Primera palabra

The book is living a celebration

por Álvaro Pombo

29 mayo, 2002 02:00

Álvaro Pombo

El concepto de celebración es indispensable para hacer habitable este mundo. Qué duda cabe que la Feria del Libro es una fiesta, en su repetición anual como una alabanza

¿Por qué tengo que parodiar el título de la estúpida canción de Rosa de España que, malcantada en inglés con dientes de ajo, no significa nada, e incluso menos que nada si gana ese ridículo festival de Eurovisión? Esa repetitiva canción tiene una cualidad, sin embargo, sobrevenida con las repeticiones a su contenido insulso: nos recuerda que estamos viviendo en un tiempo y en un espacio despoetizado y desacralizado donde toda celebración profunda y verdadera parece imposible. Examinemos una reciente celebración madrileña: la victoria del Real Madrid en la Copa de Europa. Más casi que la brutalidad de los ultrasur, sorprende la aquiescencia de los miles de hinchas, no-brutales pero ruidosos y municipales, que rodearon esa noche la Cibeles y desfiguraron el silencio del centro de Madrid. Incluso quienes, como yo, nos alegramos con la victoria del Real Madrid, nos sentimos incapaces de celebrar la estúpida concelebración de los madridistas. La estupidez es pegajosa, la brutalidad es pegajosa, el mal gusto es pringoso: esa pringosidad es la que hace que, casi sin querer, nos inclinemos hacia la parodia y la venganza y la burla, que son, por sí mismas, actitudes espiritualmente estériles. El caso es que el concepto de "celebración", en toda su última imposibilidad, es indispensable para hacer habitable este mundo. La recomendación de Rilke en la Primera Elegía, "Comienza siempre de nuevo la nunca suficientemente alcanzada alabanza" nos recuerda que las fiestas son, con sus periodicidades, celebraciones, alabanzas, conmemoraciones, parte de la esencia temporal de los hombres. Pero he aquí que nosotros procedemos, casi sin darnos cuenta, de la escuela del resentimiento, como dice Harold Bloom. He aquí que vivimos resentidamente las celebraciones que anualmente se repiten, porque su celebración anual sólo logra cansarnos y nunca entusiasmarnos lo suficiente. He aquí que hemos, todos nosotros, recorrido el camino de la dejadez, que conduce de los espectáculos a las trivializaciones y parece que nos quedan sólo los restos del festín, los restos de la alegría, la nausea, los efectos secundarios, los efectos colaterales, la resaca. Tendríamos que asistir a una escuela en la cual, frente al "aprendizaje de la decepción", por usar la amarga y certera frase de Felix de Azúa, hiciéramos el aprendizaje de la celebración y de la alabanza. ¿Seremos capaces algún día de alabar, celebrar, los grandes acontecimientos que anualmente se repiten para ser celebrados?

He aquí dos grandes celebraciones laicas que cada año se nos ofrecen como motivo de inspiración y de alabanza: la festividad de la instauración de la democracia en España, el seis de diciembre, y la Feria del Libro de Madrid. ¿Por qué -aun reconociendo que son dos grandes acontecimientos anuales- me siento tan incapaz de alabar ambas cosas, celebrarlas con el debido júbilo, la debida voluntad integrada, el debido y absoluto entusiasmo? Leni Riefenstahl celebró con su película El triunfo de la voluntad el triunfo de la dictadura de Hitler. ¿Por qué soy yo incapaz de celebrar el libro o la democracia con igual perfección formal, con igual entusiasmo? La democracia, como los libros, es lo inacabado, lo en trance de ser, lo que está siempre en trance de dejar de ser, lo abierto. ¿Por qué me siento incapaz de alabar lo inacabado y lo abierto? Cada vez que oigo cantar Europe is living a celebration, la pegajosidad bailona de la estúpida canción me impide celebrar nada. Sólo deseo olvidar todos los espacios públicos y celebraciones y cerrarme tercamente en mí mismo. Qué duda cabe que la Feria del Libro -esta Feria del libro madrileña, en el insigne Retiro, con todo su sol que nos achicharra en ocasiones o en otras con sus violentos nublados que encharcan los tenderetes de los libros nuevos, como si quisieran justificar in situ el espléndido título del último libro de Martínez Sarrión: Jazz y días de lluvia es una celebración, es una fiesta, se enuncia en nosotros en su repetición anual como una alabanza. ¿Cómo no alabar esa maraña de 63000 libros nuevos que nunca leeremos pero que se alzan ahí para ser leídos, para ser entendidos, para ser ejercitados, realizados, prestados, comprados, vendidos, convertidos por fin en papelote?

Todos nosotros, los lectores, que hemos leído, desde que aprendimos a leer hasta la fecha, muchos libros de muchísimas clases, sabemos de sobra qué se celebra en la Feria del Libro de Madrid: sabemos que no es el acto comercial de compraventa de libros -o por lo menos no es eso sólo-, ni el acto publicitario de promoción del libro, ni el acto social de ir a ver al escritor o al lector. Lo que celebramos de verdad es la alegría de la lectura venidera, del placer de leer. Porque yo me estoy refiriendo sobre todo a los libros que se leen para ensanchar la conciencia, para mejorarnos a nosotros mismos, para entendernos unos a otros. En la Feria del Libro celebramos la preparación para el verdadero momento del lector, que es el momento de retirarse con su libro a su interior y ahí leer. Celebramos el regreso a la interioridad, celebramos el reencantamiento de la existencia en el modo de la lectura, y cada vez que compramos un libro o lo recomendamos, o hablamos de él o lo leemos o releemos, estamos en el territorio de la conciencia creadora, de la conciencia singular, individual, que, creadoramente, se une con todas las demás conciencias singulares e individuales en la intersubjetividad y universalidad de todos los textos de todos los libros del mundo.