Image: Moda, belleza, museos

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Primera palabra

Moda, belleza, museos

21 marzo, 2001 01:00

La modernidad pertenece al pasado. La historia se ha desvanecido. Como la belleza. De ellas queda sólo una huella innombrable. Y la moda está en los museos. No de modo figurado, como el texto de Baudelaire, sino al pie de la letra

La belleza se compone de dos elementos, uno es eterno e invariable y su medición es extremadamente difícil, el otro, que es relativo y circunstancial, radica por así decirlo y tomando estos factores, bien uno a uno, bien conjuntamente, en la época, la moda, la moral y la pasión. Sin ese segundo elemento, que es como el adorno seductor y excitante del divino pastel, el primero nos resultaría indigesto y poco atractivo, ya que no se adecúa a la naturaleza humana.
Baudelaire

Pocos textos se citan y comentan más a menudo, cuando se habla de arte y modernidad, que este excurso, abruptamente generalizador, que Baudelaire sitúa en las primeras páginas de su ensayo El pintor de la vida moderna. Su interpretación se presta a pocas dudas. Baudelaire está yuxtaponiendo aquí dos maneras de juzgar el valor estético de una obra de arte, una habitual y otra nueva. La primera apelar a una "belleza eterna", la segunda a una "belleza pasajera". Ambas son igualmente válidas, o al menos esto es lo que dice el autor, aunque advertimos que en el fondo de su argumentación late una simpatía implícita para con la segunda y una antipatía bastante manifiesta para con la primera, a la que califica de "indigesta" y "poco humana". El parti pris de la modernidad, en todo caso, se inscribe en esta segunda posición.

Conviene observar de todos modos que la dicotomía baudelairiana no es, en sí misma, radicalmente nueva. Se parece bastante a la que unas pocas décadas antes planteaban los románticos al oponer a la noción clásica de la belleza objetiva y atemporal la noción nueva de lo romántico, una categoría estética intrínsecamente impregnada de subjetividad y por tanto de temporalidad. El propio Baudelaire, por su parte, apela a un precedente más antiguo todavía. En efecto una pocas líneas más abajo del texto citado continúa: "La dualidad del arte es una consecuencia fatal de la dualidad del hombre. Considerada la parte eternamente duradera de la obra de arte como su alma y el elemento variable como su cuerpo". De este modo la dualidad tradicional/moderno emparenta con la venerable teoría platónica de las dos bellezas, la ideal o celestial y la material, o vulgar (pandemon como se dice en El Banquete).

Lo más nuevo de la formulación baudelairiana estriba en los matices con que pinta lo moderno, especialmente en esa serie de términos ("la época, la moda, la moral y la pasión") que tan llamativa resulta. Es indudable que el poeta echa mano de los recursos de su arte y usa el lenguaje por sus resonancias afectivas más que por lo que literalmente significa. Decir "la pasión" por ejemplo es una manera exagerada y expresiva de referirse a lo que en una obra de arte nos solicita y nos conduce más allá de la simple contemplación. Decir "la moda" es una manera inesperada de referirse a lo que en una obra de arte nos compromete sin comprometernos del todo. La influencia de Baudelaire sobre el arte moderno ha pasado siempre por esa lectura figurada. Asumir el carácter efímero cambiante ("como la moda") de los valores artísticos que proponían era, para las vanguardias, consecuencia inevitable de su historicismo absoluto, su dependencia respecto de "la época".

Por otra parte esa hipóstasis del tiempo, que era por su propia naturaleza, hipóstasis del presente, conducía inevitablemente a la conclusión de la incompatibilidad entre vanguardia y museo. Los futuristas la proclamaron con un acompañamiento de fuegos artificiales exagerado y francamente ridículo. Pero la mala conciencia del artista moderno frente a los museos se ha mantenido, de un modo u otro a lo largo de todo el siglo.
Mientras tanto las cosas se han ido complicando: modernidad, historia, belleza, moda, museos; todo. La modernidad pertenece al pasado. La historia se ha desvanecido. Como la belleza. De ellas queda sólo una huella innombrable. Y la moda está en los museos. No de modo figurado, como el texto de Baudelaire, sino al pie de la letra. Es indudable que en esta transformación, verdaderamente revolucionaria -en el sentido etimológico, si no político, del término-, han intervenido fuerzas muchísimo más poderosas que las que la poesía y la pintura podrían movilizar. Y no es de extrañar que algunos artistas y poetas, recordando las dos bellezas de Baudelaire o las dos Afroditas de Platón, se inclinen ahora por la otra, la que en los orígenes de la modernidad, hace casi siglo y medio, había quedado postergada.