Image: El poeta maldito de Stalingrado

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Primera palabra

El poeta maldito de Stalingrado

por Carlos Ruiz Zafón

18 marzo, 2004 01:00

Carlos Ruiz Zafón

Si Tolstoi, Dostoievski o Chejov hubiesen nacido en el siglo equivocado, su historia quizás se hubiese parecido a la de Vasily Grossman. Se cumplen ahora 40 años de su muerte, pero su voz y la luz que llevó a las tinieblas del siglo en el que nació por error nos hablan con más claridad que nunca

En febrero de 1961 dos agentes de la KGB entraban en un fantasmal edificio en Moscú con la intención de confiscar el manuscrito inédito de la mejor novela rusa del siglo XX. Se detuvieron frente a un apartamento miserable y oscuro y golpearon la puerta. Un hombre en sus últimos soplos de salud, apenas un fantasma, les abrió. Un vistazo a los dos sicarios le bastó para saber a qué venían.

Si Tolstoi, Dostoievski o Chejov hubiesen nacido en el siglo equivocado, su historia quizás se hubiese parecido a la de Vasily Grossman. Nacido en Ucrania en 1905, Grossman se educó como ingeniero de minas pero no fue hasta 1933 cuando Maxim Gorky le descubrió y le ayudó a publicar su primera novela. Sus obras primerizas son un caso clínico de ficción encorsetada por el canon del aparato crítico de la Rusia de Stalin. Irónicamente, el armageddon que se estaba forjando en Europa iba a ser el detonante que liberase su talento. En 1941 Hitler desataba la mayor ofensiva bélica jamás conocida: operación Barbarosa.

Por entonces Vasily Grossman había empezado a trabajar como reportero en el periódico oficial del ejército soviético, Estrella Roja. Fue así como Grossman llegó al escenario de la más cruenta batalla en la historia de la humanidad: Stalingrado, principio del fin del tercer Reich. Durante los meses de infierno a orillas del Volga, las crónicas de Grossman se convertirían en la más poderosa narración de cuanto estaba sucediendo. 50 años más tarde, cualquier historiador que pretenda evocar el horror de aquellos días renuncia a sus propias palabras y cede la pluma a Grossman, cuyos reportajes nos transmiten hoy como ayer las imágenes y los momentos íntimos de la tragedia humana con una fuerza dramática a la que todos los datos y documentos oficiosos del mundo apenas pueden aproximarse. Las crónicas de Grossman siguieron la retirada del ejército nazi hasta la apocalíptica caída de Berlín y, de camino, nos dejaron los primeros documentos del horror de los campos de concentración publicados en cualquier idioma. La madre de todas las guerras habría de dejar una profunda marca en Vasily Grossman. Al inicio de la segunda parte de la guerra, la fría, el aparato de represión stalinista reavivó sus purgas. La celebridad del poeta de Stalingrado peligraba. Sus nuevas obras no resultaban del agrado de la crítica oficial. Se le acusaba de ser un nacionalista judío subversivo y de conspirar contra la grandeza de la madre patria. Pese a una pública carta de arrepentimiento ante al altar totalitario para salvarse de la quema, lo que libró a Grossman de un billete de ida al Gulag siberiano fue la muerte de Stalin en 1955.

Empezó entonces a trabajar en una obra monumental, un Guerra y Paz nacido de las cenizas de Stalingrado que tituló Zhizn i Sudbaâ, Vida y Destino. En 1960 Grossman puso el punto final a su obra maestra y la envió a una de las revistas literarias oficiales para su evaluación. Confiaba de este modo obtener la imprescindible bendición del órgano político-crítico para publicar su novela por entregas.

Lo que obtuvo, un año más tarde, fue la visita de la KGB. Los agentes de la policía secreta confiscaron todas las copias existentes del manuscrito y registraron el apartamento de Grossman hasta requisar desde los papeles carbón a las cintas de tinta de la máquina de escribir que había empleado en la composición de la novela. A los pocos días, y reuniendo los pocos ánimos que le quedaban, Grossman escribió una carta al politburó solicitando la devolución de su manuscrito. Suslov, principal ideólogo del Kremlin en aquellos días, le contestó personalmente, alegando que no veía posibilidad alguna de que su novela pudiera ser publicada antes de dos siglos. Entre líneas Suslov no dudaba que la novela podía sobrevivir ese tiempo, beneficio que no extendía al régimen soviético. Lamentablemente, Grossman no disponía de dos siglos para esperar. Olvidado y convencido de que su obra nunca vería la luz, Grossman murió en la miseria el 14 de Septiembre de 1964, devorado por un cáncer.

El destino, sin embargo, tenía por una vez un as en la manga. Poco antes de que la KGB confiscase el manuscrito de Vida y Destino, Grossman había entregado una copia a su amigo, el novelista disidente Vladimir Voinovich. En secreto, Voinovich hizo una copia en microfilm que años después consiguió enviar tras el telón de acero. En 1984, en la feria del libro de Frankfurt, Voinovich pudo por fin desvelar la historia de los tortuosos veinte años que Vida y Destino tardó en ser publicada. Se cumplen ahora cuarenta años de la muerte de Vasily Grossman, pero su voz y la luz que llevó a las tinieblas del siglo en el que nació por error nos hablan con más claridad que nunca.