Goya en Burdeos
A Saura se le pueden perdonar todas las "licencias poéticas" que se permite, incluida la Fura dels Baus. ¿Por qué no? Tiene que presentarnos a Goya con la sabiduría intuitiva del artista que le permite encontrar la sintonía con el genio
La violencia más temible se produce en el interior de la mente del hombre, como lo demuestra el espectacular arranque de la última película de Saura, "Goya en Burdeos". Los helicópteros de "Apocalypsis now" o el bombardeo en las playas de Normandía de "Buscad al soldado Ryan" no nos presentan escenas más fuertes y sobrecogedoras que la entrevista imagen del toro despedazado, de su cabeza por el suelo, sus patas cortadas en un barreño sanguinoliento o el arrastre de su cuerpo desollado por la sala en penumbra, de pesadilla, con poleas y garruchas, cuerdas y abandono.Saura ha entrado bien en la mente de Goya. Ese inicio, en que el artista viejo sueña con la "fiesta" que tantas veces representó, pero ya acabada, con los terribles despojos del animal rotos en pedazos, convertidos en su propio rostro, nos ilustra en imágenes bellas y terribles cómo pudo ser la fantasía de un hombre genial, de la que nacieron esas lúgubres prisiones en que yacen atados y torturados los hombres o bien despedazados por desnudos caníbales, tratados como animales. Y todo mientras suena y resuena con ritmo embriagador y golpea con violencia en nuestros oídos una de las músicas más transparentes y cristalinas del siglo XVIII, el fandango para instrumentos de cuerda con su acompañamiento de castañuelas del italiano Luigi Boccherini, Pero esa es la esencia del arte -y Saura ha hecho de su película arte-, el trasmutar las cosas y los sonidos, convirtiéndolos en otra realidad.
La película se hace corta. Yo querría seguir viendo a través de la imaginación de Saura, más de Goya, porque Saura ha acertado de lleno. Ese es Goya. Sí, fue así, Humano, violento, cariñoso, apasionado, divertido, ambicioso, inteligente, obstinado, cobarde, sordo, agarrado a su dinero, generoso, optimista, Pero no hubo en él ni un ápice de locura, sino la locura de los hombres que él supo representar en imágenes de fuerza poderosa, tal vez como ningún otro artista haya acertado a hacerlo.
En una escena impresionante, inventada y posible, Saura es capaz de transmitir la esencia de Goya: su sensibilidad única, viril y femenina, la belleza de su técnica, la sensibilidad dieciochesca de su pincel, la precisión de su mano para describir la vida y las cosas desde el principio de su vida hasta el fin. En una bodega de Burdeos, un grupo de exiliados españoles ha formado su tertulia, Moratín y otros, y Goya. El tabernero es de Aragón, y han hablado y bebido todos, ya han "arreglado" España, y en ese momento, antes de levantar la reunión, le piden al tabernero que baile una jota. La jota de ese hombre es inenarrable, sus raíces se hunden en una España antigua, pagana; es una danza en que el ímpetu sexual de la música hace levantarse de repente a Goya, que se aparta de los otros, pero es ya imaginación, ensueño, y baila él, fuerte y delicadamente, viejo, ofreciendo su baile al amor lejano, perdido, de Cayetana, la duquesa de Alba, Un hombre así pinta como él pintó, exquisitamente, Un hombre así, sabe luego apoderarse de ellos, penetrar hasta lo más oculto de sus almas y dejarlos plasmados en sus cuadros, en sus retratos, con impresionante honradez.
A través de los ojos de Saura, se entienden muchas cosas en Goya, ¡por fin! Desde cómo pudo ser su relación con la duquesa de Alba o su sordera hasta cómo pintó las Pinturas Negras o le quiso Leocadia Zorrilla. A Saura se le pueden perdonar todas las "licencias poéticas" que se permite, que son muchas, incluida la Fura deis Baus, ¿Por qué no? Tiene que presentarnos a Goya y no lo puede hacer con las notas a pie de página de los estudiosos y eruditos, sino con la sabiduría intuitiva del artista, hermano de artista, que le permite encontrar la sintonía con el genio. Con la visión de Goya de Saura no importa el que haya en la película desajustes cronológicos notorios, que en cualquier caso se podrían justificar como recuerdos del propio pintor, alterados, como sucede muchas veces con nuestra memoria, por el paso del tiempo. Más puede molestar, quizá, el ver a Goya paseando por una soñada galería de cuadros "suyos" o en su casa de Burdeos rodeado de algunas obras que no pintó nunca, como toreros y chulapas de cartel de toros, pero eso viene compensado y con creces con las impresionantes tomas de las obras del artista, presentadas como nadie lo ha hecho hasta ahora en los mediocres documentales y series televisivas que existen sobre su figura.
Hay en la película de Saura, como en las obras de Goya, momentos de intenso realismo, vivido, emocionante. Quizá el más interesante, el pequeño escenario con el fandango bailado en la casa de los duques de Osuna; y el más preciso, la escena en la imprenta litográfica de Gaulon, cuando Goya va despegando de la piedra litográfica, aún húmedo el papel con una de las escenas de los "Toros de Burdeos". Hay también recuerdos pasados en los que se mezcla la ensoñación con lo vivido, ya lejano y deformado por la memoria, como su visión de "Las meninas" de Velázquez.
Los ojos de los artistas, de los pintores, suelen ser muy profundos y Goya nos dejo los suyos en varios autorretratos, desde joven hasta ya maduro, como el que lleva el cabello revuelto, regalado a la duquesa de Alba, ahora en el Museo del Prado. Quizá sea una cierta blandura en el mirar, la única imperfección de Rabal en su difícil papel del genio anciano, de ese genio que sin apenas sostener los pinceles retrató a uno de sus amigos exiliados, Muguiro.
En el alma de Goya estaba, y muy profundamente metida, su amistad con Zapater, al que escribe durante años cartas de amor, más que de amistad. En su ancianidad ¿había olvidado Goya, según Saura, a su amigo, muerto hacia ya muchos años?