Primera palabra

¿Un cuento de hadas?

Fotografía españolaPor Joan Fontcuberta

12 junio, 2002 02:00

Joan Fontcuberta

Una correcta política cultural para la fotografía debería advertir que no basta con ofrecer exposiciones e iniciar fondos en los museos; se necesitan comisarios preparados, coleccionistas, críticos, historiadores...

¿Para qué sirve un festival fotográfico? Pues para muchas cosas. Tal vez la primera respuesta que surge en la mente de muchos fotógrafos y gestores culturales es que los festivales fotográficos tienen una finalidad instrumental: dinamizar y celebrar un sector que durante mucho tiempo ha estado desasistido. En estos momentos es como si a la fotografía-cenicienta le hubiese llegado su PhotoEspaña-príncipe azul. Hace tiempo que las perversas hermanastras que habían confinado a la fotografía española a su infortunio habían quedado señaladas con el dedo: una incultura endémica de la ciudadanía, un torpe sistema educativo, una sociedad civil pasiva y con escasa sintonía con la contemporaneidad, un stablishment artístico acoquinado que incluía a una comunidad fotográfica ensimismada y timorata, pero sobre todo unas administraciones papanatas en el ámbito del arte y de la cultura.

En fin, el memorial de agravios es largo y ha sido comentado con profusión muchas veces, y en el baile de gala de PhotoEspaña debemos predisponernos más al festejo que a airear un ajuste de cuentas. Pero para que ahora la carroza no se convierta en calabaza hay que apuntalar la situación. Tras la euforia mediática, para que por ejemplo la presencia de la fotografía no se desvanezca ni de la memoria del público ni del mercado del arte, falta todavía afianzar las infraestructuras técnicas e institucionales así como formar cuadros de profesionales especializados. Una correcta política cultural para la fotografía debería advertir que no basta con ofrecer exposiciones e iniciar fondos en los museos; ahora se necesitan comisarios preparados, coleccionistas, críticos, historiadores, restauradores, profesores… La implantación de la fotografía en la Universidad es todavía paupérrima, los estudiantes necesitan textos teóricos en castellano, faltan publicaciones y canales de distribución, no existen dinámicas eficaces de promoción de la fotografía española en los circuitos internacionales…

Este ha sido un discurso recurrente desde que en 1982 empezase a presentarse en Barcelona la Primavera Fotográfica, que fue la primera convocatoria de este tipo de las celebradas en España, y aunque hoy se constatan algunos logros evidentes la reivindicación sigue vigente. Pero precisamente por la reiteración cansina de este tipo de argumentos, a la pregunta de para qué sirve un festival fotográfico, hoy me gustaría cambiar el chip y responder que sirve, precisamente y sobre todo, para que nos planteemos para qué sirve la fotografía. Para que aventuremos prospecciones estéticas y sociológicas. Para que especulemos sobre sus próximas andaduras.

En este sentido propondría que un festival fotográfico se convierta en un foro de ideas y de debates. Podríamos empezar reconociendo que la fotografía actual vive atormentada por la redefinición de su propia naturaleza y funciones. Las prácticas artísticas desarrolladas durante los dos últimos decenios han encontrado en la cámara una herramienta ideal para diseccionar la sensibilidad y el sentido. Se constata en efecto que la fotografía ha estallado en una diversidad de aplicaciones, las cuales enriquecen su patrimonio expresivo a costa de difuminar su identidad. La fotografía ha pasado a ocupar el espacio arquitectónico canonizador hasta ahora reservado a la pintura, se ha decantado hacia planteamientos conceptuales y narrativos, hacia la puesta en escena y la ficción. Y todo esto sucedía mientras entraba en crisis su mandato documental y los cambios tecnológicos parecían convertir la fotografía en un medio totalmente diferente. Podría decirse que la imagen fotoquímica "se inscribe" mientras que la imagen digital "se escribe". El tránsito de la "inscripción" a la "escritura" opera una metamorfosis dramática en todo el marco que proporciona el encaje cultural, ideológico e histórico a la fotografía.

Pero como conclusión de estas reflexiones un poco abstractas, ¿para que sirve hoy la fotografía? Pues para lo que, por encima de épocas y tendencias, ha servido siempre la buena fotografía: para que sobre la emulsión sensible podamos dejar fijada la emoción sensible. Para que más allá de perseguir el propósito utilitario de dejar mera constancia de los hechos, nos procure orden y transparencia en los sentimientos, en la memoria y en la vida. Para imponer una dimensión ética en la bazofia de imágenes técnicas que prepondera (puesto que es en la ética donde lo tecnológico nunca podrá arrebatar la supremacía a lo humano). Para que más que el arte de la luz, la fotografía devenga el arte de la lucidez. De todos nosotros, de los creadores fotográficos y de los que van a acompañarnos en nuestra travesía, depende que este hermoso programa no represente sólo un cuento de hadas.