Primera palabra

Mi último regalo

por Tacha Romero Hierro

2 enero, 2003 01:00

José Hierro, por Grau Santos

Tacha Romero, nieta de José Hierro, ha querido despedir a su abuelo desde las páginas el El Cultural, recordar al hombre y al poeta que convertía en magia "todo lo que tocaba. Era el Merlín de la palabra, el Simón de la pintura, El Mago de Oz de la vida, pues lograba que todos sacásemos lo mejor de nosotros"

Mi abuelo pasó la vida regalando historias, anécdotas, leyendas... Ahora, que mi memoria se esfuerza por no dejar escapar ni un solo recuerdo vuelvo a sentirme como la niña a la que contaba esos cuentos que sólo los abuelos pueden contar. De repente vuelvo a oír Caperucitas, Pedros y lobos, Cristóbal Colones y muchos Cides Campeadores. Tantos como siestas y noches compartimos el uno al lado del otro, riendo, soñando, amando.

En los últimos años me lo puso más difícil. Ya no era él sino yo la que tenía que contar los cuentos. él me daba las piezas de la historia y yo debía encajarlas intentando darles algún sentido. El resultado le gustó. La última historia que me pidió fue hace menos de un mes. Ese último reto consistía en escribir un relato en el que hablase de lo que pensaba de mi abuelito como si estuviese muerto, pero estando vivo. Me dijo que sería muy bonito con esa media sonrisa entre sarcástica y sincera. Acepté y, como todos los años, pensaba entregárselo como regalo de reyes, así que este artículo no es más que mi último regalo.

Mi abuelo me enseñó tantas cosas que durante mucho tiempo pensé que en el momento que me faltase volvería a ser una ignorante y lo sería para siempre. Pensaba en lo mal que le sentaría saber que mientras que él estaba haciéndose amigo de la muerte, yo no era capaz de mencionarla. Intentaba retener las lágrimas que quizás ya no verteríamos juntos, las que ya nunca verteré. Mi cobardía me impedía correr a decirle que le quería, que le amaba, que no iba a poder resistir el no tenerle. Mi cobardía hacía que tuviese miedo, me hacía callar por si mataba con mis palabras el lenguaje que sólo nosotros podíamos comprender.

Sólo una vez pude llorarle, pude rogarle que no me abandonase. Sólo una vez me sentí capaz de pedirle por favor que no se fuese todavía. Sólo una maldita vez dejé hablar a mi corazón y le dije cuánto le quería. Sólo una vez de tantas y tantas que pude y no quise, que pude y callé. Nos regaló dos años más.

Pensé miles de veces cómo sería el momento, me torturaba día tras día intentando saber qué sentiría. Miraba sus fotos, leía sus poemas y huía de todas esas cosas para no amarle más, para no admirarle más, para no depender aún más de él. No era capaz de mirarle a los ojos sin pensar que quizás fuera la última vez que lo hiciese.

Tampoco podía apartar su mirada de mi pensamiento. No podía evitar observar cómo miraba cada cosa y se despedía porque sabía que tal vez no hubiese un próximo día. No podía evitar que mi alma muriese un poco más cada vez que dejaba caer una lágrima. Cada vez era menos capaz de esconder las mías. Pero no quería que mis ojos, ni mis palabras, ni mi voz, sonaran a despedida.

Apenas asimilo lo ocurrido. Me acuesto cada noche esperando despertar de esta pesadilla pero al día siguiente todo sigue igual: El teléfono sonando cada cinco minutos, miradas perdidas y tristeza, una tristeza infinita. Es como si nada tuviese sentido, como si hubiese desaparecido nuestra cordura, como si nuestra alma hubiese muerto. En esos momentos él aparece en nuestras mentes y blasfema porque somos gilipollas, porque hay que seguir adelante, porque hay que vivir. Incluso ahora, mientras escribo este artículo me regaña porque las lágrimas no me dejan ver bien y me equivoco. "Venga nenita, que hay prisa" me dice.

El mundo ha perdido al poeta; nosotros al esposo, padre, hermano, abuelo... Con esto quiero decir que pese a ser un poeta asombroso, seguirán surgiendo poetas, seguirán corriendo los versos pero ya no habrá esposo, ni padre, ni hermano ni abuelo. Nuestras vidas se quedan cojas de ejemplo, viudas de pasión. él ofreció al mundo no sólo sus versos y pinturas, no sólo palabras magistrales sino que ofreció una filosofía de vida, ofreció un derroche de genialidad, sensibilidad, ternura y generosidad sin límite. Pero por encima de todo nos enseñó a vivir la vida, a aferrarnos a ella, a disfrutarla, a emocionarnos. Nos enseñó también muchas otras cosas, a coger lapas y erizos de mar, a buscar fósiles, a encender un buen fuego en la chimenea, a hacer mermeladas de naranja y de limón, a hacer trucos de magia...

Magia, en eso convertía él todo lo que tocaba. Era el Merlín de la palabra, el Simón de la pintura, El Mago de Oz de la vida, pues lograba que todos sacásemos lo mejor de nosotros con sólo una mirada.
José Hierro Real, Pepe, papá, göelito, mi Dios, mi alma, mi vida; qué solos nos has dejado, qué desnudos ante nuestros miedos, que desamparados ante tu ausencia, que vacíos de ti, que añorantes de tu arte, tu voz y tu presencia. Que egoístas somos también; perdónanos por ello. Merecías descansar.