Primera palabra

Paciencia de la libertad y paradoja de la seguridad

por Eugenio Trías

27 marzo, 2003 01:00

Eugenio Trías

Frente al paciente esfuerzo que la idea de libertad requiere para concretarse, pues conlleva un margen de inseguridad y riesgo, la apuesta por la seguridad siempre genera la misma paradoja. Cuanto más se opta por ella, más inseguridad acaba promoviendo

Suelo organizar mi asignatura ética y filosofía política en torno a tres ideas: la idea de Felicidad, que en términos de buena vida, o vida buena, constituía el objetivo y la finalidad de la inteligencia práctica según Aristóteles; la idea de Libertad, que en los discursos de la modernidad alcanza su forma cumplida (como autodeterminación y autonomía). Y por fin la idea de Justicia, que ya determinó el rumbo de esa carta magna de la filosofía que es, y ha sido siempre, la República de Platón; y que en los tiempos modernos se concreta en el ideal revolucionario de Igualdad, ya en Rousseau, y más cerca de la formación social e histórica que nos atañe, Marx.

He de reconocer que desde el 11 de septiembre se me ha ido infiltrando también en el programa, de manera progresiva, una idea nuclear propia de la modernidad, incluso una de esas ideas fundacionales de algunos caracteres de los discursos de filosofía política moderna (como la referencia a un contrato social en el origen de la gestación del espacio público, o político). Me refiero a la idea de Seguridad, hija del Miedo, que tuvo en Thomas Hobbes su gran teorizador; y en su Leviatán su más cumplida realización.

Con el fin de espantar el miedo atroz que la guerra de todos contra todos genera, o la redefinición tétrica de la igualdad, urdida al compás de la lectura del Génesis (todo hombre, aun el más indefenso, siempre es capaz de asesinar a su semejante), Hobbes opta por generar un Animal Artificial que pueda combatir el miedo con el Terror.

Esa es la paradoja del miedo, y de la obsesión por la seguridad. El precio que se paga con esa transferencia, que Hobbes, buen conocedor de los textos del Viejo Testamento, extrae del "contrato" entre Samuel y su comunidad (deseosa de poseer una Monarquía), es la construcción de un instrumento terrorífico que dispone del monopolio de toda violencia; y que se dedicará a ejercerla en todas las circunstancias en que no encuentre obstáculo.

Frente al paciente esfuerzo que la idea de libertad requiere para concretarse, pues conlleva un margen de inseguridad y riesgo, la apuesta por la seguridad siempre genera la misma paradoja. Cuanto más se opta por ella, más inseguridad se acaba promoviendo. Y es que la transferencia de la violencia, sin poderes compensadores, hacia un instrumento que puede ejercerla sin cortapisas acaba promoviendo un escenario atroz de inseguridad, miedo, terror y pánico generalizado.

Lo que más se teme, a partir de la gestación de ese Animal Artificial, no es a tal o cual difuso o presumible poder incontrolado de aquí o de allá, sino ese poder inmenso, apremiante, dispuesto siempre a ejercerse (siempre que no se ofrezca, ante él, alguna suerte de discrepancia o disidencia).

No quiero ni pensar en el escenario de un mundo global en el que sólo la idea de Seguridad gobierne o domine sobre la voluntad de sus principales mandatarios. Un mundo así dejará en escala menor, o en las brumas de la nostalgia, los más lejanos escenarios de un orden mundial, entonces europeo, como el que siguió al Congreso de Viena, y en el que las tramas del poder de la Reacción, y sus siniestros modos policíacos de infiltrarse, condenaron a toda una generación al puro goce privado e íntimo de sus aspiraciones y ensoñaciones; un mundo que en el ámbito austrohúngaro y alemán se asocia al célebre estilo Biedermayer.

Lo grave de la idea de Seguridad convertida en oriente de toda acción gubernamental consiste en que posee el poder suficiente para contaminar todas las demás ideas, Justicia, Felicidad y Libertad, hasta subordinarlas de modo drástico a sus apremios. Todo debe ser sacrificado en favor de la Seguridad. De este modo se produce en el organismo político y social una propagación cancerígena, una verdadera metástasis, que acaba arruinando todos los demás valores éticos y políticos.

Esa multiplicación de miedo y terror que la Seguridad como valor único y exclusivo produce da lugar a la siguiente paradoja: lejos de ahuyentarse la inseguridad, se intensifica; en vez de curarse el miedo, se eleva a la suma potencia del terror; y, para colmo, la naturaleza irreal, casi etérea, del enemigo que se pretende combatir termina por adquirir estatuto y consistencia; y si no existe se inventa; pues sólo si existe hay excusa y coartada para poderlo combatir.

En estos momentos gobierna el mundo una administración obsesionada con la Seguridad; que quiere tomar ésta como palanca para un ejercicio, sin mando a distancia, del poder imperial sobre el planeta. Por una vez uno se siente al fin muy europeo, orgulloso de vivir en esta vieja Europa que, aunque al final deberá plegarse ante un poder demasiado superior, ha podido al menos (y eso es ya de suyo meritorio, casi milagroso) promover una nota desafiante al Horror que se propone desde el centro del Imperio. Lástima grande que este orgullo de ser europeo no venga acompañado, por causas de todos sabidas, con la posibilidad de enorgullecerse también de ser español.