La semana pasada vi en Filmin El cielo rojo (2023), película del director alemán Christian Petzold que el año pasado obtuvo el Gran Premio del Jurado en el Festival de Berlín. Se trata de una película sencilla, que transcurre enteramente durante unos pocos días de verano en una casa junto al mar. A ella se retira Leon en compañía de su amigo Felix, fotógrafo, para terminar una novela de la que ya ha entregado una primera versión a su editor, quien le ha dicho que irá a visitarlo para hablarle de ella.

En la casa que ocupan Leon y Felix se ha instalado antes, sin ellos saberlo, una joven cuya presencia perturba los planes de concentración de Leon. La película dibuja con engañosos aires de comedia las relaciones que se establecen entre los dos amigos, la joven y un chico que la visita por las noches. No es una película que encaje de lleno en el patrón de tantas películas “de escritores” o “sobre escritores” de las que estamos más o menos hartos.

Pero Petzold, que además de director es el guionista de la película, traza con humor y sutileza una caricatura bastante certera del egocentrismo y de las susceptibilidades tan propias del escritor inseguro (¡y ay del que no lo sea!), más todavía cuando está a punto de poner fin a una obra que lo ha absorbido durante meses, acaso años.

Al cuarteto que protagoniza El cielo rojo se añade, casi a última hora, el editor que visita a Leon para hablar de su libro.

En este punto conviene saber que Leon es un escritor treintañero, todavía incipiente, autor hasta el momento de solo un libro de relativo éxito.

El hombre que lo visita, bastante mayor que él, no es el dueño de la editorial que lo publica, sino el editor de su libro, en la acepción anglosajona del término, es decir, la persona de la editorial encargada de ocuparse del texto antes de su publicación.

Tal y como se le representa en la película, con rasgos algo tópicos, puede resultar engañoso para según qué espectadores que quizá se hagan, a partir de él, una idea bastante equivocada de cuáles son, al menos en el ámbito de la lengua española, las relaciones de los escritores con sus editores.

La labor del editor de mesa en España es muy diferente a la que muestra la película 'El cielo rojo'. De otro modo no llegarían a nuestras manos tantos libros en el estado en que lo hacen

El caso es que el editor de El cielo rojo visita a Leon para, sentado junto a él, proceder a la lectura en voz alta del texto, deteniéndose eventualmente a señalar problemas, dificultades, incorrecciones, fallos, desajustes…

¿Se imaginan?

No, la realidad, al menos en España, es muy diferente, no vayan a pensarse. De otro modo no llegarían a nuestras manos tantos libros en el estado en que lo hacen. A ese personaje paciente, a la vez comprensivo y exigente, además de experto, que “comparte” el texto con el autor y se compromete con él a optimizarlo —cuando no a concluir de común acuerdo su completa inutilidad, como es el caso—, corresponde en la realidad un “editor de mesa” (tal sería la traducción más aproximada del editor anglosajón) abrumado de trabajo, sin autoridad alguna para cuestionar las decisiones del escritor, al que tiende más bien a temer, consentir y adular, sin tiempo apenas para hacer él mismo, de puertas adentro, una única y rápida lectura del texto en cuestión, que generalmente arrebatan de sus manos en la misma editorial para introducirlo de una puñetera vez en la maquinaria de producción y cumplir así la fecha decidida meses antes por los comerciales.

Hechas las excepciones de rigor, la cosa no cambia mucho, créanme, en los sellos artesanales y casi unipersonales. Y las consecuencias a la vista están. Ni la novela que Leon termina por tirar a la basura, ni la que escribe luego, hubieran corrido la misma suerte en nuestras circunstancias reales.