Image: Crítica militante

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Primera palabra

Crítica militante

10 enero, 2001 01:00

Cuando el paisaje crítico es un páramo desolado, no puede el crítico limitarse a orientar al lector desatento y a procurarle ayuda para el disfrute de la obra. Tiene el ineludible deber de combatir la presión tergiversadora del comercio

Durante años se ha utilizado la fórmula "crítica militante" para designar la actividad ejercida en periódicos y suplementos literarios que da a conocer y enjuicia las novedades editoriales. Siempre me ha parecido poco afortunada la denominación. Exhala un tufillo vagamente bélico que viene de muy atrás, de cuando el redactor del Libro de Job acuñó su caracterización de la existencia como milicia: "Militia est vita hominis super terram". Más tarde, la reforma medieval del monacato galvanizó la vieja metáfora y favoreció la consideración del cristiano como "miles Christi". Todavía las Constituciones de la Compañía de Jesús subrayaban reiteradamente siglos después el carácter de "milites Christi" de sus miembros. Se podía combatir contra el enemigo en el campo de batalla, pero también contra los vicios o los pecados oponiéndoles un espíritu pugnaz impulsado por el brío de la fe religiosa. Todo era lucha, la vida una permanente contienda y los seres humanos soldados de distintas clases. Virtud militante contra las cuatro pestes del mundo, tituló Quevedo uno de sus tratados.

A lo largo del siglo XX se ha producido la incorporación de militante y militancia al lenguaje, pero el desplazamiento de escenario no ha logrado borrar la nota de belicosidad inherente a estos vocablos. A mí me produce una incómoda desazón la idea de que todo se apoye en el sustrato de una guerra permanente, como si sólo pudiéramos arreglar nuestros asuntos a golpes. He preferido siempre hablar de "crítica inmediata", no sólo para indicar que aparece poco después de la publicación de la obra, sino también porque suele ocuparse de libros actuales. Además, muchos otorgan al vocablo crítica el valor predominante de "censura", cuando lo cierto es que la única crítica válida es la que se plantea como juicio y examen razonado de una obra, que es el significado originario de la palabra. Y no está de más recordar que lo que se analiza o enjuicia es un producto; la persona que lo elaboró debe quedar al margen. Cuando esta frontera no se marca adecuadamente es casi inevitable el peligro de un deslizamiento hacia la crítica personal y hacia el despeñadero de la sátira. La sátira es casi siempre el fracaso de la crítica o la renuncia a ella. Otra cosa es la parodia, que se refiere al texto y no al autor, y que es un procedimiento legítimo para desactivar mecanismos retóricos engañosos, urdidos para aparentar un valor que no poseen.

Pero la sátira puede surgir también con el propósito implícito de compensar la inexistencia de auténtica crítica. Algo así comienza a suceder hoy, cuando hasta el correo, ordinario o electrónico, ha multiplicado el envío y el intercambio de coplas clandestinas, chascarrillos feroces y maliciosos dimes y diretes sobre autores y obras. Nada de esto puede extrañar. La crítica inmediata que se practica entre nosotros -y salvaría muy pocas excepciones- oscila entre la glosa amistosa y la cómoda paráfrasis descriptiva del texto. Una actitud general complaciente y acomodaticia da por bueno todo aquello que la publicidad airea y exalta. Jamás estuvieron la literatura y el arte tan supeditados a intereses mercantiles. Jamás hubo tantos actos meramente publicitarios -concesión o entrega de premios sin sorpresa, presentaciones, coloquios- arropados, como si de auténticos sucesos culturales se tratase, con la asistencia de autoridades varias. Jamás los índices de venta habían llegado a suplantar como factores de valoración a los índices de lectura. El desplazamiento del valor estético y la entronización del valor mercantil como signo de supremacía traducido en datos sobre tiradas y ediciones -a menudo falsos- o sobre traducciones -con frecuencia, aunque no se diga, subvencionadas-, tienden a sepultar cualquier consideración artística.

En estas condiciones sí que hace falta una crítica militante en el sentido pleno: combativa, denodada y armada hasta los dientes. Cuando el paisaje crítico es un páramo desolado, arrasado por vendavales y sequías inclementes, no puede el crítico limitarse a orientar al lector desatento y a procurarle ayuda para el disfrute de la obra. Tiene también el ineludible deber de combatir contra la presión tergiversadora de un comercio que arrasa muchas veces los criterios estéticos para apreciar únicamente los beneficios económicos. Se ha repetido en numerosas ocasiones que el siglo XIX fue el de la lectura, mientras que el XX ha sido el siglo de la crítica, de la profusión de lecturas interpretativas y de métodos analíticos. Es cierto que la abundancia de teorías, así como la necesidad de probar su aplicación, han multiplicado las mediaciones críticas y han hecho casi imposible el acercamiento virginal al texto por parte de un hipotético lector desprovisto de prejuicios, noticias o conocimientos previos acerca de la obra. La sobreabundancia crítica se ha visto justificada por el incremento de la producción editorial y la necesidad de orientar al lector en medio de una selva selvaggia de títulos y autores. Los periódicos no se resignan a informar de las novedades, sino que pretenden también ofrecer opinión, es decir, crítica; una tarea que exige conocimientos, pero sobre todo, el sosiego requerido por cualquier actividad intelectual. No siempre es compatible esta necesidad con el apremio vertiginoso de la prensa, que se alimenta vorazmente de actualidad. Hay demasiados críticos improvisados, formados -es un decir- a toda prisa, y también abrumados por la urgencia de su tarea, por el escaso tiempo disponible para la lectura reposada y la reflexión. Si además de esto les pedimos la zambullida sin armas y sin pertrechos en el mar de tiburones de los intereses editoriales, será dificil que se muestren discrepantes y combativos. Lo normal es dejarse llevar por el oleaje hasta acabar en una calma chicha formada por elogios encendidos, benévolas observaciones, satisfacción contagiosa de mecachis qué guapos somos y alegría de vivir en el mejor de los mundos posibles, que no es ya -ay dolor- aquél en que se forjó la crítica de Larra, de Clarín, de Pérez de Ayala, de Andrenio, de Salinas, de tantos que acertaron a llamar al pan pan y al vivo vino sin abdicar de su opinión. Ahora... Campos de soledad, mustio collado.