Primera palabra

Merlín descendiente del diablo y protegido por Dios

por Carlos Alvar

22 mayo, 2003 02:00

Carlos Alvar

Es posible que en la figura de Merlín se unan dos tradiciones diferentes, ambas del siglo VI, que reflejan la situación pluricultural en Gales al final del Imperio romano: una se refería a un caudillo militar, Ambrosius. La otra, tenía como referente a un druida, Myrddin.

Hijo de un demonio y de una doncella de santa vida, Merlín recibió como herencia de su padre la capacidad de conocer el pasado, y por gracia especial de Dios, el don de la profecía. Se convierte así en un extraño ser omnisciente, que puede adquirir los más variados aspectos y transformarse de modo que resulta irreconocible. Y, sin embargo, será incapaz de predecir el amor y luchar contra su propio destino, que no será otro que el de morir enjaulado por la mujer a la que amaba y a la que había enseñado las artes mágicas: Viviana o Morgana, según las fuentes.

Es posible que en la figura de Merlín se unan dos tradiciones diferentes, ambas del siglo VI, que reflejan la situación pluricultural en Gales al final del Imperio romano: una de ellas se referiría a un caudillo militar, llamado Ambrosius, que tendría ciertas dotes de vidente; la otra tendría como referente a un bardo o druida, Myrddin, que vivía como un salvaje en los bosques y que sería autor de varios poemas de carácter profético.

A partir de ahí, el paso del tiempo fue formando una leyenda, que seiscientos años más tarde, en el siglo XII, adquiriría cuerpo literario en latín, gracias a un escritor de gran imaginación y no poca habilidad, Geoffrey de Monmouth, que dedicó a Merlín una Vida (hacia 1150), tras haberlo incluido en su Historia de los reyes de Bretaña -de la que tenemos una magnífica traducción de Luis Alberto de Cuenca- atribuyéndole unas Profecías de gran éxito.

Merlín comienza su actividad en tiempos del padre del rey Arturo, Uterpandragón, al que facilita un encuentro nocturno con Ygerne, mujer del Duque de Cornualles, sin que ésta se dé cuenta hasta demasiado tarde de que su compañero de lecho no es su marido, sino un impostor: de lo ocurrido aquella noche nació Arturo. Y como en la canción de Hijo de la luna, de Mecano, el padre tiene que entregar el recién nacido a la primera persona a la que encuentre: esa enigmática aparición lleva a la criatura lejos de la corte y la pone bajo la custodia de un caballero, Antor, que lo hace criar junto a su propio hijo, que será el senescal Kay o Keu.

El mago se ocupará después de que el niño consiga llegar al trono, a pesar de todos los peligros que acechan, superando las pruebas más difíciles, pues no en vano era el destinado a reinar: sin mucho esfuerzo recordaremos a un muchacho delgaducho que saca de una piedra -o de un yunque- una espada casi más grande que él; el joven Arturo ha conseguido superar la prueba en la que todos habían fracasado, adquiriendo de este modo la famosa espada Escalibor. Así, Merlín se convierte en el protector de la juventud de Arturo. Luego, instituirá la Mesa Redonda para formar una nueva caballería cristiana, impulsará la búsqueda del Grial y hará que se pongan por escrito las aventuras de los caballeros que rodean al rey. Todo un programa de actividades.

Son los rasgos que le dio Geoffrey de Monmouth los que han pervivido con escasas alteraciones: el difícil equilibrio entre el poder profético y la capacidad mágica del personaje se mantiene con el paso del tiempo, aunque unas veces la balanza se incline hacia un lado y otras en sentido contrario. Así, en los tiempos de la búsqueda del Santo Grial, cuando los caballeros eran los protagonistas de un movimiento místico, la figura de Merlín adquiere un sentido profundamente religioso, como profeta de la suprema aventura, la contemplación del Grial y, en él, de los misterios de la transubstanciación eucarística. Pero poco a poco, con el paso del tiempo y de las preocupaciones celestiales, Merlín fue perdiendo su importancia como profeta y ganando prestigio como conocedor de las artes mágicas. No extraña que nuestro personaje, incómoda mezcla de profeta y mago, descendiente del diablo y protegido por Dios, resultara difícil de gobernar por los diferentes autores que se ocuparon de la Materia de Bretaña y de las aventuras de los caballeros de la Mesa Redonda: nadie sabía muy bien cómo tratar a esta figura, que por si fuera poco, se había dedicado a profetizar el regreso de los bretones y otras muchos acontecimientos políticos. Eran oscuras profecías -suelen serlo siempre- que se podían adaptar a cualquier época y, por tanto, tener éxito en cualquier ocasión: Nostradamus y Merlín compartieron prestigio en el siglo XVI, y no tardaron en ocupar un sitio de privilegio en el índice de libros prohibidos por la Inquisición.

A pesar de todo, Merlín es un mago bondadoso y simpático, rodeado de discípulas, lo que le hace, además, un sabio enamoradizo, como tantos otros en la tradición medieval, que además de gozar de fama de sabio alcanzará a ser considerado como un mago experto en artes mecánicas. De Cervantes a Walt Disney se mantiene la imagen de Merlín como ser amable, que busca ayudar a los demás y restablecer la justicia, sin perder cierto aire de satisfacción pícara por el alcance de sus conjuros; y es esa misma imagen la que reaparece transformada -no podía ser menos tratándose de un mago- en el Gandalf del Señor de los Anillos.