Primera palabra

La obscenidad de la violencia

4 diciembre, 2003 01:00

Producir horror sacando los ojos a alguien en directo está al alcance de cualquiera. Producir espanto mediante un diálogo aparentemente trivial, como hacía Chéjov, es un alarde creador. La obra artística tiene que producir, junto a la emoción del tema, la euforia propia de la experiencia estética.

El arte moderno ha perdido la noción de paraíso. Acabo de visitar el Museo Picasso de Málaga. Es fácil ver cómo la forma se va exasperando progresivamente. Es posible que los modos de vida se hayan suavizado a lo largo de los siglos, pero los modos estéticos se han endurecido. Hay un expresionismo de la violencia, una cierta brutalidad formal. ¿A qué se debe?

Las formas artísticas evolucionan, sobre todo, por cansancio. Toda manera de hacer se convierte en manierismo con el tiempo, y los artistas tienen que buscar caminos nuevos para librarse del tedio, o usar dosis más fuertes de lo que sea. Además, necesitan emocionar a un público saturado. Recuerden a Verlaine: "Todo está dicho ¡Ay, de todo he comido, de todo he bebido! ¡Ya no hay más que decir!". Y recuerden también el verso terrible de Mallarmé: "La carne es triste ¡ay! y he leído todos los libros". No estoy seguro de que fuera una boutade la boutade de André Breton: "El acto surrealista más sencillo consiste en bajar a la calle revólver en mano y disparar al azar, mientras se pueda, contra la multitud".

El arte nunca se ha sentido atraído por la bondad. Dostoievski quiso hacer la novela de un hombre absolutamente bueno, y en sus diarios cuenta las enormes dificultades del proyecto. Al final resultó El idiota. En cambio, el arte ha sentido constante fascinación por la maldad, por la desdicha, por la violencia. Caravaggio o Shakespeare son ejemplos claros. Desde siempre ha habido una glorificación estética de la guerra. Ahí está el maravilloso Gil Vicente: "Digas tu el caballero/que las armas vestías/si el caballo, o las armas, o la guerra/son tan bellas". O Saint John Perse: "Las armas en la mañana son hermosas, y el mar". Se trata, claro está, de una estilización de la guerra, como en Paolo Uccello. El dramatismo del motivo está atemperado por el "dolce stil nuovo" del pintor.

Esto es lo que ha cambiado. El arte distinguía muy bien entre la forma estética y el contenido. Tenía clara conciencia de su artificiosidad. Guardaba las distancias. La crueldad de Ricardo III está expresada en un bellísimo lenguaje. Durante siglos, el arte ha pretendido hacer sentir emociones profundas pero artísticamente condicionadas. Lo suyo es producir en el espectador simulacros estéticos de emociones reales. Una película de terror no provoca un miedo verdadero, sino un miedo ficticio. Hace unos años tuvo una fama efímera el teatro de la crueldad, que ejecutaba sobre el escenario actos crueles que producían malestar -esta vez real- en los asistentes. Suponiendo que la expresión artística sea un lenguaje articulado en dos niveles -la forma y el contenido- desaparecería la forma para permitir que el contenido percutiera directamente, sin intermediarios formales. Esto, llevado a su extremo, es la negación del arte. Se ve con claridad al comparar el erotismo con la pornografía. El erotismo busca despertar emociones sensuales mediante representaciones irreales. La pornografía mediante representaciones reales. Sartre definía lo obsceno como la corporeidad sin gracia. El sexo, la sangre, el sadismo, presentados en su opacidad. La violencia actual se ha vuelto obscena.

Cuando el intervalo entre forma y contenido se estrecha, el objeto actúa realmente sobre el espectador, no a través de la transfiguración estética. Sartre describió el tedio en La Náusea, y consiguió emocionarnos hablándonos del aburrimiento. Andy Warhol describe el tedio fotografiando durante siete horas una torre, y consigue aburrirnos sin entusiasmarnos. Esta es la diferencia. Producir horror sacando los ojos a alguien en directo, está al alcance de cualquiera. Producir espanto mediante un diálogo aparentemente trivial, como hacía Chéjov, es un alarde creador. La obra artística tiene que producir, junto a la emoción del tema, la euforia propia de la experiencia estética.

El arte moderno se ha convertido en suministrador de emociones fuertes. Nada teme tanto el artista como ser tachado de ñoño. La estética de la transgresión forzosamente sube el umbral de lo aceptable. Transgredir significa "romper", que es un acto agresivo. ¿Colabora entonces el arte a reforzar una cultura de la violencia? Probablemente sí. Pero no hay que pedirle demasiadas responsabilidades. Me parece que en la actualidad el arte va a remolque de la cultura ambiente, no la dirige. Sigue la moda. Da al público lo que el público quiere. "A la gente le gusta sentir, sea lo que sea", decía Virginia Woolf. En este momento, le gusta sentir sobre todo emociones agitadas, apresuradas, duras, como el rock. Al público le aburren los debates pero le excitan las peleas, los insultos, los terminator. Una parte importante del arte actual me parece colaboracionista con la situación. Espero que esta gula de emociones violentas acabe saciándose, y aparezca una estética de la energía creadora, opuesta a la estética de la energía rompedora.












Violencia
y cultura


Primera palabra: La obscenidad de la violencia, por José Antonio Marina

Literatura: El espejo enturbiado de la novela, por Ricardo Senabre

Cómic: Cómic entre tinieblas, por Feliper Hernández-Cava

Arte: Tiempos duros, por Rosa Olivares

Teatro: La violencia como representación, por Calixto Bieito Cine: Entre el simulacro y el dolor, por Carlos F. Heredero