Image: Viento del sur

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Primera palabra

Viento del sur

IAN GIBSON

26 septiembre, 2001 02:00

Plaza & Janés. Barcelona, 2001. 261 páginas, 2.995 pesetas

El conocido hispanista irlandés Ian Gibson cuenta en Viento del sur la trayectoria vital y profesional de un hispanista británico llamado John H

ill. Los puntos de contacto entre autor y personaje son trasparentes: edades próximas (aquél nació en 1939 y éste en 1942), ejercicio de la docencia abandonado por una entrega a la investigación y la escritura, pasión española o residencia andalusí. Cuando falta esa coinci- dencia, los rasgos externos no se separan tampoco mucho: Hill se especializa en Rubén Darío y escribe un libro sobre política y cultura españolas recientes; se trata de aspectos concretos de un campo de estudio, la España contemporánea, no separable del que ha ocupado a Gibson, experto, con cierta notoriedad pública, en Lorca, Primo de Ribera, Dalí o episodios de la guerra civil (Calvo Sotelo y Paracuellos).

Incita, pues, Gibson a una lectura de su libro en perspectiva autobiográfica, ya que, además, el relato adopta la forma de unas memorias (Hill refiere en primera persona su propia experiencia). Pero también dispone algunos recursos para que no se identifique como una autobiografía real, sino imaginaria. Un subtítulo indica la condición de "memorias apócrifas de un inglés salvado por España". Y el prólogo se fecha en el año 2015. Con estos procedimientos se desvía la sensación de autobiografía verdadera, de la que emplea algunos elementos, hacia una narración novelesca.

¿Sobre qué clave se articula Viento del sur entendido como ficción? Pivota sobre la idea subrayada en el citado subtítulo: un inglés educado en la estricta religión metodista, traumatizado por una madre dominante, inseguro y depresivo, encuentra la "salvación" de su vida en el estudio de la cultura hispánica que remata afincándose en un encantador pueblecito granadino. Pone el broche de oro a este final feliz su emparejamiento con una española que le hace olvidar un matrimonio fracasado.

El arranque del relato remite, salvando todas las distancias, al mismo deseo de buscar un ámbito de libertad que guió hace doscientos años a los viajeros románticos. Hill trata de librarse de la opresiva sociedad inglesa, a la que dedica con acento muy crítico algunas de las mejores páginas del libro, referidas a su sistema educativo o a la religión. Luego se decanta más por presentar un conflicto psicológico y termina como una liberación personal. Y a todo lo largo de la obra incluye anotaciones testimoniales, ya sea el prohibido homenaje en Baeza a Machado o la denuncia de las rutinas universitarias.

Escrito el libro directamente en castellano -según el prólogo-, tiene su prosa de aspecto espontáneo y sencillo una notable fluidez; sólo rechina a veces la propiedad en el empleo de algunos tacos. Ese tono cercano a lo coloquial comunica bien la experiencia del protagonista, pero también resulta en exceso funcional, y carente, por tanto, de aliento creativo. Tampoco el personaje de Hill, salvo por alguna curiosidad anecdótica o costumbrista, tiene mucho interés, y sus conflictivas vivencias se recrean tan sólo con una simple destreza expositiva. Gibson, que ha hecho aportaciones historiográficas muy notables al estudio de nuestras letras, no brilla como novelista. Su obra no pasa de un entretenimiento, correcto, si se quiere, pero intrascendente. Tampoco, sospecho, tiene él mismo pretensiones mayores.