartas sucesivas que en 1921 escribió Franz Kafka a su hermana Elli en relación a la educación del hijo de esta, cuando contaba diez años de edad. Kafka se sirve de un notable pasaje de Jonathan Swift en Los viajes de Gulliver, donde, discurriendo sobre las relaciones entre padres e hijos en el país de Liliput, dice que sus habitantes “opinan que, de entre los seres humanos, es a los padres a quienes menos debe confiarse la educación de los hijos”.
Al hilo de este pasaje, escribe Kafka: “La diferencia esencial entre educación verdadera y educación familiar es la siguiente: la primera es una cuestión humana, la segunda es una cuestión familiar. Todo hombre tiene su puesto en la humanidad o tiene, al menos, la posibilidad de sucumbir a su modo; pero en la familia encasillada por los padres solo tienen su puesto hombres totalmente determinados que responden a exigencias totalmente determinadas y, más aún, a los términos dictados por los padres”.
Franz Kafka se cuenta –importa subrayarlo, a más de un efecto– entre los muy escasos autores contemporáneos que Rafael Sánchez Ferlosio leyó con atención y aprovechamiento.
No es seguro que alcanzara a leer esas dos cartas a Elli, pero ya en un viejo y hermoso texto de 1981, que sirvió de epílogo a la Homilía del ratón, Ferlosio evoca a Kafka para sostener que todo llamado del espíritu comporta el mandato de abandonar el ámbito de lo familiar y conocido y exponerse a la intemperie.
Ferlosio evoca a Kafka para sostener que todo llamado del espíritu comporta el mandato de abandonar el ámbito de lo familiar y conocido y exponerse a la intemperie
El artículo al que me refiero se titula “Weg von hier, das ist mein Ziel”, palabras pertenecientes a un enigmático fragmento narrativo de Franz Kafka. En este, un hombre ordena a su criado que le ensille el caballo. Al ser preguntado por el motivo de su partida, responde: “Fuera de aquí, tal es mi meta”.
“¿Será el exterior sentido como el sitio del espíritu, por la contraposición a una naturaleza cuyo ensimismamiento y servidumbre se configura y representa en forma de interior?”, se pregunta Ferlosio al comentar el fragmento de Kafka.
La “salida al exterior” que para Sánchez Ferlosio debería entrañar toda escolarización prefigura, pues, el movimiento del sujeto adulto que “responde al soplo del espíritu”. En los dos casos, “más que de ir a parte alguna, y menos todavía de llegar, se trata de partir”.