Primera palabra

Desnudo y sexo explícito en el teatro

por Francisco Nieva

24 julio, 2002 02:00

Francisco Nieva

En "Manuscrito encontrado en Zaragoza" he considerado necesidad dramática de plena calidad mostrar el culo de Juan Ribó y los dulces pechos de manzana de mis jóvenes actrices. Y mostrar una escena de amor físico, pero en términos rigurosamente teatrales. Un polvo de oro, diría yo

Si quisiéramos hacer rigurosa historia de parecido asunto, pudieran rellenarse páginas y páginas a granel. La exhibición física, sin tapujos del cuerpo humano formó parte de muchos espectáculos primitivos -o primitivistas- pues la moral pagana, hasta la extrema decadencia del imperio romano, la aceptó con naturalidad.

En la Roma más decadente, a finales de la Edad Antigua, la exhibición corporal en la llamada "comedia atelana" fue "tan espectáculo", como las escenas de intriga o de reflexión. Sin embargo ningún actor se desnudó, bajándose del coturno en el teatro trágico, el teatro serio y ceremonial. Los grandes escultores como Fidias determinaron que los dioses vivieran desnudos su eternidad y los frisos partenoèos eran en verdad, teatro y marco de su espectáculo. El desnudo en la vida diaria era bien común, aunque siempre fuera un signo de respeto y de autoridad vestirse y recatarse.

Saltando por encima de la Edad Media y de la Edad Moderna, metidos ya en el tercer milenio, la exhibición del propio cuerpo, lo es "a voluntad", en todo el mundo occidental, según lo marquen nuestros gustos. Antes de 1967 o 68, no era "teatral" y "de buen gusto" que un actor o actriz actuasen desnudos, hasta que unos estudiantes americanos, de la Universidad de Yale, dieron el "trompetazo" más radical de la escena moderna con la revista "Hair", venciendo su puritanismo ambiente y desvelando su cuerpo con delectación exhibicionista de juventud.

Creaban el teatro de lo que pudiéramos llamar interinamente la Edad Posmoderna. Posteriormente, desde el espectáculo !Oh Calcuta! de Kenett Tynan -durísimo crítico de teatro inglés- en el teatro occidental no se ha cesado de exhibir cuerpos desnudos en acciones teatrales, de mayor o menor entidad significativa. "Lo pide el guión", comenzó a decirse en los primeros tiempos de "destape" en la España de la transición.

Yo había comenzado a escribir en ese tono, con escenas de desnudos, porque adoraba las farsas de Aristófanes y me divertía infinito el teatro libertino francés, manifestado casi a lo largo del siglo XVIII. No vivía entonces en España y me codeaba con intelectuales y gentes muy "progres", como lo fue Roland Barthes, investigadores y sociólogos del teatro.

La exhibición integral del cuerpo humano en la escena, lo mismo trágica que cómica, se debía sin duda a la decristianización de la moral, a la "secularización" de todo, al acto libre de pensar y expresarse en la Europa libre. Y la primera comedia que estrené en 1975 mostraba ya integralmente un cuerpo femenino.

Estamos hablando de un teatro que es literatura o poesía dramática en su integridad, que puede usar del desnudo con fines no centrados en la pura sexualidad, sino como apoyatura al meollo del tema o de la anécdota. Tomarlo sólo como pretexto revela "vaciedad" revisteril y no conserva valor dramatúrgico alguno. Sexo desnudo y bien explícito lo encuentra el pornógrafo en cualquier capital europea que se precie de europea y de capital, en los espectáculos "duros" de cabaret. De poco valdrá incluir desnudos en un espectáculo dramático, porque siempre ganará la partida una buena comedia, por tapada y engolillada que esté.

Cierto que en épocas o ante individuos más reprimidos, un desnudo en teatro tiene otro valor, valor sin duda alguna entre excitante y escandalizante -excitante en seco, como "voyeur" y desligado del interés dramático- valor afrodisíaco. En la actualidad, frecuentar una playa nudista es estabilizador a la baja de esa fijación pornográfica y se asume el propio desnudo hedonísticamente, como una muestra de supremo confort, para dejarse acariciar por la brisa, el agua y el sol. Así que las escenas en teatro "subidas de tono" entran dentro de la convención del teatro, como puede entrar un viejo escotillón.

Al teatro, uno va a divertirse y no a pasarlo mal. El desnudo humano, lo mismo masculino que femenino, añaden sueño y realidad, lo mismo que hay escenas de reflexión, de desafío o aventuras. En Manuscrito encontrado en Zaragoza me sumo a la ingente cantidad de autores y directores que emplean el desnudo con una intención estilística y no poca sofisticación, puramente teatrales. Un polvo de oro, diría yo, pues me he inspirado en pinturas de Delacroix y en Gustave Moreau. Por mi educación clasicista, el desnudo en el teatro me parece tan natural como en los mejores cuadros que admiro, en Ribera, en Velázquez o Caravaggio...

He considerado necesidad dramática de plena calidad mostrar el culo de Juan Ribó y los dulces pechos de manzana de mis jóvenes actrices y bailarinas. Hecha con toda la malicia del autor - a la vez director - para que se escuchen sus diálogos y sus insinuaciones "de algo" que va mucho más allá de cuanto se ve materialmente en escena. El teatro es el arte de ilusionar y el desnudo humano forma también parte de esa ilusión, como pudieran formar parte Dios o los dioses.