Image: Reinventar a Emily Dickinson

Image: Reinventar a Emily Dickinson

Primera palabra

Reinventar a Emily Dickinson

por Nuria Amat

8 abril, 2004 02:00

Nuria Amat

Escribir lo más parecido a Dickinson es el sueño secreto de muchos escritores. Y también el mío. En mi libreta apunto: ¿Quién es Emily? Biógrafa de nuestro pensamiento, filósofa de nuestras sensaciones

Siempre tengo a Dickinson en mi mesilla de noche. No soy la única. En el país de Emily Dickinson cada persona de bien tiene a mano un ejemplar de sus poemas. ¿Cuál será la magia de esta gran poeta que aun prefiriendo la escritura a la conversación consigue que el lector, al leerla, tenga la impresión de dialogar con ella? Creo, junto con Harold Bloom y George Steiner, que "Dickinson es una poeta más grande de lo que todavía sabemos apreciar". Dueña de una inteligencia que a nadie deja indiferente, se califica su obra como de Biblia de la vida. Transforma lo cotidiano en algo asombroso sirviéndose para ello de palabras del léxico familiar, palabras del día a día pero escritas como nadie ha sabido utilizarlas jamás. Sus poemas ayudan a encontrar respuestas a los temas fundamentales de la existencia.

Cuando leo sus poemas, y lo hago a menudo, experimento la extraña y grata sensación de estar participando en su escritura. Se suele hablar poco de lo que más nos gusta. Como si al confiárselo a alguien perdiéramos un poco de nuestra excitación lectora. Guardo sabiamente mi secreto. Y, al mismo tiempo, siento ganas de transmitirlo a todo el mundo. ¿No somos los escritores mensajeros de lo más adentro?

La aparente simplicidad de sus versos esconde siempre un enigma. A veces, más de uno. No todos sus traductores han conseguido descifrarlos. Sea por respeto excesivo al texto literal o sea por temor a descubrir el misterio de sus versos, el resultado es que en muchos casos las traducciones al español o son demasiado abstractas o pecan de inmediatas. Hay quien dice que es intraducible. Una razón de más a mi favor. La Dickinson invita a ser reescrita.

Reinventar a Emily. Idea que me persigue desde hace tiempo y que de forma natural he ido concretando en algunos libros míos a la manera de tímidos y dispersos homenajes a la poeta, con el deseo oculto de poder contagiarme un poco de su locura poética. Escribir lo más parecido a Dickinson es el sueño secreto de muchos escritores. Y también el mío.

En mi libreta apunto: ¿Quién es Emily? Biógrafa de nuestro pensamiento, filósofa de nuestras sensaciones. La voz de una persona anónima (el éxito le llegó después de muerta), que escribe para salvar su vida y un poco la de todos. A la poeta encerrada en su habitación de Armhest le urge comunicarse con sus seres queridos. Cuando escribe lo hace para sentirse amada y reconocida por las personas importantes de su vida íntima y familiar. Cree más en este reconocimiento que en el éxito que la publicación de su libro pudiera depararle.

Mujer secreta y excéntrica, seria e irónica, distante y apasionada. Poeta oculta que estuvo recluida por voluntad propia en una vida familiar, en la que no era infeliz pero en la que al mismo tiempo tampoco se sintió bien en casa. Se había rebelado contra su padre, abogado y político, contra las normas puritanas de la época (1830), contra la religión y contra su medio social. Creía en la amistad, creía en el amor y alimentaba ambas cosas con su escritura espléndida. Sus poemas expresan el caos y el genio de su vida interior, una vida entre sentimental y mística, repleta de amores imposibles y amistades íntimas, especialmente con su cuñada Susan. La gran hermana. Su gran amiga. Casada luego con el hermano de Emily. Su vecina, además. Se escriben a diario. Nada ocurre en la vida de ambas sin que sientan la profunda necesidad de comunicárselo por escrito. Un lujo de amistad.

A sus cuatro grandes amores imposibles les construirá una catedral de versos. Dos de ellos están casados y un tercero es pastor de una iglesia protestante. Y la Dickinson está dispuesta a amarlos en sus cartas y poemas con mayor fogosidad que si hubiera hecho el amor con ellos. Prefiere soñar el amor antes que arriesgarse a vivirlo. Busca del amor su inteligencia. Nada menos.

Ya ha pasado un año y sigo metida de lleno en la escritura de Amor infiel. Mi entusiasmo me ha convertido en una avara de la pluma. Quisiera que nunca terminara de escribirse. Por suerte, todavía tengo más de 1.500 poemas de la Dickinson por delante. De los 1.789 poemas incluidos en la edición definitiva de R.W. Franklin yo habré trabajado aproximadamente en unos 200. También tengo entre manos otro libro que es, en realidad, un afluente de este inmenso río dickinsoniano, lo que no impide que mantenga mi hora de conversación diaria con Emily. También ella se ponía a conversar con Safo, Emerson o Shakespeare cada vez que lo consideraba necesario.

En ocasiones me pregunto si mi obsesión por rescribir a Dickinson va a durar eternamente. Lo que tengo claro es que no se puede traducir ni versionar a la gran poeta sin sentir una pasión parecida a la que sentía ella cuando escribía. Me acuerdo de un actor de Brooklyn que treinta años después de haber estrenado una obra teatral de Samuel Beckett la seguía representando por el mundo. Sólo ésta. ¿Me ocurrirá a mí lo mismo?

[La próxima semana (abril 2004) Nuria Amat publica Amor infiel (Losada), una selección de poemas y fragmentos de cartas de Emily Dickinson recreados por la novelista.