Image: La pasión de la memoria

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Primera palabra

La pasión de la memoria

11 octubre, 2000 02:00

Juego limpio, la novela que acaba de ser milagrosamente rescatada del olvido, responde a la "pasión por la verdad" de María Teresa León. La ficcionalización de la propia memoria es, en su caso, un acto de "no resignación"

La guerra y la memoria, las guerras de la memoria y la memoria de la guerra, son dos insistencias, dos obsesiones elegidas y meditadas, dos claves en la literatura de María Teresa León. Las escenas de la guerra española que ella convierte en ficción, en memoria activa a lo largo del tiempo, son una necesidad moral, un deseo de aclaraciones y una conciencia narrativa, aprendida biográficamente, de que los momentos extremos son buen territorio para indagar a través de la literatura en la condición humana. El compromiso de María Teresa León a partir de 1936 se configura así por la necesidad de mantener la denuncia de una injusticia, por el deseo de aclarar la verdad de unos hechos enturbiados en el vértigo de los intereses históricos y por la conciencia de que la guerra es un teatro en el que salen a escena las pasiones, los miedos, las miserias y las grandezas de los seres humanos, teatro que se ajusta bien a una escritura de argumentos y recursos sentimentales.

No es extraño que el libro capital de María Teresa León sea Memoria de la Melancolía, una excelente autobiografía en la que los recuerdos del pasado se mezclan con su presente, de forma desordenada y azarosa, gracias a una conseguidísima intensidad literaria. Estas memorias son imprescindibles para conocer el sentido de la cultura republicana y la experiencia histórica de una mujer que quiso ser libre, como mujer y como ciudadana, pese a haber nacido en una provincia española, Logroño, en 1903. La autora empieza por reconocer la posición desde la que escribe, el conjunto de preocupaciones e inquietudes que han conformado su literatura: "Yo sé que se han escrito muchos libros sobre los años irreconciliables de España. La guerra dejó su historia cruda y descarnada. Las batallas se cuentan ya fríamente e igual sucede con las diferencias políticas... Yo me siento aún colmada de angustia. Habréis de perdonarme, en los capítulos que hablo de la guerra y del destierro de los españoles, la reiteración de las palabras tristes... Es mi pequeño ángulo visual de las cosas. Somos los que quedamos gentes devoradas por la pasión de la verdad. Sé que en el mundo apenas se nos oye. Siempre habrá quedado el eco, pues el único camino que no hemos hecho los desterrados de España es el de la resignación".

Juego limpio, la novela publicada en Buenos Aires, veinte años después de finalizada la guerra civil, y que acaba de ser milagrosamente rescatada del olvido, responde exactamente a esta "pasión por la verdad" de una escritora que necesita explicar, desde la perspectiva de su experiencia, las razones de una situación histórica poco a poco olvidada o confundida por el paso del tiempo. La escritura literaria sobre temas históricos, la ficcionalización de la propia memoria, es en el caso de María Teresa León un acto de "no resignación", una urgencia de volver a explicar ciertos temas decisivos ante el manipulado público español de la dictadura y ante el desinterés interesado de la opinión internacional. En La historia tiene la palabra (Noticia sobre el salvamento del tesoro artístico español), María Teresa León asume la situación que marca su propia obra, un designio inevitable de testigo de los acontecimientos: "El hombre madrileño de entonces vivía con la obsesión de una mesa de justicia, porque aunque digan que al español le importa poco el peso digestivo albergado en su estómago, no así le sucede con la justicia, y no puede descansar sin saber que está acompañado por la razón y no cede hasta que se la otorgan. Y no cederemos. Sentábamos a la razón de nuestra guerra justa en nuestra mesa vacía de alimentos corporales y estábamos convencidos que el mundo nos miraba. No era totalmente así. El mundo evitaba aquel fulgor de razones verdaderas que más parecían el aliento del alba sobre la vieja piel española que el enrojecimiento súbito de las pasiones. Pero nosotros sí que lo veíamos. Hemos sido testigos..."

Una de las escenas que considero más significativas, en las que el humor se funde con la tragedia, sucede en Burgos. Un grupo de jóvenes fascistas lleva a tres prisioneros a casa del verdugo para que los ejecute. Cuando el verdugo, que se declara "brazo de la ley", pide una sentencia oficial, un confesor y tiempo para preparar el cadalso, los muchachos del nuevo orden le dan un culatazo por no colaborar con el glorioso Alzamiento. Al contemplar la extraña dignidad del viejo y loco verdugo, que no quiere participar en la matanza, Xavier Mora, el amigo franquista de Camilo, sufre una duda momentánea: "¿Es que el viejo sería la Ley y nuestras patrullas apenas aficionados a verdugos?" Como los falangistas se arreglan solos, el verdugo artesano puede dedicarse a hacer zambombas para la Navidad, buscando en sus instrumentos caseros un tono bajo y conspirativo que suene a estribillo insistente: "La Ley, la Ley. Las estoy adiestrando para que canten en la próxima Navidad. Bonita sorpresa les preparo -ahu, ahu, ahu-. La Ley, la Ley. Me gustaría verles las caras".

Este es el estribillo que conforma los recuerdos de María Teresa León, su dependencia intelectual con aquellos días, la pasión de su verdad, lo que mueve su memoria de la guerra y sus guerras de la memoria. Esta es la razón por la que María Teresa convierte en literatura el pasado, para explicarlo, para explicarse, para mantener viva la memoria de un olvido, de una melancolía.