Image: Capa y espada

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Primera palabra

Capa y espada

FERNANDO FERNÁN-GÓMEZ

26 septiembre, 2001 02:00

Espasa. Madrid, 2001. 210 páginas, 2.900 pesetas

La figura del Conde de Villamediana ha atraído con frecuencia el interés de los estudiosos, pero también de ciertos creadores, fascinados sin duda por la enigmática personalidad del noble, que vivió una vida irregular truncada por un misterioso asesinato.

En el último siglo, investigadores como Narciso Alonso Cortés o Luis Rosales se han esforzado por deshacer la madeja de datos contradictorios que ha envuelto la biografía de Villamediana, mientras que, con diferente propósito, algunos escritores han utilizado al poeta como personaje de sus obras de ficción. Joaquín Dicenta compuso el drama Son mis amores reales; de reciente aparición es la novela Villamediana, de Carolina Dafne Alonso Cortés -que Fernán-Gómez cita-, y aún puede recordarse, dentro de estos últimos años, otra del desaparecido Nestor Luján. No cabe, pues, en un caso como éste buscar originalidad en la historia escogida, objeto de múltiples asedios anteriores, sino en su desarrollo, en su construcción, en el bosquejo de personajes y escenas. Fernán-Gómez no se ha propuesto escribir una crónica, histórica, sino una novela, y lo ha hecho buscando la claridad narrativa, los cambios continuos en la acción y en el tiempo -incluso con la introducción de un anónimo relator que completa las informaciones-, cultivando a veces cierto esquematismo que convierte algunas escenas en pasajes dramáticos (vénase pág. 40, 111, 193 y ss., etc.) formados por una escueta introducción descriptiva en tiempo presente, a manera de acotación, seguida de abundantes diálogos que -obvio es decirlo- el autor compone con ejemplar destreza. Junto a personajes que corresponden a seres reales, como Villamediana, Góngora, Olivares o don Luis de Haro, el autor ha creado otros delineados con más precisión, sobre todo el del cómico Matías Gato, sin duda la figura literariamente más compleja de cuantas componen este retablo.

El resultado es una novela ligera, amena, que se lee con interés y que cumple con creces la función de entretener que cabe exigir como mínimo a toda obra novelesca. Acaso hay cierto desequilibrio entre las dos partes en que se halla dividida. En la segunda todo se precipita hacia el final, mientras que la parte inicial, mucho más extensa, contiene diversos excursos sobre costumbres o fiestas que deberían haberse abreviado. Todo lo que se cuenta, por ejemplo, del corral de comedias del Príncipe en el capítulo V figura hasta en los libros de texto, y se encuentra demasiado cerca de fuentes harto conocidas, como los capítulos 46 a 49 de la obra También se divierte el pueblo, de José Deleito y Piñuela. El entorno histórico ofrece algunos desajustes. Así, un personaje, en diálogo con Villamediana (pág. 101), menciona La Dorotea, de Lope, como obra recién publicada. Pero es imposible, porque Villamediana murió en 1622, diez años antes de que Lope diese a conocer su magna creación. En otro lugar (pág. 130) se afirma que Lope de Vega había publicado su poema El Isidro "para celebrar que el Papa acababa de canonizar al humilde y cristianísimo campesino". Lo cierto es que la canonización se produjo en 1622 -como el mismo autor recuerda en la página 132-, mientras que El Isidro había aparecido en 1599, porque no celebra la canonización del labrador, sino que forma parte de los preparativos propagandísticos para lograrla.

En el terreno del lenguaje, siempre funcional y adecuado, hay también algún detalle rectificable. No se trata de pedir arqueología, pero un personaje no puede utilizar hacia 1622 el adjetivo "fantasmagórico" (pág. 163), desconocido en nuestra lengua hasta el siglo XIX. Y tampoco parece aceptable que alguien hable de "comediantes y comediantas" (pág. 161) con el temor a la concordancia masculina propio de un medroso funcionario administrativo o de un político de nuestros días.