Image: Indicios atmosféricos

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Primera palabra

Indicios atmosféricos

JOHANNES BOBROWSKI

26 septiembre, 2001 02:00

Ed. y Trad. Alfonsina Janés. Del Oriente y del Mediterráneo. 221 páginas

J. Bobrowski (1917-1965) es un poeta hiperculto de difícil clasificación. Alfonsina Janés ha definido su poesía como "literatura cristiana en sentido muy amplio".

Y eso es esta radical construcción de un lenguaje caracterizado por la elipsis y la supresión del nexo, en el que sólo el sustantivo y el encabalgamiento configuran su aéreo esqueleto verbal. La creación de Bobrowski es un océano comprimido dentro de un solo vaso: las referencias culturales y la lección de la naturaleza constituyen un sistema de corrientes interiores en constante y místico fluir. Su tono melancólico y su carácter de invocación y de conjuro hacen de sus poemas tanto un enigma como una resplandeciente oscuridad tan lejos de Celan como de Lehmann, próxima a la tensión lingöística de Trakl y a la métrica clásica de Klopstock. Su idea del poema como "cosa privada", en la que la participación ajena es sólo "azar, dicha o error", le llevó a la configuración de un clima propio, cuyo acceso casi siempre queda vetado al lector. Su comprensión nunca es total sino metonímica: atravesar la opacidad del texto produce un placer tan melancólico como intelectual, en el que figuras de la literatura o de la música funcionan como correlato objetivo del sentimiento que su autor quiere expresar; o que surge de su afición por los compuestos; o que funciona sobre una hábil mezcla de ironía, monólogo y alusión que canalizan no un contenido de humor sino de culpa; para Bobrowski -como para muchos alemanes de su generación- "Las obras de arte son ofrendas en señal de expiación por acciones culpables".

Indicios atmosféricos participa de muchos de los hallazgos y las técnicas ensayadas en sus novelas Levins Möhle (1964) y Litanische Claviere (1966): intercambio de las instancias del discurso, investigación en la memoria agustiniana y uso cinematográfico del collage. En él hay un tratamiento metafísico del paisaje ("Mis paisajes ya no sé dónde están", escribe) y una compleja serie de conductos y de compartimentos que comunican el intimismo con la cultura y la cotidianidad. En ese claroscuro de los géneros que hay entre la oda y la elegía, Bobrowski dispone los mecanismos de su sólido sistema referencial: en él están la "torre escrita/en ascenso hacia el cielo y el frío del verano", las ciudades del Volga y las luces "sin orto ni ocaso" del Báltico, la "voz del agua/caminando sobre el viento" y los pasajes de la Biblia, y ese silencio que todavía no ha superado el dolor y que ilumina su impresionante "Paisaje antropomorfo". Pero no sólo eso: también esas palabras del desaparecido pueblo pruzzo que hay en "Nombres para el perseguido", su interpretación de "Corona de espinas" de Jawlenskij o de un móvil de Calder, "el cuenco de la oscuridad" de la catedral de Brandernburgo o su "Resurrección", escrita por un hombre que decía a sus amigos: "Vivo de la gracia". Difícil y raro Bobrowski: tanto como su insólita, dura y poética verdad, que Alfonsina Janés nos hace comprensible.