Primera palabra

La lealtad a los límites

por Enrique Vila-Matas

19 febrero, 2004 01:00

Enrique Vila-Matas

Cada época ha tenido su visión particular de Shakespeare. Mientras se mueve a través del tiempo, una obra de arte es sometida a sucesivas interpretaciones, pero sólo sucede con una obra de arte: El Código Da Vinci, por ejemplo, tiene los días contados

No sabemos qué sucederá en 2064 con el aniversario de Shakespeare. La pregunta que nos hacemos -no me atrevo a decir que nos la hacemos con frecuencia porque no sería verosímil, hoy en día nos preguntamos por otras cosas, cómo será el toque de campanas el día de la boda de Letizia, por ejemplo, que es algo que nos urge más saber- nos lleva tal vez a dos únicas posibilidades. O bien un espectáculo pirotécnico que transporte las campanas de Stratford a todas las estaciones espaciales, o bien un silencio universal, debido a que Shakespeare habrá quedado reducido a mera cita textual de eruditos.

Desde luego, cada época ha tenido su visión particular de Shakespeare. Nos lo recordaba en 1964 George Steiner cuando decía que cada época selecciona del compás de su interpretación aquel que habla con mayor convicción a su temperamento. El aire del tiempo, que dicen los franceses. Está claro que mientras se mueve a través del tiempo, una obra de arte es sometida a sucesivas interpretaciones y valoraciones. Pero sólo sucede con una obra de arte. El Código da Vinci, por ejemplo, tiene los días contados, aunque ahora cuenta los días como si fueran suyos y también estuvieran en venta, pero no van a someter al bodrio a sucesivas interpretaciones en el tiempo, porque ya está sobradamente interpretado como bodrio.

Han ido variando las valoraciones de las obras de Shakespeare. Y así tenemos, por ejemplo, que el aire de nuestro tiempo es muy propicio a la ambigöedad psicológica de Hamlet o de Troilo y Cressida, obras que en la actualidad tienen un prestigio superior al que, siendo ya muy grande, tuvieron hasta ahora. En contraste, Romeo y Julieta, por ejemplo, que gozó en el siglo XIX de un prestigio imponente, hoy está visto casi como si fuera una obra de Zorrilla.

Si bien toda profecía es temeraria, es de temer que, como ha ocurrido ya con la música clásica, dentro de poco (sería mejor decir que está sucediendo ya ahora mismo), un público numeroso pueda seguir la interpretación de obras cuya partitura no sabe leer ni juzgar directamente. Ese, con respecto a Shakespeare, era ya el temor de Steiner en 1964, en el año del aniversario del autor de Stratford.
Pero no parece que a Shakespeare esto pudiera preocuparle demasiado, pues él siempre fue esencialmente un hombre de teatro, misteriosamente indiferente a la supervivencia del texto escrito. Lo que no está claro es qué habría pensado de saber que un día podía desaparecer hasta como autor de teatro. Volvamos a la pregunta inicial. ¿Qué será de Shakespeare en 2064? En esta pregunta late de fondo una angustia existencial: ¿Se producirá o ya se está produciendo un retroceso de la autoridad de la lengua? Tan mal van las cosas que nada difícil nos resulta imaginar un mundo sin inteligencia humanística, con clones del trío de las Azores por todas partes; un mundo en el que el lenguaje, tal como lo usamos algunos todavía, habrá perdido (en realidad la está perdiendo ya) parte de su función y universalidad y las obras de Shakespeare se habrán convertido en comprensibles sólo para una casta especializada. ¿No es ésta como una metáfora del destino que le espera a la literatura?

Sólo una cosa parece extrañamente cierta: que ningún otro escritor sobrepasará a Shakespeare. No parece que pueda equivocarse, dice Steiner, quien afirme que no sólo Shakespeare es el más grande escritor que ha existido jamás, sino también el más grande de cuantos existirán en el futuro. Por un momento, sentimos esta afirmación como turbadora, constituye un agravio a nuestra idea de progreso y coloca un límite a cualquier persona que quiera escribir. Por eso tal vez reaccionamos diciéndonos, por ejemplo, que si la misma frase sobre la bondad suprema de Shakespeare la pronuncia Harold Bloom (que escribe mal y no le llega ni a la suela del zapato a Steiner) no nos parece aceptable.

Eso nos permite continuar sin que el día se nos haya quedado arruinado. Como también nos permitirá continuar la legítima sospecha de que muchos autores han perdido la vida por delicadeza, por tener una delicadeza con Shakespeare, tal vez porque decidieron que había que actuar con lealtad a los supuestos límites de la inteligencia y creatividad humanas. ¿Y si hasta ahora esa lealtad a los límites ha sido el noble motor que nos ha impedido ir más allá de Shakespeare? ¿Y si Bloom y Steiner, tal vez en su condición de anglosajones, no leyeron bien a Kafka, que fue más allá de los límites? "Fuera de aquí, tal es mi meta", solía decir Kafka. Y no alcanzó tal meta porque él mismo estaba ya fuera de aquí. ¿Actuó Kafka con lealtad a los límites? Tal vez se deje de leer a Shakespeare, pero el mundo se vuelva -ya comienza a serlo- kafkiano. No sabemos qué sucederá en 2083 con el aniversario de Kafka.