La editorial mexicana Gris Tormenta acaba de publicar, en su colección Editor, el último libro de Alejandro Zambra: Un cuento de Navidad. El título despista un poco, la verdad sea dicha, pues no se trata ni poco ni mucho de la Navidad, sino, como escriben los editores en la cubierta del libro, de “una historia sobre los vínculos entre la literatura y la vida” y, más en particular, “sobre una compañía que se borra”.

¿Y quién o qué demonios es esa “compañía que se borra”? Me adelanto a desvelarles el misterio: el editor. Pero no el editor dueño y responsable de la cabecera o del sello en que el texto se publica (el publisher), sino el “editor de mesa”, la persona que eventualmente corre con el cuidado del texto en cuestión, al que acompaña en el trayecto que recorre de las manos del autor a la imprenta (es decir, el editor, con pronunciación esdrújula, por continuar con la mucho más explícita terminología de que disponen los anglosajones para el mundillo editorial).

Un cuento de Navidad trata de la relación del mismo Alejandro Zambra con su editor (“me gustaba llamarlo así, mi editor, como si fuera solamente mío, supongo que para darme color, y también porque a veces realmente pensaba que era mío, del mismo modo que él creía que yo en cierto modo, le pertenecía”, advierte Zambra entre paréntesis, muy al comienzo de su cuento). Una relación de estrecha complicidad, primero en el marco de la sección cultural para la que Alejandro Zambra colaboró durante varios años como reseñista (en el diario chileno Las Últimas Noticias) y más adelante durante los preparativos de varios de los libros más o menos inclasificables publicados por Zambra a orillas de su obra narrativa.

Zambra y Braithwaite han urdido un estupendo artefacto literario que hace girar un espejo en el que los dos se reflejan

Con mucho humor, Zambra cuenta los términos y el desarrollo de esa relación esencialmente solidaria, de jerarquía siempre fluctuante, atravesada de manías y de susceptibilidades, y en su caso particularmente cómica debido a la peculiar personalidad del editor en cuestión, aquí llamado David Tightwad, un maestro de las sombras y las bambalinas, tutor y cómplice de varios de los más destacables escritores chilenos de la actualidad.

En el centro de Un cuento de Navidad se halla una divertidísima anécdota que gira en torno a la publicación de 2666, de Roberto Bolaño, en torno a la sonada reseña que sobre la novela escribió Zambra, y la codiciada posesión del ejemplar correspondiente.
Pero lo que singulariza el cuento (una crónica personal, en realidad) es que se presenta editado, prologado y anotado por el mismísimo Andrés Braithwaite, a quien algunos indicios bastante inequívocos señalan como muy probable inspirador del personaje de David Tightwad. Las notas al pie de Braithwaite, llenas de humor también, ilustran de manera obviamente paródica el tipo de observaciones que al editor le cabe hacer acerca de un texto a su cuidado, aun si ofrece una apariencia de solvencia y buen acabado como este de Zambra.

Alejandro Zambra y Andrés Braithwaite han urdido un estupendo artefacto literario que hace girar un espejo en el que los dos se reflejan. Un juego carcajeante pero de enorme seriedad, en el que de lo que se trata, en definitiva, más allá de las relaciones personales entre el autor y el editor, es del texto mismo, campo de batalla de una comedia no exenta de crueldad, que tiene algo de amable y delirante duelo cuyo desenlace vienen a ser las palabras que Zambra pone en boca de Tightwad –en quién si no–, y que sin duda aciertan a colocar a los editores en su sitio: “Ni antagonistas ni protagonistas. Los editores damos más o menos lo mismo. Somos una compañía que se borra”. 

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